Las olas de frío típicas del invierno traen consigo diferentes estampas. Una de ellas es ver las carreteras blancas, pero no de hielo o nieve, sino de sal. La sal se esparce por las vías de forma preventiva para evitar que se forme hielo en la calzada. Y, aunque es una medida muy efectiva, también puede provocar importantes problemas a medio plazo.

Y es que es muy importante que tengamos en cuenta que la sal tiene un poder corrosivo muy elevado y que, mezclada con el agua, no es precisamente el mejor amigo de los elementos metálicos. Por eso, cuando circulamos por una vía por la que se ha esparcido sal, el simple polvillo que pueden levantar nuestros neumáticos provocará que esa sal se vaya depositando en zonas como los bajos del coche, el escape, los amortiguadores, las pinzas de freno…
Es más, nos basta con circular un rato detrás de otro vehículo para que la sal que él vaya despidiendo hacia atrás también se pueda colar a través de las rejillas de nuestro paragolpes delantero o de la calandra hacia nuestro vano motor, principalmente sobre nuestro radiador.
Pues bien, con el paso del tiempo toda esa sal acumulada puede provocar corrosión y oxidación en la inmensa mayoría de los elementos que hemos citado, hecho que a su vez generará un deterioro prematuro de todos estos elementos. Debemos recordar que, además de provocar posibles averías, la presencia de óxido en cierta cantidad en zonas como la propia carrocería puede ser motivo para no superar la Inspección Técnica de Vehículos. Es cierto que muchos de ellos cuentan con tratamientos para evitar esta corrosión, y hasta es habitual que todas las marcas ofrezcan unas garantías anticorrosión para la carrocería que rara vez baja de los diez años.

Sin embargo, los pequeños arañazos pueden hacer que esas zonas de la carrocería sean más vulnerables, y los tratamientos de protección que puedan tener otros elementos como el escape también pueden ser insuficientes en caso de que hayan sufrido impactos por gravilla o rozones en los bajos, por citar algún ejemplo.
¿Cómo evitar estos problemas? La solución es tan sencilla como lavar el coche y, si lo hacemos habitualmente, bastará incluso con que nos gastemos un par de euros para lavarlo con una lanza a presión. Debemos esmerarnos en dirigir el agua hacia las zonas donde es más fácil que se deposite el agua, manteniendo siempre un mínimo de unos 20-30 centímetros de distancia para evitar que dañemos la pintura. Es importante que incluso tratemos de dirigir la lanza hacia los bajos de coche, dirigiendo el chorro del agua imitando a las salpicaduras que producirían las propias ruedas del coche. Si hemos circulado por zonas mojadas con sal, es más fácil que se hayan formado costras. Esa sal endurecida es más difícil de eliminar. Por eso, en estos casos, no está de más revisar visualmente zonas como la parte inferior del paragolpes delanteros o la parte del radiador más expuesta al impacto de la sal. Esto nos dará una referencia de cuánta sal podría haberse acumulado.
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