Fue emocionante el concierto de la Filarmónica de Berlín, televisado a todo el mundo el 1º de Mayo desde el Teatro Real de Madrid con patrocinio de Volkswagen.

El monumento al automóvil, algo pendiente de hacer

Autofacil
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La industria de automoción abunda en estos detalles de apoyo a las artes y a los acontecimientos deportivos, generosidad basada en su fuerza y buenos deseos de ganarse al público en general. Paralelamente las marcas prosiguen, a pesar de la crisis, en el lanzamiento de vehículos personales a diferentes niveles, familiares o de trabajo con permanentes novedades de aspecto, seguridad y cualidades. La evolución ha creado la consiguiente necesidad de información y la atención permanente de la Prensa especializada en toda la diversidad de medios de comunicación.

El automóvil, además de ser el artefacto más soñado, útil y dichoso para las familias, genera multitud de empresas auxiliares, comerciales y de servicios. Por ello, supone la principal cadena laboral en muchos países y la más rica fuente de ingresos directos e indirectos para las arcas de los Estados. Todos estos méritos han creado la necesidad y el agradecimiento de levantar al automóvil un monumento por todo lo alto.

Este honor se me ocurrió hace medio siglo y encargué el proyecto al escultor andaluz, imaginero y excelso pintor, Luis Ortega Bru, cuyo diseño ilustra esta carta editorial. La idea esencial de Ortega Bru fue honrar al automóvil popular, acercado a las familias modestas con las consecuencias de haber establecido la base de nuevos estilos de vida y acercamiento entre las poblaciones, con la consiguiente posibilidad de viviendas más económicas en zonas dormitorio.

Mientras escribo estas líneas, siguen vibrando en mi memoria la rapsodia -España- de Chabrier, el -Concierto de Aranjuez- de Joaquín Rodrigo y la -sinfonía nº 2 en mi menor- de Rajmáninov, ofrecidas a todo el orbe por buena voluntad de Volkswagen, con la suavidad de acordes y la potencia acústica de la Filarmónica.

El concierto me recordó mi primera visita a Ferdinand Piech, presidente de Volkswagen, en cuya factoría de Wolfsburg contemplé absorto la cadencia rítmica de producción del coche del pueblo: Una unidad cada siete segundos. Allí sólo faltaba la presencia de Sir Simon Rattle dirigiendo, con el virtuosismo de su batuta, el arte final de aquella armonía de la técnica fabril.

Como periodista y editor estoy satisfecho de mis sesenta años en pro de la información del Motor, pero me queda pendiente ver alzado el monumento al automóvil popular, por su significado de transformador de la sociedad, con cuantas réplicas sean necesarias.

Su realidad acaso sea imposible, pero me complace soñarla.