Vistos en parado no imaginarías lo ágiles que son; no sin conocerlos. Sentado al frente del corpulento puesto de mandos del Jeep Grand Cherokee, el mundo te parece un poco más pequeño, menos abrupto y claramente lento. Hace unos momentos, en la carretera, algo te dejaba un poco frío. El motor acelera con generosidad, gira suavemente, casi no eres capaz de sentir ese traqueteo propio de los diésel, responde bien abajo; nada que objetar debajo del capó. La dirección tampoco desentona, y los frenos parece que cumplen sin problemas, aunque a veces te avisan de que hay dos toneladas y pico que parar, y que hace falta mucha energía para hacerlo. Al instante te olvidas de la masa y todo va de cine, todo o casi todo; porque hay algo que aún no te convence, y al llegar a una zona más virada, con buen asfalto y visibilidad, ya sabes lo que es: la carrocería se inclina un poco más de lo que desearías, y entonces, sólo entonces, caes en la cuenta de que no vas montado en un crossover con neumáticos de perfil 50.