En un tiempo en el que la navegación se realizaba con sextantes y brújulas, un grupo de hombres decidió conquistar las tierras heladas más inhóspitas del planeta –las situadas en los Polos– empleando vehículos motorizados. No fueron ajenos al hambre ni a la sed, y casi todos dieron su vida por el honor y el reconocimiento.
«Se buscan hombres para peligroso viaje. Salario reducido. Frío penetrante. Largos meses de completa oscuridad. Constante peligro. Dudoso regreso sano y salvo. En caso de éxito, honor y reconocimiento». Este es el texto del anuncio puesto por Ernest Shackelton en 1901 en el diario The Times con motivo de la Expedición Antártica Discovery, la primera de las cinco que realizaría el explorador irlandés y que demuestran las condiciones a las que los osados aventureros deberían enfrentarse.
Por la Antártida a motor
En 1907 Shackleton organizó y lideró la British Antarctic Expedition. El objetivo principal de la misma era alcanzar el Polo Sur. La expedición, también conocida como Nimrod –por el buque utilizado en la misma–, llevaba un automóvil cedido por el fabricante escocés Arrol-Johnston. Este coche debía realizar labores de transporte, junto con unos ponis de Manchuria que Shackleton decidió llevar en lugar de perros. La razón de desestimar la ayuda canina fue el mal resultado ofrecido por estos en una expedición realizada años antes junto a Robert Scott.
Desde un primer momento, el vehículo dio muchos problemas: su excesivo peso y la mala tracción de sus neumáticos hicieron que sólo se empleara para arrastrar trineos en la zona del campamento base. A la vuelta y hartos del citado automóvil, los miembros de la expedición dejaron que cayera por la borda, en medio de una tormenta.
Entre los éxitos de la expedición destaca la primera ascensión al monte Erebus. Aunque sus integrantes no alcanzaron el Polo, fueron los primeros humanos en atravesar la Cordillera Transantártica y en pisar la Meseta del Polo Sur. A su regreso al Reino Unido, Shackleton fue nombrado Sir y, hasta diciembre de 1911, fue el hombre que más se aproximó al Polo Sur. Cuando a su vuelta le preguntaron acerca del fracaso de su expedición, éste respondió con pragmatismo: «Mejor ser un burro vivo que un león muerto». Hay que destacar que Shackleton y su grupo tuvieron mucha suerte a su regreso, ya que sus provisiones se habían reducido al mínimo, pero contaron con una climatología «benevolente», algo que no sucedería tres años después en el viaje de Scott.
En un infierno de hielo
Durante el verano antártico de 1911 y 1912, cinco exploradores británicos y cinco noruegos se enfrascaron en la carrera más dura y épica del siglo XX, repleta de sacrificio y tesón.
«¡Señor mío! Éste es un lugar horroroso y es terrible que nos hayamos esforzado por llegar hasta él sin ser los primeros.» Así narraba Scott su dramática experiencia en tierras antárticas, al enterarse de que el noruego Amundsen había llegado al Polo Sur antes que ellos. Aunque el capitán Scott ya había realizado un viaje de 645 kilómetros hacia el mar de Ross, fue el fiasco de Shackleton en 1908 lo que animó a Scott a intentar la conquista del Polo austral.
Durante la planificación del viaje se desestimó la idea de emplear un coche, en vista del mal resultado que le había dado a su compatriota. Aunque Scott sí se interesó por unos trineos motorizados diseñados por el francés Jean Baptiste Charcot, que empleaban un motor DeDion-Bouton. Tras algunas pruebas en los Alpes, se decidió que era conveniente instalar cadenas para no tener problemas de tracción, pero al final su uso en la Antártida se redujo a un papel testimonial en las cercanías del campamento base.
Tras un viaje lleno de penurias, y después de alcanzar el Polo Sur, las condiciones meteorológicas con las que se encontró Scott fueron extraordinariamente adversas. Con las nuevas tecnologías se ha analizado la ruta que empleó y, a diferencia de la seguida por Amundsen, más al este de la Barrera de Hielo de Ross, la del oeste presentaba una peor climatología. Además, Scott se enfrentó a unas condiciones atmosféricas que sólo se dan una vez cada cien años, con temperaturas de -80°C. La pérdida de peso motivada por el extremo esfuerzo físico redujo también la grasa corporal, y con ella la capacidad de aislamiento térmico.
Amundsen y sus compatriotas consiguieron regresar, mientras que Scott y los suyos perecían en el intento. Las últimas anotaciones del explorador inglés recogidas en su diario dan fe de lo duro de su viaje: «Vamos a seguir con ello hasta el final, pero cada vez estamos más débiles, y el final no puede estar lejos. Es una pena, pero no puedo escribir más». Fueron sólo 16 kilómetros los que separaron a Scott y sus compañeros del lugar donde almacenaban las provisiones que les hubieran salvado la vida.
Investigó la deriva de continentes
Aunque durante los años 20 había participado en expediciones a Groenlandia, Alfred Wegener, biólogo y meteorólogo alemán, buscaba afianzar su recién enunciada teoría de Deriva de Continentes –que no fue aceptada hasta 1950– además de estudiar el comportamiento de las masas de aire, que más tarde darían como resultado el descubrimiento de las corrientes de chorro –flujos rápidos y violentos de aire–.
Así, en 1930, y tras recibir del gobierno alemán 120.000 dólares, montó su base en un paraje inhóspito de este país. Para circular, la expedición empleó unos trineos carenados y motorizados con una hélice. Tras seis meses de climatología adversa y con las reservas bajo mínimos, Wegener y sus dos compañeros –Fritz Loewe y Rasmus Villumsen– tuvieron que partir para reabastecerse, pero una tormenta con temperaturas inferiores a los -60º acabó con la vida de estos exploradores y pioneros del todoterreno.
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