Ruta 4x4

Colombia: En busca de El Dorado

Marian Ocana
Marian Ocana
Bienvenidos a El Dorado... sinónimo de aventuras, misterios y tesoros, pero hace siglos... también de desventuras, desengaños y tragedias. En esta particular búsqueda de El Dorado, no hallaremos riquezas materiales, pero nos enriqueceremos con el descubrimiento de su cuna indígena, con sus leyendas y con las raíces coloniales españolas que aún perduran. Bienvenidos a Colombia.


Colombia es un país inseguro y quizás no sea el destino más apropiado para viajar por nuestra cuenta. Pero es un país tan cautivador y con una población tan acogedora que nos ha hecho estudiar a fondo la posibilidad de explorar en 4×4 los lugares más emblemáticos que rodean Bogotá y mostrar una realidad bien distinta a la de los noticiarios.
Aterrizamos en el aeropuerto de El Dorado. Su nombre no puede ser más evocador. Y nos recuerda la fascinante y trágica leyenda que ha marcado la trayectoria de muchas vidas en la singular historia común que hemos compartido desde entonces.
La capital del país, Santa Fe de Bogotá, se asienta a 2.640 metros de altitud y presenta el pintoresco paraje elegido en 1538 por el conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada para crear esta gran ciudad. Desde sus cerros circundantes avistamos la extensa capital, donde los humedales que se dispersan por algunas zonas no urbanizadas atestiguan que cuando llegaron los españoles la zona estaba cubierta de pantanos, residuos de un antiguo lago. Uno de esos privilegiados miradores es el cerro de Monserrate, donde se ubica un santuario con el mismo nombre, y que nos encumbra hasta más de 3.100 metros de altitud. La capital no está junto al mar, ni tan siquiera está cerca del mar, pero Colombia es un país con grandes recursos hidrológicos. Ríos, pantanos, lagos, riachuelos, lagunas y aguas subterráneas salpican todo el país y algunos de ellos han sido los originales protagonistas de legendarias aventuras.
Alquilamos un todoterreno, en una de las muchas agencias de la ciudad, para explorar algunos de los enclaves más interesantes del entorno capitalino. La brújula nos señala varias posibilidades hacia el norte, sur u occidente. Nos decidimos por seguir la ruta que marca el norte porque es allí donde hallaremos El Dorado.

A más de 2.000 metros de altitud

La primera etapa de nuestro recorrido estará determinada por un rosario de curvas que nos ofrece panorámicas espectaculares de la ciudad. La temperatura, a medida que ascendemos, nos recuerda que nos movemos a más de 2.000 metros de altitud. Kilómetros después de La Calera, donde se encuentra el Embalse de San Rafael, que suministra de agua a la ciudad de Bogotá, existe una bifurcación. A la izquierda iríamos a la población de Sopó, pero tomamos la derecha para dirigirnos a Guatavita. Los valles con suaves ondulaciones nos indican que nos movemos por lo que se denomina sabana de Bogotá, mientras las montañas se convierten en un cerco que circunda el paisaje del altiplano por donde circulamos.

Los nombres de origen español se suceden junto a las poblaciones con nombres indígenas hasta que llegamos al destino que proyectamos: Guatavita. El antiguo poblado fue inundado para crear el embalse de Tominé. Pero el nuevo poblado, que se construyó en sus proximidades, fue cuidadosamente diseñado para que conservase su estilo colonial. Así, en 1964 fue inaugurada la Nueva Guatavita, un poblado de hermosas casas blancas con puertas y ventanas de madera y tejas de barro. El aire rústico de sus construcciones, cuando llegamos a la Plaza del Mercado, está presidido por una fuente con motivos indígenas muiscas, los antiguos habitantes de Colombia. Con la llegada de los españoles se generó un mestizaje que forma parte de la población actual. Una inscripción en la fuente nos recuerda los orígenes de la leyenda de El Dorado. El embalse se ha convertido en un atractivo lugar de recreo para los colombianos. Durante los fines de semana, los habitantes de la capital se acercan hasta sus aguas para practicar algunos deportes acuáticos, como el esquí o la vela, o simplemente para recorrerlo en lancha. Pero de nuevo una carretera sinuosa de angostas curvas nos elevará hasta alcanzar los 3.100 metros de altitud para acceder al escenario de la célebre leyenda: la laguna de Guatavita. Y llegamos al tramo final por un empinado camino a pie. Subimos con calma, son más de 3.000 metros y nuestros pulmones nos frenan el ritmo cuando intentamos apurar el paso… la respiración se dificulta. Finalmente alcanzamos la atalaya desde donde se divisan las aguas esmeraldas de la legendaria laguna. Existen varias teorías sobre sus orígenes.

Algunas apuntan al impacto de un meteorito, otros argumentan que es el antiguo cráter de un volcán. En cualquier caso, sus aguas presenciaron los ritos indígenas al Dios Sol que originaron la leyenda de El Dorado, donde los caciques indígenas se sumergían en sus aguas cubiertos de polvo de oro y arrojando a sus profundas aguas piezas del tan codiciado metal. Por ello, la laguna de Guatavita todavía conserva el testimonio de la creación de una gran zanja en uno de sus costados, que pone en evidencia los arduos intentos de los conquistadores ávidos de tesoros. Una gran herida en uno de sus flancos, que en 1580 se realizó para intentar drenar sin éxito la gran laguna, refleja el interés por recuperar las piezas de oro, que se conjetura, yacían en su fondo. El Museo del Oro de Colombia expone algunas de las bellas piezas halladas, recientemente, en las inmediaciones del lugar.

Un prodigio natural y humano

Y desde las alturas proverbiales de Guatavita pretendemos sumergirnos en las profundidades de la tierra para admirar uno de los prodigios naturales del que los colombianos se sienten muy orgullosos: las minas de sal de Zipaquirá, vocablo de lengua chibcha que significa el «valle de las alegrías de los zipas». Este lugar fue elegido como la primera de las siete maravillas de Colombia en 2007.

Seguimos la sugerente orografía colombiana, que tras los serpenteos de Guatavita nos encaminan al nuevo destino. Una catedral de sal se ha creado en las entrañas de la tierra como consecuencia de la devoción e inquietud artística de los mineros de la zona. Durante una hora, entre sombras y tenues luces, nos irán descubriendo por laberínticos corredores imágenes religiosas, cruces y altares tallados en las rocas salinas que desde 1954 se ha ido creando en tan inaudito entorno. Y ya de nuevo en la superficie, las calles del pueblo de Zipaquirá nos invitan a pasear para conocer la simbiosis que se ha creado entre los aires coloniales de las viejas mansiones y las singulares pinceladas indígenas.

Con las montañas como escolta

Y por la sabana, con la siempre sempiterna cadena montañosa escoltándonos a lo lejos y las suaves elevaciones de la meseta, regresamos hacia la capital.

Colombia atraviesa desde hace varias décadas una complicada y cruda situación, pero en esta ocasión hemos querido mostrar algunos de los sugestivos y diversos enclaves que contiene un país lleno de gente amable y encantadora que tan sólo desea la paz.

 

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