Sí, lo sé, esto puede resultar un tanto polémico. Así que debo dejar bien claro que esto no es información, sino que simplemente voy a compartir experiencias que, probablemente, a ti también te hayan sucedido.
Os pongo en situación. Viernes, 7:30 de la mañana. Circulo en un BMW M2 de color azul clarito, el mismo que utiliza Hyundai en su modelos N más deportivos, por una de las principales carreteras que dan acceso a Madrid. Últimamente, habréis observado que la gente tiende a conducir más despacio o, al menos, cuando voy a 120 km/h adelanto a coches con mucha facilidad en zonas a las que se puede circular a esa velocidad. Y, si por algún casual, excedo levemente ese límite, ya ni os cuento. Supongo que será para gastar menos carburante, viendo la compleja situación económica que atraviesa el país en estos momentos.
La cuestión es que recorro esa carretera todos los días. A veces, para venir a la ofician; otras, para irme a mis recorridos de pruebas; y en otras muchas, para mis asuntos personales. He calculado muchas veces cuántos kilómetros recorro al año. Difícil de decir porque, al año, me subo en no menos de 200 coches diferentes. Sin embargo, sí os digo que cada semana supero ampliamente los 1.00 kilómetros recorridos. Eso, al año, no son menos de 50.000 km, la mayoría por carreteras secundarias y vías rápidas.
La cuestión es que, desde siempre, percibo un extraño fenómeno que ahora os voy a relatar: el imán. Salgo al carril izquierdo y, cuando me acerco a un coche para adelantarle, empiezo a notar cómo, poco a poco, se va arrimando hacia su izquierda, aunque vayamos en línea recta. Normalmente, se queda en el mismo borde de la línea, sin llegar a invadir el carril por el que circulo, pero es lo suficiente como para hacerme dudar sobre si se va a meter delante de mí o no.
¿Por qué ocurre esto? No tengo ni idea. Pero, con el paso de los años, me he dado cuenta de un detalle: me pasa sobre todo cuando circulo con un coche llamativo, ya sea un deportivo, un coche nuevo y poco visto o uno con colores llamativos. Y, después de ver sus caras cuando les adelanto y darme cuenta de cómo miran el coche, estoy seguro de que esa tendencia a meterse en el carril se debe a una simple cosa: están mirando por el retrovisor izquierdo el coche que llevo y, sin darse cuenta, se van desviando hacia la izquierda. Es por simple curiosidad. Y la curiosidad mató al gato…
Estoy convencido de que nadie lo hace para cerrarme o impedir que le adelante, y en ocasiones hasta observo cómo, nada más adelantarles, se dan cuenta de que se están yendo hacia el carril que ocupo y, a continuación, veo por el retrovisor cómo giran, a veces violentamente, hacia la derecha.
Y la cuestión es: ¿cuántos metros recorren esos conductores mirando por el retrovisor al coche que llevo en lugar de hacerlo hacia delante? Sin duda alguna, en ese momento soy una distracción para ellos. Y, por desgracia, las distracciones están entre las principales causas de siniestrabilidad de este país.
Por tanto, y más allá de la anécdota, voy a utilizar este texto para tratar de concienciar a los que estéis leyendo esta entrada de que hay muchos tipos de distracciones, y no todas son utilizar el móvil o mirar la pantalla central. Y, según las vayamos eliminando de nuestros vicios, seguro que mejoraremos la seguridad, tanto la nuestra como la de los demás usuarios de la vía.