Después de 67 años de producción ininterrumpida, el clásico Land Rover, personificado en su heredero actual, el Defender, cesará su producción en la planta británica de Solihull, donde empezó a ensamblarse en 1948.
Las mismas fuentes de la marca que pusieron fecha al final del Defender adujeron razones legales y medioambientales para terminar con este emblemático modelo. En concreto, explicaron que el Defender, tal como lo conocemos, no podría adaptarse a los límites de emisiones que entraran en vigor en Europa en 2020. Aunque, para ser más correctos deberíamos hablar de una cuestión de rentabilidad, porque tecnicamente se podría adaptar, aunque esta labor requeriría una inversión que convertiría la fabricación del Defender en un negocio pcoo rentable.
En el debe del todoterreno británico hay que colocar que es un automóvil bastante caro de producir, puesto que por su configuración, su línea de produciión no está tan automatizada como la de otros modelos más modernos. Del mismo modo, presenta importantes anacronismos en materia de ergonomía y seguridad; de hecho es uno de los escasos automóviles que se venden en Europa sin airbags. A pesar de todas estas carencias, el Defender es uno de los automóviles más carismáticos y con una clientela más fiel. Aunque su precio es elevado su demanda es muy rígida, vendiéndose anualmente alrededor de 20.000 unidades en todo el mundo. Eso sí, en Europa esta cifra es mucho más reducida y, según datos de JATO, en lo que va de año apenas se habían sobrepasado las 560 unidades.
Por o que respecta a su sucesor, poco se sabe, salvo que difícilmente llegue a los concesionarios antes de 2019. En un principio, se quiso ver en el Concept DC100, presentado en Fráncfort en 2011, al nuevo Defender, pero desde Land Rover ya han confirmado que este proyecto –que debía ver la luz en 2017– se paralizó definitivamente. El fabricante británcio parece apostar ahora por un chasis de aluminio derivado de los empleados en la gama Range Rover y alguna de las plataformas ya existentes.