Para poder disfrutar de un paisaje lunar en plena Tierra no hace falta recurrir al cine. El Parque Nacional de Timanfaya es precisamente ese escenario completamente original y descubrir sus secretos resulta una experiencia altamente recomendable para todos los que tengan alma de viajeros.
En el interior del parque se levanta una cadena de volcanes que produjeron las erupciones más decisivas hace más de dos siglos en las que se conoce como Montañas del Fuego.
Acceder a ellas es el primer paso para adentrarse en este paraje sobrecogedor que no podemos comparar con nada del mundo conocido. Y un buen punto de partida es el Islote de Hilario, un lugar donde el subsuelo se encuentra a una temperatura de 140ºC a tan sólo 10 centímetros de profundidad. Es aquí donde los visitantes suelen participar en experimentos geotérmicos al tiempo que observan géiseres artificiales que producen unos tubos en el suelo cuando se arroja agua fría.
Diseñada por Jesús Soto, estrecho colaborador de César Manrique, se trata de un recorrido donde podremos contemplar los lugares de mayor interés en unos autobuses acondicionados. Así nos adentramos en un recorrido de 14 kilómetros a lo largo de los cuales contemplaremos las numerosas alineaciones de volcanes, lenguas de lava, hornitos y tubos volcánicos.
Descubrir la ladera sur del volcán de Timanfaya a lomos de un camello, evocando el uso que hacían de estos animales los agricultores de la isla hace siglos, es otra de las experiencias que hay que probar. La duración del recorrido es de unos veinte minutos y no hace falta reserva si se llega en el horario adecuado: entre las nueve de la mañana y las cuatro y media de la tarde.
La actual línea de costa –formada al entrar en contacto la lava de las erupciones volcánicas con el agua del mar– es muy recortada y accidentada, y por ella discurre esta ruta que nos permitirá conocer el oeste del parque. Se recomienda llevar unos prismáticos para observar las gaviotas, pardelas, petreles, chorlitejos o los charranes que aquí tienen su hogar.
Para saber cómo fue la vida de los lanzaroteños durante el periodo de las erupciones, entre 1730 y 1736, solo hace falta descubrir esta ruta de unos tres kilómetros que evoca cómo los isleños se adaptaron tras la catástrofe. En un paisaje dominado por volcanes y tierra quemada brota el verde de cultivos tradicionales, fruto del esfuerzo del hombre por sobrevivir en tan inhóspito paisaje.
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