En marzo de 1914, Bosch introdujo en el mercado su primer motor eléctrico de arranque para automóviles. Estos motores supusieron un gran alivio para los automovilistas de esa época, ya que hasta entonces arrancar un pesado y voluminoso motor conllevaba un gran esfuerzo debido a que se tenía que hacer de forma manual, que además tenía el riesgo de que la manivela se resbalase y causase lesiones al usuario del coche en cuestión.
Mientras que los primeros motores de arranque pesaban casi diez kilos y proporcionaban apenas 0,6 kilovatios de potencia, los de la gama actual pesan entre 1,9 y 17 kilogramos y cubren un rango de potencia de 0,8 a 9,2 kilovatios, lo que demuestra hasta qué punto ha avanzado esta tecnología.
En 2007 comenzó la producción en serie de motores de arranque especialmente diseñados para ser utilizados en los sistemas Start/Stop. Para ahorrar combustible, este sistema detiene el motor cuando el vehículo está parado. En cuanto el conductor pisa el acelerador, el motor arranca de nuevo, de forma rápida, silenciosa y automáticamente.