
El profesor Hicks ya había realizado hace años un estudio sobre matemáticas y espejos curvos. Gracias a esa investigación inventó el espejo «no reversivo», es decir, aquel en el que lo reflejado no se ve invertido, sino como lo vería una persona que estuviera en el lugar del espejo.
El ángulo muerto se produce por la diferencia entre el ángulo de visión máximo del ser humano y el que permiten los retrovisores. Si el espejo fuera capaz de mostrarnos más que ese ángulo, podríamos ver cosas que con los retrovisores actuales quedan ocultas detrás de nuestro coche. Pero el gran logro del retrovisor de Hicks es que, a pesar de ofrecer tres veces más ángulo de visión que los convencionales, los objetos no se ven deformados por la propia curvatura del espejo. Y ello gracias al algoritmo matemático utilizado para determinar la trayectoria de los rayos de luz al alcanzar el retrovisor.
Hicks, que se ha apresurado a patentar su invento, explica cómo funciona: «Imaginen que la superficie del espejo estuviera formada por muchos pequeños espejos colocados con diferentes ángulos, como los de una bola de discoteca. El algoritmo utilizado no es otra cosa que una serie de ecuaciones que predicen la dirección de cada una de las caras de esa hipotética bola, de modo que cada rayo de luz que incide en el espejo muestra al conductor una amplia pero no muy distorsionada imagen de lo que hay detrás de él».
El problema para que los fabricantes se interesen por él son las estrictas leyes estadounidenses, que prohiben que el espejo del conductor sea un cristal curvo. Lo que sí es legal que los conductores lo sustituyan posteriormente y, si el constructor monta un retrovisor curvo en el lado del pasajero, siempre tiene que incluir la leyenda: «Los objetos en el espejo están más cerca de lo que parecen«.