Ruta por Gambia:
Llevamos más de siete horas aguantando estoicamente en medio de una apretada e inmóvil fila de destartalados vehículos en la calle principal de Barra, convertida, de repente, en un inmenso barrizal por obra y gracia de un tremendo chaparrón («showers» como lo llaman aquí). La humedad del vecino Atlántico es omnipresente y el propicio clima de la estación lluviosa trae consigo grandes cantidades de agua. El bullicio y el ir y venir de personas, semovientes y todo tipo de artilugios sobre ruedas, casi siempre de tracción animal, resulta fascinante y nos sentimos afortunados de ser actores en esta multicolor escena de pura vida africana.
Tan pronto abandonamos el coche para dar una vuelta y estirar las piernas, un enjambre de vendedores nos ofrece con una sonrisa, pero con tremenda decisión, una amplísima variedad de mercancías; desde artesanía y productos tradicionales, almendras, mangos y otras frutas, hasta ofertas «tecnológicas» como pilas y mecheros y, sobre todo, tarjetas de prepago de Africell, la compañía de telefonía móvil local.
Resulta impresionante para el viajero blanco ver como las esbeltas mujeres de la etnia wolof recorren lenta, pero majestuosamente, la fila de vehículos, con su pesado cesto de mercancías en perfecto equilibrio sobre su cabeza. La espalda estirada y el cuello recto en una impecable pose de elegancia, que ya quisieran muchas modelos de renombre.
A las once de la noche y en el último barco del día conseguimos finalmente meter con calzador nuestro viejo Land Cruiser en el herrumbroso y sobrecargado ferry ´Johe´, para cruzar el estuario del Gambia, el caudaloso río que da nombre y toda la vida a este pequeño país. Eso sí, el precio del billete es de auténtico derribo (10 euros para el coche y dos pasajeros).
Aunque algunas guías turísticas afirman que suelen divisarse delfines durante la travesía (casi una hora de navegación para cubrir los escasos 5 kilkómetros de la desembocadura del río), arribamos a Banjul sin el mínimo rastro de estos simpáticos mamíferos acuáticos. La bulliciosa capital del país nos recibe prácticamente a oscuras, debido a los numerosos cortes de luz que se suceden por estos lares.
¿Qué es La Gambia?
Aunque fueron los portugueses en el s. XV los primeros europeos en explorar la desembocadura del río Gambia, el Tratado de Versalles (1783) otorgó los derechos sobre esta zona al Imperio Británico. Tras la abolición de la esclavitud en 1807, los barcos de la «Royal Navy» comenzaron a asaltar los barcos negreros de otras naciones para evitar el comercio de esclavos con América. Así dio comienzo una etapa colonial que finalizó en 1965 con la independencia y creación del actual estado. Una fallida reunificación con Senegal (bajo la denominación de Senegambia) en 1982, que duró siete años, algunos golpes de estado incruentos y elecciones manifiestamente manipuladas han propiciado diversos cambios de gobierno hasta nuestros días y han impedido el asentamiento y despegue definitivo de este país, el más pequeño de África, incrustado en la geografía de Senegal y con una superficie similar a la de la provincia de Soria. Su ajetreada historia y, sobre todo, sus fabulosas playas, atraen a numerosos turistas europeos (sobre todo británicos), pero también españoles gracias a los vuelos directos que no hace mucho se han establecido con Banjul.
La capital del país es una ciudad desordenada y sucia, con los pocos edificios coloniales que se mantienen en pie mostrando un total estado de abandono. Los letreros de las calles han sido cambiados hace poco (naturalmente con los nombres de los «héroes» de su independencia), pero los lugareños y taxistas todavía utilizan la antigua y más evocadora denominación, Cotton Street, Hill Street€ Gracias a ellos podemos visitar Albert Market, con un colorido y muy animado mercado de frutas y verduras.
Banjul también es la meta de una inusual carrera anual de coches, la Plymouth-Banjul Challenge, donde los participantes deben conducir un coche con un valor máximo de 100 libras británicas. A imagen y semejanza del Rally París-Dakar, los coches parten desde el sur del Reino Unido, en una carrera de unos veinte días y los vehículos supervivientes son vendidos o donados en Gambia.
Muy cerca de la capital y al pie de paradisiacas playas, Serekunda es la ciudad más poblada del país y el motor de su incipiente industria turística, con imponentes y algo horteras hoteles, regidos en su mayoría por indios y libaneses. Tras la excitadísima espera y travesía en la gabarra de Barra a Banjul, a altas horas de la madrugada damos con nuestros agotados huesos precisamente en el Hotel Senegambia, en su día el mejor hotel del país y paradigma del turismo africano de sol y playa.
No hay nada más sorprendente para un viajero «especializado» en África, autónomo en su 4×4, que verse rodeado en un hotel «cinco estrellas» por decenas de turistas británicos (y algún español despistado), enrojecidos al sol como gambas de Sanlúcar y atacando en marcial fila india unos «srambled eggs & bacon» a la hora del desayuno. Nos sentimos como marcianos en la Puerta del Sol y con deseos irrefrenables de salir corriendo hacia horizontes despejados y playas solitarias.
Un relajante paseo por el animadísimo mercado de Serekunda bien merece la pena, con todo el colorido, productos naturales y pura vida del África negra. Muy cerca también visitamos animados poblados de pescadores, que emplean barcos y herramientas artesanales y ofrecen al viajero compartir su experiencia. Si eres marinero y te gustan las emociones fuertes, disfrutarás de lo lindo en una de sus pinazas, agitada con una hoja por el fuerte oleaje del Atlántico y metido de lleno en una larga jornada de pesca.
Para disfrutar de la pesca, la naturaleza semitropical y el contacto con los tranquilos habitantes de este país, no hay nada mejor que detenerse en alguno de los «campsites» junto al mar. Sus instalaciones resultan básicas y lejos de cualquier estándar occidental, pero su idílico entorno de palmeras y húmeda vegetación grabarán memorias imborrables en tu mente. ¡Qué gran contraste con el Senegambia!
Remontando el río Gambia
Si tras unos días de descanso quieres internarte en el país, nada mejor que remontar el curso del Gambia, la arteria principal del país. Las carreteras son escasas, pero resulta muy sencillo ir enlazando caminos con un rumbo prefijado, dejándote llevar por la intuición, las indicaciones entusiastas de sus habitantes y la belleza del paisaje. Así descubrirás pequeñas aldeas y paisajes fascinantes, completamente apartados de las rutas turísticas. Si quieres reencontrarte con los de las chanclas y la piel roja, hay pequeños lugares de visita recomendados en las guías, que normalmente se alcanzan desde un crucero turístico por el río.
A unos 300 km tierra adentro, Georgetown (ahora el nombre oficial es Jangjang-Bureh) es un importante centro administrativo, con algunas calles abarrotadas y un mercado bien abastecido, donde reponemos alimentos básicos y fruta. Pero, más allá de la primera impresión, el equipamiento es mínimo y carente de cualquier planificación. El pueblo tiene su origen en un puesto militar británico, está asentado en una preciosa isla fluvial de 10 km de longitud y 2,5 de anchura y tiene conexión mediante ferry con ambas orillas del Gambia.
Cruzamos a la otra orilla para visitar el Parque Nacional del río Gambia, el mayor del país, formado por un conjunto de cinco islas habitadas por monos babuinos y chimpancés. La espesura y húmeda atmósfera del bosque tropical ofrece sensaciones increíbles, pero divisar los primates no resulta tan fácil. Acampados en una solitaria playa a orillas del río y mientras disfrutamos de la pesca bajo una cálida puesta del sol, los atronadores aullidos de una cercana hembra de hipopótamo y su cría ponen el broche final a este formidable viaje.