Hace tres años, Gunther Holtorf terminó de completar una de las más largas rutas llevadas jamás a cabo en un todoterreno. Todo comenzó hace casi tres décadas, en esa época en la que los mapas eran de papel, las máquinas de fotos usaban carretes, las videocámaras grababan sus burdas películas en cintas magnéticas, y los teléfonos móviles eran enormes, escasos, casi inútiles y tremendamente caros.
En diciembre de 1988, Gunther comenzaba en Kenia un viaje que le llevaría a cruzar 411 fronteras fuera de la Unión Europea, embarcar su vehículo en 113 ocasiones y enviarlo 41 veces en un contenedor. Después de cinco años en África llegó Sudamérica. Desde allí, saltó al norte del continente, y más tarde siguieron Asia y Australia; más de un cuarto de siglo recorriendo hasta 215 países, regiones, territorios autónomos… registrando cada momento y manteniéndolo todo almacenado hasta completar el viaje, siempre con la mayor discreción, a fin de hacer posible el paso por las fronteras más complicadas llamando la atención lo menos posible.
La fiabilidad de Otto, el nombre con el que se bautizó a este Mercedes 300 GD, es una de las claves del viaje, aunque la fiabilidad es cosa de dos: de la máquina y del hombre. Gunther presume de que Otto nunca le dejó tirado, pero también admite que él es partidario de revisarlo todo periódicamente y de reemplazar o arreglar cada componente antes de que realmente se rompa. Así, por ejemplo, los cojinetes del eje delantero se sustituyeron hasta en ocho ocasiones, ya que, según Gunther, no son capaces de hacer 250.000 kilómetros fuera del asfalto. En Daimler puntualizan que el desgaste del vehículo en uso off-road y en constantes condiciones de sobrecarga es 2,5 veces superior al normal. En cualquier caso, Gunther utilizó siempre sus periódicos pasos por Alemania para dejar a Otto como nuevo antes de emprender cada nueva etapa de la ruta.
Sólo con lo básico
El minimalismo es otra de las claves de su éxito. Gunther desmontó él mismo el sistema de aire acondicionado y eliminó el cierre centralizado. Un cabrestante manual, unas planchas para la arena, una pala, una cocina, un rudimentario camastro en la zona trasera, dos ruedas de repuesto, un depósito adicional de gasóleo de 60 litros, herramientas básicas y todos los recambios y víveres necesarios son la única preparación de Otto, que conserva su tranquilo motor diésel de tres litros y 88 CV.
Muchas cosas han cambiado desde que a mediados de 1988, con 51 años por aquel entonces, Gunther decidiera retirarse de su trabajo de directivo en Lufthansa, comprar el Clase G, conocer a Christine, su cuarta esposa, y comenzar una segunda vida a bordo de su todoterreno. Gunther, a sus 80 años, continúa disfrutando de su retiro. Christine, quien acompañó al aventurero alemán durante la mayor parte de su viaje, falleció de cáncer en 2010, pero antes de morir hizo prometer a Gunther que completaría la ruta sin ella. Martin, el hijo de Christine, fue adoptado por Gunther y le acompañó durante las últimas etapas de su viaje. Otto descansa, desde 2014, en el Museo Mercedes, en Stuttgart (Alemania), y es uno de los vehículos más admirados de su vasta colección.