El fotógrafo de los dragster: Mark J. Rebilas

Si te ganas la vida fotografiando dragsters y carreras de la NASCAR, podrías pensar que tus hobbies han de ser cosas más relajadas y tranquilas. No es el caso de Mark J. Rebilas, afincado en Phoenix, Arizona. Este fotógrafo americano de deportes, acción y previamente de la Armada de Estados Unidos, prefiere mantener alta la adrenalina en su tiempo libre.
“Puede que vaya a perseguir un tornado la próxima semana”, asegura, como si fuera algo cotidiano. “Perseguir tornados es uno de mis hobbies. Uno de mis mejores amigos, también fotógrafo, es uno de los mejores cazadores de tormentas del país, así que le acompaño y nos topamos cosas realmente salvajes”.

La búsqueda de ‘cosas salvajes’ está en los genes de Rebilas. Su padre, Gil, también era fotógrafo de carreras. “Mi padre creció siendo un gran aficionado a las carreras de aceleración y se suscribía a las revistas de drag racing y colgaba todos los póster en su pared. Un día comenzó a ir al circuito local con su cámara y, a partir de ahí, la cosa fue en aumento y se convirtió en fotógrafo de competición a tiempo completo”.
“Así que crecí mientras él iba de circuito en circuito, e incluso viajaba con él y me perdía clases para ir a las carreras. Cuando tenía como unos 10 años ya me puso una cámara en las manos. Me dejaba en la tribuna y me daba instrucciones tipo ‘no hagas ninguna foto salvo que algún coche tenga un accidente’, o algo parecido. Era una locura, algunos de estos circuitos me daban incluso acreditaciones sin tener la edad suficiente, sólo porque había crecido allí durante mucho tiempo”.

A Rebilas padre le gustaba participar en carreras de drag, además de fotografiarlas. “El coche del que se enamoró para correr sus carreras era un viejo Ford Mustang. Pero cuando iba con él a eventos lo que recuerdo es conducir por el país con diferentes tartanas”.
Curiosamente, la fotografía no fue la primera elección profesional de Rebilas. “De niño quería ser arquitecto, pero en el instituto se hizo evidente que la fotografía era el camino que iba a tomar. No era uno de esos niños guay, así que ir a los circuitos los fines de semana y hacer fotos de coches es sin duda lo mejor de mi educación. Tuve una asignatura de fotografía en el instituto, pero lo cierto es que me echaron. Probablemente era demasiado prepotente y no me callaba nada. Aunque, al final, todo salió bien”.

Rebilas padre promovió ese camino hacia la fotografía de competición. “Mi regalo de graduación del instituto fue un viaje a la Indy 500, eso es lo que me regaló mi padre. Así que, una hora después de lanzar el gorro al aire en la graduación, puse rumbo al aeropuerto y cogí un vuelo a Indianápolis para mi primera Indy 500. Fui de público pero me colé en la ceremonia de la victoria e hice fotos tras la carrera”.
Querer trabajar de fotógrafo y ganarse realmente la vida con ello resultaron ser dos cosas muy diferentes. “Tras graduarme del instituto intenté dedicarme a la fotografía de forma independiente, pero era difícil y fracasé. Así que tuve que aceptar trabajos cutres en laboratorios de revelado rápido o hamburgueserías. Mi éxito real en fotografía no llegó hasta que estuve en el ejército y, después, cuando salí”.

“Me alisté a la Armada de Estados Unidos tres años después del instituto, en 2001. Estaba dando tumbos entre trabajos sin futuro y no avanzaba nada, pero un día serví a un reclutador en un restaurante y me convenció para ir a su oficina. Lo siguiente que sé es que estaba alistándome al ejército”.
“Podías entrar con un rol específico y saqué la suficiente nota en la prueba de acceso para elegir. Escogí el trabajo de fotógrafo. Como cabría esperar, el de fotógrafo militar es uno de los mejores trabajos, así que no había disponibilidad, por lo que empecé cambiando el aceite a cazas, lavando aviones…”.

“No obstante, era una especie de fotógrafo no oficial en la base aérea donde estaba destinado, y el capitán me consiguió una reunión con la persona que controlaba los cupos sobre cuántos fotógrafos militares podía haber. Resultó que esta persona era un gran aficionado de la NASCAR, así que cuando le enseñé fotos que había hecho a Dale Earnhardt padre, se quedó alucinado. Un par de días después supe que iba a la escuela de fotografía de la Armada”.
Rebilas acabó liderando un equipo de 22 fotógrafos que hacían fotos de aviones de la Armada en bases y portaaviones. “Era muy divertido estar en la cubierta de un portaaviones con el ala de un caza de combate pasando a unos metros de tu cabeza. Pocas cosas pueden igualar esa emoción y es de lo poco que echo de menos del ejército”.

Al abandonar la Armada después de cuatro años y medio, Rebilas puso su atención en la fotografía profesional de competición para una agencia de fotografía deportiva, y sigue retratando de todo: baloncesto, béisbol, esgrima, boxeo, artes marciales mixtas, fútbol americano, golf… “Tener un abanico diverso de deportes hace el trabajo muy divertido. Si sólo hiciera un deporte se haría repetitivo y aburrido. Cuando no te lo pasas bien, tu pasión no está presente, y eso se refleja en tus fotografías”.

El trabajo en la agencia supuso el regreso de Rebilas a la fotografía en las máximas categorías de competición, empezando por la NASCAR y llegando inevitablemente a las carreras de drag y otras formas de competición. Gracias a aquella temprana lección sobre la gestión de carrete de su padre, Rebilas se ha convertido en un especialista en fotografiar espectaculares accidentes. “Sí, la culpa de esto la tiene mi padre y su consejo de no disparar hasta que un coche se estampara. Busco este tipo de cosas”.

Pero esas salvajes fotografías no son accidentales ni un golpe de fortuna: Rebilas investiga y planea dónde es más probable conseguir las mejores fotos. “Con el tiempo aprendes los entresijos de las diferentes competiciones, dónde colocarte o, incluso, qué pilotos son más propicios que otros a chocarse. Hago mucho trabajo de investigación y si voy a una pista en la que nunca he estado, veo vídeos en YouTube. Y ahora con la tecnología de iRacing (un simulador de carreras) puedo recorrer las pistas y averiguar qué puntos podrían ser más problemáticos”.

“Cuando voy a una carrera, intento colocarme en un sitio, por ejemplo en una curva, donde haya más probabilidades de un accidente. O me sitúo en un punto alto para ver el máximo de la pista posible. Y después simplemente uso un teleobjetivo enorme. Tengo buena relación con el Indianapolis Speedway y soy una de las pocas personas a las que dejan subir a lo alto del edificio pagoda. Hace cinco o seis años, cuando Scott Dixon tuvo el gran accidente en el que salió por los aires, hice fotos geniales desde ahí arriba”.

Aunque ir a la caza de accidentes tiene sus riesgos. “En carreras de drag me pongo en lugares muy locos”, admite Rebilas. “Ha habido un par de ocasiones en las que me he tenido que tirar al suelo porque volaron piezas de coches o coches enteros hacia mí. Después te levantas, sintiéndote un héroe de guerra y cubierto de suciedad, y si las fotos son buenas alucinas en plan… ¡ha sido la leche!”.