Para la investigación, Ford recurrió a una serie de unidades recién salidas de fábrica y a algunos coches prestados por sus empleados. En primer lugar, tomaron muestras de diversas partes de los interiores de estos coches: Volante, botones de los mandos, palanca de cambios, tiradores de las puertas… de esta manera, se determinó que las principales concentraciones de baterías se encontraban en el volante y los huecos posavasos. Uno de los investigadores de la Universidad de Michigan describió los interiores de los coches como «ecosistemas complejos donde trillones de microorganismos interactúan entre sí, con los seres humanos y con su entorno».
A continuación, los responsables del estudio aplicaron distintos productos químicos que se usan en Estados Unidos para acabar con estos seres microscópicos, como los iones de plata o las sales de amonio. Aplicaron estas sustancias a los plásticos de los vehículos analizados, y así se dieron cuenta de que existe un nuevo problema: La vida útil de las piezas del interior de un coche es muy superior al tiempo durante el que estos productos tienen efecto. Además, existe el riesgo de que dañen los propios materiales sobre los que son aplicadas. Por eso Ford usará los hallazgos del estudio para utilizar materiales que no se vean tan atacados por los microbios, teniéndolos en cuenta a la hora de concebir los acabados de un modelo. Ford trabaja en el desarrollo de nuevas técnicas de fabricación y tratamientos con los que modificar los compuestos y evitar que se degraden tanto con el tiempo. La firma del óvalo ya está probando vehículos de desarrollo sobre los que se ha aplicado Agion, una sustancia protectora compuesta por iones de plata.