Mazda CX-7 (2010)

Aprovechando que ahora actualiza su diseño, ha incorporado un motor diésel de última generación con el que esta vez sí puede poner las cosas difíciles tanto a modelos alemanes, como el Audi Q5 o el citado X3, como a japoneses (Toyota RAV4 u Honda CR-V).
Para probar hasta qué punto es una amenaza, probamos este vehículo en un recorrido de unos 120 kilómetros que unía el aeropuerto de Múnich (Alemania) con un pueblo de montaña, Kitzbühel (Austria), al borde de las pistas de competición de saltos de esquí.
Silencioso y ahorrador
Una vez en marcha, el bloque diésel de 2,2 litros nos llama la atención porque emite un sonido similar al de un motor de gasolina. Engranamos primera y ya descubrimos un recorrido corto y un tacto preciso en la caja de cambios de seis velocidades (en España no existe la posibilidad de montar una automática). Salimos del aeropuerto y casi de inmediato entramos en la autobahn (autovía alemana) y comenzamos a acelerar sin contemplaciones aprovechando que no existe límite de velocidad.
El motor sube alegremente de vueltas y a partir de las 1.900 revoluciones por minuto comprobamos que el propulsor empuja con todas sus fuerzas hasta las 3.500. Introducimos cuarta, quinta, sexta… y pronto descubrimos que estamos rodando a una velocidad de 140 km/h en un régimen inferior a 2.500 rpm y consumiendo poco menos de ocho litros.
Un Honda CR-V, a la misma velocidad y con la misma cilindrada, gira en torno a las 3.000 rpm y supera los ocho litros y medio. Este buen resultado del CX-7 se debe a una relación de cambio con unos desarrollos muy largos en sus dos últimas marchas.
El aplomo del coche es perfecto gracias a un chasis un 15% más rígido y a unas suspensiones que absorben cualquier pequeña irregularidad. La dirección se muestra firme, directa y comunicativa. Destaca igualmente su buena insonorización.
Por dentro
Más equipamiento. Además de remodelar el salpicadero, dispositivos como la cámara trasera o el navegador están ahora disponibles (acabados Active+ y Luxury).
Perfecto para viajar.
Los asientos delanteros, de mullido duro, sujetan muy bien el cuerpo. La parte de atrás, carente de túnel central, es idónea para alojar a tres ocupantes. El maletero, de 455 litros, es suficiente.
Deportivo pero poco campero
Tras recorrer 65 kilómetros, nos adentramos en las carreteras de montaña del Este de Austria. Ahora el uso del cambio se hace más frecuente. El comportamiento es intachable y el bastidor apenas muestra un mínimo balanceo, siendo muy similar al que podríamos encontrar en un turismo de corte deportivo. El que se resiente es el consumo, que aumenta un par de litros.
Fuera ya del asfalto, nos damos cuenta de que el tarado de las suspensiones, bastante duro, no es el más aconsejable para pasar por una superficie llena de «chinas» que rebotan contra los desprotegidos bajos de nuestro coche. Aunque podemos ir rápido, lo mejor es aminorar en vista de un posible agujero.
Bajos poco resguardados.
Tanto la parte delantera como la trasera carecen de una protección adecuada para un uso fuera del asfalto. Sólo la zona del cárter dispone de un parapeto para piedras de reducido tamaño.
Bajo coste. Al levantar el piso del maletero encontramos una rueda de repuesto de emergencia, una solución muy extendida, ya que es barata y ahorra espacio, aunque mala para circular por campo.
La opinión
Queda claro que el hábitat del CX-7 son las autovías, en las que el usuario descubrirá lo sencillo y agradable que resulta ir rápido. Y si queremos darle más «caña» siempre podemos escoger una carretera revirada en la que comprobaremos lo bien que responde el chasis (sin llegar al de un BMW X3). Otro punto a favor es el precio. Para igualar el equipamiento de un X3 2.0d al acabado Active+ (33.450 –) necesitaremos pagar 16.343 – más en el modelo alemán. Los puntos flacos del Mazda: pésimas cotas y nulas protecciones.
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