Hay algunas «últimas» que, cuando las escribo, pienso que vais a creer que me las invento, como es el caso de esta, pero os prometo que sucedió tal cual la relato en estas líneas.
La historia comienza con un buen amigo que tenía dos Porsche 911. Uno de ellos era cabrio y, a pesar de tenerlo un poco abandonado, en general estaba en buenas condiciones. Uno de los asesores que trabajan con él se lo quiso comprar, a lo que mi amigo accedió. Sin embargo, se lo vendió de una manera especial, porque se lo cambió por trabajos realizados y pendientes de hacer.
El nuevo comprador lo quería dejar impecable y Richard, nuestro mecánico de EE.UU., se puso en marcha realizando todas las reparaciones que hacían falta y dejándolo flamante. El coste de todo, hasta con ruedas nuevas, fue de 8.000 $, pero la misma noche que retiró el Porsche del taller, el nuevo dueño le dio un golpecillo sin importancia al alerón retráctil trasero y, al poco tiempo, dijo que no quería el coche porque le resultaba muy incómodo.
Intenté hacerle cambiar de opinión diciéndole que era un coche genial y que, además había quedado precioso (en realidad, así era), pero le había cogido miedo y no cambiaba de parecer. Pedro, el primer dueño, se enteró y le dijo que se lo recompraba pagándole la misma cantidad que había abonado antes por el coche más lo que él había invertido en dejarlo perfecto. A mí me pareció una buena operación ya que es un súper coche.
Meses después se rompieron los hidráulicos de la capota eléctrica, una avería bastante frecuente en los cabrio. Se reparó y, como no podía ser de otra manera, quedó perfecto.
Todo transcurría normal hasta que Álvaro, un amigo íntimo de los de verdad, me llamó para decirme que José, un amigo suyo, se iba a vivir a Miami y que necesitaría un coche, que por favor le orientase para conseguir uno bueno. Le tranquilicé diciéndole que le ayudaría en lo que necesitara. Dicho y hecho, al poco de aterrizar en Miami me llamó y me dijo que quería un cabrio, que si conocía alguno de confianza, y en ese momento se me iluminó la bombilla y me acordé del Porsche 911 de Pedro. Se lo comenté, aunque le dije que tenía que preguntar a Pedro si lo vendía. Cuando hablé con él le conté toda la historia explicándole que era un buen amigo de Álvaro y parece que le convenció, ya que me dijo que tuviéramos una reunión para conocerle y ver si se lo vendía.
Concerté una comida para tratar el tema, y desde el minuto uno la cordialidad se palpaba en el ambiente. Finalmente, llegaron a un buen acuerdo para realizar la compraventa del coche ya que, además, José iba a pedir un crédito en Estados Unidos para la compra. José venía recomendado de un súper amigo y Pedro lo sabía, pero lo que José no imaginaba es que, cuando dijo que iba a pedir un Uber para volver a casa, Pedro le dijo que se llevase ya el coche. Yo me quedé perplejo y José, atónito, dijo: «¡Si aún no lo he pagado!» A lo que Pedro respondió: «¡No hay problema!». Así que se dieron la mano, José entró en el Porsche y se fue feliz.
Al cabo de los días, Pedro me comentó que como José acababa de llegar a EE.UU. no le daban el crédito y que había accedido a que le pagara 1.000 $ al mes y que, al cumplir el sexto mes, le haría un pago por el resto, pero le dijo que tenía que poner el coche a su nombre. Cuando fueron a una oficina de tráfico para hacer el cambio, José no sabía que aquí se abona el 7% de tasas o impuestos, sea nuevo o usado y que, además, tienes que pagar una placa de matrícula que es personal (cerca de 400 $) ya que, cuando vendes el coche, se la quitas y se la pones al nuevo. El caso es que José pagó todo y, en ese momento, Pedro le indicó que no se preocupase y que si quería le podía empezar a pagar al mes siguiente.
Pero realmente lo que ha sido extraordinario es que Álvaro me preguntó qué pasó con el coche de su amigo y, después de que yo le contase lo ocurrido, me dijo: «Dile a Pedro que yo mañana mismo le pago el coche completo, que no hay problema, es mi amigo y yo me hago cargo». Le expliqué que todo estaba arreglado entre ellos y me insistió tanto que me dio el dinero y me dijo: «Bueno, te doy el dinero y lo tienes tú». Volví a decirle que no hacía falta, que había hablado con Pedro y que confiaba en José plenamente desde el primer momento.
He estado dándole vueltas al asunto durante días y estoy seguro de que antiguamente estos pactos de confianza entre caballeros se deberían hacer así… aunque, a mi entender, no deja de ser un acto encomiable de todas las partes, sobre todo de Pedro.
¡¡Os iré informando!!
Si quieres volar con las águilas, no te bañes con los patos.
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