Salares a gran altura

Ruta 4×4 por el sur de Bolivia y norte de Chile

Marian Ocana
Marian Ocana
Ell norte de Chile nos sorprende con su cara seca, retorcida y salmuerizada en un desierto inhóspito a miles de metros de altitud. Entre tanta aspereza... paraísos perdidos como diamantes engarzados en una diadema de desolación. El cautivador altiplano andino, que no conoce fronteras, es cómplice con su homólogo en Bolivia compartiendo tierra, cielo, nubes y sal.


Cerca de Antofagasta, a los pies de la cordillera de la costa pacífica, el desierto de Atacama nos lanza delicados mensajes para que nos introduzcamos en su atormentado territorio. Pero conocemos sus argucias y por ello llevamos con nosotros 100 litros de combustible en bidones, 75 litros de agua, fruta, vegetales, pan, comida envasada y el GPS en perfecto estado de funcionamiento. Pablo Neruda escribió: «Alguna vez, cerca de Antofagasta, entre las malgastadas vidas del hombre y el círculo arenoso de la Pampa, sin ver ni oír me detuve en la nada; el aire es vertical en el desierto, no hay animales (ni siquiera moscas), sólo la Tierra, como la luna, sin caminos, sólo la plenitud interior del planeta.»
Bien pertrechados iniciamos el avance por un rostro descarnado por la implacable naturaleza y pasan tan sólo unas horas cuando nuestro muy cargado Montero hace crujir bajo sus ruedas nubes de sal que nos anuncian la entrada en el altiplano. El Salar de Atacama es una depresión sin salida de aguas, hacia ella discurren las nieves andinas derretidas originando lagos cautivos que, por evaporación, generan los salares. Bajo la sal hay un gran lago que deja escapar esporádicas lagunas como la de Chaxa, donde una extensa colonia de flamencos se instala cada año para anidar. Pero en las lindes del gran Salar, la naturaleza, tan feroz como generosa, con un simple toque hace brotar esporádicamente, en medio de la aridez más absoluta, el maná de la vida: agua. Ahí están los oasis donde se asentaron, desde tiempos prehispánicos, grupos indígenas que desarrollaron la denominada cultura atacameña.

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Al otro lado del Salar de Atacama, la Cordillera de los Andes muestra su impresionante hilera de volcanes nevados, donde el humeante Láscar (5.154 metros) se encuentra en activo. En poblados como Camar, Toconao, Peine, Socaire… los cultivos en terraza dominan la técnica agrícola de la región atacameña aprovechando las quebradas. También se ven varios «pukarás» (fortalezas), como el de Quitor, donde antiguas civilizaciones se defendían de los ataques de sus conquistadores, los incas y, posteriormente, de los españoles.

La capital del desierto, San Pedro de Atacama, a 2.425 metros, es un pequeño burgo romántico que constituye el corazón humano de la zona y etapa obligada de descanso y aprovisionamiento. Desde ella seguimos ascendiendo hasta superar los 4.000 metros; las pistas de ripio polvoriento siguen siendo el suelo que pisamos durante kilómetros con la presencia del descomunal y activo volcán Putana, de 5.890 metros en su cumbre.

Acampar en el Tatio fue una experiencia durísima debido a los 13º bajo cero que padecimos a sus impresionantes 4.350 metros de llana altura. Nos metimos en nuestros sacos forrados de ropa e intentamos dormir, pero estas alturas provocan sueños agitados y pesadillas más propias de estar entre demonios que tan cerca del hogar de los ángeles. Desde las tres de la mañana aguantamos en vela el terrible frío, intentando conservar el calor de nuestros cuerpos como podíamos. Fue un alivio ver a través de la lona de la tienda los primeros rayos de un sol que iba cincelando sombras a nuestro alrededor. En un visto y no visto estamos totalmente vestidos y calentando el desayuno a la luz de la incipiente luminosidad de un sol que todavía bosteza. A esa hora se despereza también la tierra con ademanes de dragón, lanzando bufidos, vapores por todos sus orificios y babas hirvientes por sus incontables fauces. Las nubes de los géiseres que salen del averno rompen la negrura mientras trepan hacia un firmamento que inicia su retirada; el espectáculo es soberbio, pero tan sólo dura hasta que llega el domador de la bestia: el sol. Como cada mañana, tras dos horas de lucha entre colosos, el dragón es reducido y confinado a su morada subterránea para dormirse hasta el siguiente amanecer.

Ascensión progresiva

Para saltar a un nuevo altiplano hemos de regresar a la costa y, desde Arica, dejamos una vez más el nivel del mar para alcanzar nuevamente los 4.500 metros de altitud. La ascensión ha de ser progresiva, con un alto mínimo de un día o dos a una altura intermedia para ir aclimatándonos. Ese enclave suele ser el bonito e histórico Putre, que a 3.500 metros es el único centro de servicios de la zona. La naturaleza es agresiva a estas alturas, pero aún así nos encontramos algunos pequeños pueblos, recogidos y diseñados con gruesos muros para aguantar el invierno. Y llegamos a otro álgido enclave del altiplano chileno: el mayestático Lago Chungará, el que está situado más alto del mundo, a 4.570 metros sobre el nivel del mar. Hemos de decir adiós al sorprendente y bellísimo altiplano chileno y decimos hola al boliviano. Vamos a saludar en persona al más alto y extenso salar del mundo: el de Uyuni.

bl 018El avance es lento debido a las pistas de rocas, vadeos de ríos y una interminable sucesión de socavones. El clima es seco y frío. Hemos acampado a 3.970 metros, pero la temperatura tan sólo ha bajado a 1ºC bajo cero, todo un lujo. Desde hace unos días ya conciliamos el sueño con normalidad y llegamos en perfecta forma a un mar de soledad blanca. Levantamos nuestro campamento a 3.650 metros, sobre la nube sólida más alta del mundo: el Salar de Uyuni. El viento sopla sin obstáculos en esta infinita llanura, es inútil buscar refugio y la temperatura baja hasta 4ºC bajo cero, pero, tras las acampadas en el Tatio, consideramos esa cifra como un regalo.

Es una perfecta autopista de más de 200 kilómetros de ancho, se puede circular a la velocidad que se quiera y en todas direcciones, pero… no hay referencias, el GPS se convierte en herramienta imprescindible para que nuestro Montero navegue libre sobre este cuajado océano níveo sin horizontes. Tampoco hay que confiarse con esta superficie aparentemente dura y lisa, «los ojos de sal» pueden pestañear y podemos quedar atrapados en sus temibles trampas acuíferas. Esporádicamente aparecen islas rompiendo la perfecta llanura de salmuera. La Isla del Pescado o la isla Incahuasi («Casa del Inca») son los puntos más emblemáticos al avanzar por el interminable salar y unas buenas referencias para reorientarse. Los únicos inquilinos sobre las lomas de estos terruños terrestres son las centenas de obstinados cactus erigidos en tenebrosos celadores. Playas cristalizadas, olas coaguladas, impávidos espectadores enhiestos repletos de espinas y un atardecer con un firmamento de brillos áureos bajo los pies marcarán para siempre a los viajeros que se adentren a explorar este rincón del mundo.

 

Mitsubishi Montero