Memorias de África: la historia de amor entre un Porsche 356 y su propietario

Al final, el Amor triunfó. Como en toda buena peli romántica. Aunque en esta ocasión no terminó en boda, pero sí en el comienzo de una curiosa luna de miel y el «comieron perdices€».
Por un lado, Andrew Gunn. Es enólogo, coleccionista de arte y vive en mitad de la exuberante vegetación de Sudáfrica. Tiene familia, una granja con viñedos de gran belleza (la Iona Wine Farm) y toda una vida de esfuerzo y superación.
No es un modelo cualquiera. Y no solo porque nos encontramos con todo un Porsche 356 perfectamente restaurado. De cuatro cilindros, 1.582 cm3 con transmisión manual de 4 velocidades y tracción trasera, de finales de los 50. Alcanza los 175 km / h y acelera de 0 a 100 en 15 segundos. Aún hay más. Es un modelo que le tiró a su dueño la flecha del amor€ un día de 1969.
Aquel año, Andrew contaba con 19 años y estudiaba Ingeniería Civil en la universidad. Y sufrió ese mariposeo en el estómago de los amores juveniles. Quedó prendado de las hermosas líneas de Porsche 356. Pero como en Sudáfrica había muy pocas unidades, tuvo que trabajar durante las vacaciones para conseguirlo. Por 675 rand sudafricanos (400 euros del momento), pasó a ser «la pareja legal» de uno de los coches alemanes más bellos de todos los tiempos. Pero como en toda historia de amor€ el mundo le puso trabas, problemas y pruebas. Como en las pelis.
Y es que las cosas no fueron bien en la universidad, y Andrew se vio obligado a abandonar los estudios. Creyó entonces que en su trabajo le irían mejor las cosas, pero cinco años después la predicción no se cumplió.
Nuestro protagonista tuvo que dar un giro a su vida (el primero). Volvió a los estudios y, en cierto modo, le fue infiel a la marca alemana cuando se topó un Austin-Healey 3000. Con el nuevo acompañante, los estudios y el Porsche, no podía hacerse cargo de todo.
¿Por qué tomamos algunas decisiones? ¿Nos mueve la pasión, la lógica€? «En qué estaría yo pensando€» nos preguntamos después tantas veces. Así somos. Y es lo que le pasó a nuestro protagonista, que una vez que pudo terminar la universidad se propuso buscar a su «amado» con neumáticos. No pudo olvidarlo.
Pero cariño, ¿qué te han hecho?
Tenía una ventaja importante: mantenía los datos de la persona a la que se lo había vendido, así que contactó con él y cerró el trato€ del reencuentro. Pero lo que se encontró nuestro amigo fue un modelo en un estado lamentable. Desde una carrocería que parecía pintada a brochazos, hasta un total abandono del mantenimiento del coche, que hizo que tuviese una grave rotura de motor y lo suplantase por una mecánica Volkswagen. La guarnición original había sido sustituida por cubiertas de pieles rojas.
Esta visión hizo que a Andrew se le rompiera el corazón. Estaba indignado de cómo el dueño había «tuneado» aquella maravilla automovilística.
Había que recuperar al primer amor. Al verdadero. Había que rescatarlo de alguien que, en realidad no podía darle lo que él sí podía. Sin embargo, la otra «pareja» no estaba dispuesta a vender el coche. ¿Se dio por vencido nuestro Andrew? ¡En absoluto!
Luchó por aquel Porsche y consiguió que su dueño le dejara restaurarlo para dejarlo en su estado original. Y formalizaron un acuerdo como copropietarios. Ahora, las sinuosas curvas del Porsche 356 de 1958 brillan con la exótica luz que también baña los viñedos más prestigiosos de Sudáfrica.
Andrew recuerda, con mucha modestia, que también se convirtió en un conductor muy respetado en la escena automovilística del país, llegando a ser presidente del Club Porsche de Sudáfrica. Por sus manos han pasado otros míticos modelos de la marca alemana, pero ninguno como su primer amor.
No se considera un coleccionista, no trabaja de Ingeniero, disfruta del arte y sus tierras. El curvilíneo 356 siempre será el primer amor de Andrew. Y por eso tiene un álbum de recuerdos en donde no falta este protagonista mecánico y algunas anécdotas que ha vivido con él, y que podríamos seguir contando.
Pero las ilusiones y el amor por lo que quieres y deseas, como siempre, reclaman su espacio a cambio de menos palabras. Porque el punto final a esta historia de amor es la seguridad de que, en el presente y el futuro, el afecto será atemporal entre él y este coche de finales de los 50.
Y ambos envejecerán como el vino, porque como él mismo asegura, separarse de nuevo, ¡nunca más!
Fotos: Frederik Dulay