El día 14 de octubre de 1983, el Thrust 2 se convierte en el primer vehículo terrestre en superar los 1.000 km/h. Lo consigue en el Desert Rock, en Nevada –Estados Unidos–, propulsado por una turbina Rolls-Royce. Marca un promedio de velocidad de 1.019,47 km/h –633,468 millas por hora– en dos carreras celebradas en un intervalo de una hora. La velocidad máxima que logra es aún mayor: 1.047,49 km/h, exactamente la que tenía prevista el equipo que lo diseñó.
A los mandos del Thrust 2 iba Richard Noble, por aquel entonces un joven y prometedor empresario escocés. Justo 14 años después, Noble se encontraba al frente del conjunto humano que pretendía superar su propio récord. El escenario, el mismo desierto americano. La máquina, el Thrust SSC (SuperSonicCar), ahora dotado de dos motores. El objetivo, superar la velocidad de sonido. El conductor, un espigado piloto de la Fuerza Aérea británica, Andy Green. Y el resultado, una velocidad media 1.227,98 kilómetros por hora, o lo que es lo mismo, Mach 1.02. Green acababa de convertirse en el primer hombre en superar la velocidad del sonido sobre tierra. Y el Thrust SSC hacía honor a su nombre convirtiéndose en el coche supersónico.
La clave, dejar a un lado las emociones
Semejante hazaña hubiese sido el punto culminante de la existencia de cualquier ser humano. Pero Noble y Green aún quieren más. El hombre que más rápido ha rodado sobre la tierra no se lo plantea como un reto para demostrarse algo a sí mismo o al resto: lo hace en pos de la ciencia. De hecho, resta importancia a su papel en el equipo: «El récord es una cuestión técnica, no emocional. Soy parte de un equipo de pruebas para la tecnología y el desarrollo. No soy un corredor, sino un piloto de pruebas».
Asegura que conduce con el cerebro, no con el corazón. Así lo hacía cuando era piloto de aviones de combate. «Si uno es demasiado emocional, es muy probable que no tenga futuro como piloto de combate. Aunque la falta total de emociones tampoco sería algo muy apropiado. Las emociones en realidad son necesarias, pero debes ser capaz de controlarlas. Los aspectos emocionales nunca deberían tener más peso que la racionalidad en las decisiones». Según dice, pilotar un avión de combate jamás le puso nervioso, y lo mismo le sucede sobre tierra. «Conozco cada aspecto del diseño del Bloodhound y las normas de seguridad con las que se trabaja para construirlo. Así que… ¿por qué debería preocuparme?».
De hecho, en ocasiones, sus palabras transmiten una frialdad que pone el vello de punta: hace unos 20 años, en la Operación Zorro del Desierto, su avión fue derribado en el sur de Irak. «Simplemente estaban bien equipados, tenían mejores sistemas de defensa. No fue gran cosa».
Tan rápido como una bala
Probablemente no haya una persona más indicada para afrontar el próximo reto: superar las 1.000 millas por hora, o lo que es lo mismo, 1.609,34 kilómetros por hora, una velocidad similar a la que alcanza una bala disparada por una pistola. Para ello llevan años desarrollando el Bloodhound SSC, que estará propulsado por un motor de avión… y un cohete. De nuevo, el temple de Andy Green va a ser clave para llevar a buen puerto la misión: las simulaciones por ordenador pueden predecir cómo se comportará el bólido hasta unos 1.450 km/h; a partir de ahí, si algo falla, estará en sus manos. Una auténtica locura que Green vuelve a justificar por sus connotaciones científicas, además de sociales. De hecho, el proyecto está comprometido con la educación y quiere servir de inspiración para una generación de jóvenes.
El estudiantil no es el único colectivo involucrado. Gran parte del equipo está formado por miembros del ejército británico destinados a Afganistán, que han sido convocados por Green. Todos se desplazarán el año que viene al Cabo Norte, en Sudáfrica, donde se halla la pista de Hakskeen Park, el emplazamiento elegido para la tentativa. Una búsqueda que no ha sido para nada un camino de rosas: se barajaron los lugares más habituales para este tipo de pruebas, como el desierto de Black Rock, en Nevada; o el lago salado de Bonneville, en Utah –EE.UU.–, otra explanada donde ya se han intentado –y conseguido– algunos récords de velocidad sobre tierra. Pero su escasa amplitud y lo irregular del firme acabaron descartándolos como alternativas. Finalmente, se decantaron por la vasta extensión sudafricana –tiene 19 km de largo y 0,5 km de ancho– que, pese a todo, seguía presentado un problema: para que la superficie tenga una consistencia que soporte las 7,8 toneladas de peso del Bloodhound, es necesaria la lluvia, y esta no ha llegado en suficiente medida. Por ello, han construido una tubería para canalizar agua a la zona, para lo que han contado con la ayuda del gobierno local, que ve en ella una forma de beneficio para los agricultores locales en el futuro.
Lógicamente, el proyecto ha requerido de una fuerte inversión. En concreto, el presupuesto asciende a cerca de 51 millones de euros, la mayoría procedentes de empresas privadas, como Rolls-Royce –que suministra el motor de avión–, Rolex o Castrol, hasta completar más de un centenar de patrocinadores. Entre ellos también se encuentra Jaguar, que confirmó su apoyo el pasado mes de noviembre. La marca inglesa estuvo presente en la hazaña de Richard Noble y volvió a hacerlo en el siguiente récord, con Andy Green al volante. En esta nueva tentativa, va a proporcionar el motor 5.0 V8 sobrealimentado de 550 CV, el que emplea, por ejemplo, el F-Type R Coupé. Además, cederá los vehículos de apoyo para el equipo, incluidos los de asistencia rápida, en caso de que algo no saliese como debiera.
Uno para todos, y todos para uno
Más allá de ser un mero piloto de pruebas, como él mismo se califica, Andy Green está plenamente involucrado en el proceso de puesta a punto del Bloodhound, tal y como relata en su diario personal, que puedes leer en la web www.bloodhoundssc.com. «Lo fascinante de los proyectos de ingeniería en general, y de este en particular , es que parecen avanzar ´a trancas y barrancas´. Aunque el Bloodhound está en la fase final de su preparación, todavía aparecen algunos ´badenes´ que sortear. El truco está en reconocer estos golpes como lo que son: una parte perfectamente normal de la ´ingeniería aventurera´ que supone construir el primer vehículo capaz de alcanzar las 1.000 millas por hora». No es de extrañar que Green siga de cerca las evoluciones de su montura, porque va a desafiar las leyes de la física como nunca antes se ha hecho. Por poner un ejemplo, si logra alcanzar la tan ansiada velocidad, cada una de las ruedas del Bloodhound girará a 10.200 revoluciones por minuto, o lo que es lo mismo, dará 170 vueltas cada segundo y provocará 50.000G de fuerza. Precisamente por eso parte de la aerodinámica del vehículo ha sido desarrollada por expertos en aviación militar, como el caso de la gran aleta posterior, construida por un equipo del Escuadrón 71, especialistas en reparación de la Fuerza Aérea británica.
Y después… ¿qué?
El duro trabajo realizado en el desarrollo y la cercanía del ´día D´ tienen exhaustos tanto a Green como al resto del equipo. «¿Que si todos vamos a tomarnos un merecido descanso cuando todo esto acabe? Seguro que sí. Pienso navegar junto a mi mujer y despejar la mente, para luego comer algo en un puerto con el barco aparcado frente al bar. Así es como imagino mi vida en tres años».
ASÍ ES UN AVIÓN SOBRE TIERRA
El Bloodhound SSC mide 13,4 metros de longitud y tiene un peso de 7,8 toneladas. Cuenta con cuatro ruedas, las dos delanteras situadas justo bajo el puesto de conducción, y las traseras, fuera de la estructura y casi al final de la carrocería. El sistema de propulsión se encomienda a dos motores: un reactor Eurojet EJ200 procedente del avión de combate Eurofighter Typhoon, situado en la propia estructura del vehículo, y un cohete Nammo, justo encima del anterior. Ambos son capaces de producir una potencia máxima de 135.000 CV y un par de casi 5.400 Nm; es decir, ocho veces más de lo que producen todos los coches de una parrilla de Fórmula 1. Curiosamente, el sonido producido por su funcionamiento es de apenas 140 decibelios, poco más que los monoplazas con motor V8 de hace dos temporadas. Si se cumplen las simulaciones por ordenador, el Bloodhound alcanzará las 1.000 millas por hora –1.609,34 km/h– en apenas 7 km. |