La gran mentira del consumo
Tras casi 20 años informando sobre el apasionante mundo del motor, he llegado a una conclusión tan tonta como real; adquirir un coche tiene un componente muy considerable de ciego acto de fé.
Tras casi 20 años informando sobre el apasionante mundo del motor, he llegado a una conclusión tan tonta como real; adquirir un coche tiene un componente muy considerable de ciego acto de fé.
Todos los conductores del mundo confían en la información especializada, impresa o digital.
Si tenemos buen oído es fácil escuchar en un bar a un grupo cercano de parroquianos que mantienen enconadas conversaciones opinando infalibles sobre alguno de estos tres temas: mujeres, fútbol y coches.
Satélites e informática advierten a los conductores si su velocidad sobrepasa los límites señalizados. Sus avisos evitan infracciones y las denuncias por fotos. Prohibirlos aumentaría las multas, pero dañaría la seguridad del tráfico.
Parecía un imposible que nuestros ojos nunca llegarían a ver. Y no hablo del fin de la crisis ni de la extirpación de la corrupción en nuestra clase política. Hablo de algo mucho más complejo que todo ello y que, sin embargo, ya es una realidad: el motor que funciona con aire.
Profesionales expertos, unidos en pro de fabricantes, usuarios y buena circulación.
He perdido la cuenta de las veces que, desde esta misma tribuna, he anunciado a bombo y platillo que nunca en la historia de la automoción en España los coches nuevos habían estado tan baratos.
Normalmente los nativos de cualquier parte del mundo civilizado se sienten patriotas de su país y suelen manifestar satisfacción, y hasta orgullo, ante los símbolos nacionales, particularmente cuando la megafonía hace vibrar su himno oficial con ocasión de triunfos.
Un estudio de ANFAC aconseja atención a nuestra industria automovilística.