VIENTO EN POPA
Tras recorrer Ecuador por tierra a través de su columna vertebral o asomarnos a su jungla amazónica, hay otra faceta del país que no debemos olvidar. En el sorprendente Océano Pacífico, a 1.000 kilómetros de la costa, se ubica una de sus más destacadas señas de identidad: las Islas Galápagos. El bergantín Beagle, a bordo del cual viajó Charles Darwin durante el siglo XIX, recorrió estas extraordinarias islas con los avances más vanguardistas que su tiempo le permitió. Su objetivo, observar y estudiar los animales y la naturaleza. “Ha sido el acontecimiento más importante de mi existencia”, declaró el propio Darwin.
Estamos en el siglo XXI y el Isabela II, moderna embarcación equipada con la más vanguardista tecnología y comodidades de nuestro tiempo, nos permite acercarnos a este paraíso natural sin necesidad de ser eminentes investigadores ni audaces marinos. Una tripulación muy cualificada y expertos naturalistas nos harán disfrutar de un Edén anclado en el pasado, donde la amistosa fauna ni siquiera teme al hombre y permite situarnos a pocos centímetros de los animales. Las islas, protegidas del turismo masivo, se explorarán mediante el buceo o gracias a los numerosos desembarcos en lanchas neumáticas. Los profesionales naturalistas, que nos acompañarán en todo momento, nos abrirán los ojos de un mundo desconocido para comprender de primera mano y en vivo la insólita orografía volcánica y unos sorprendentes seres vivos que revolucionaron el mundo de la ciencia.
Cada atardecer, la nave de Metropolitan Touring pernocta mecida por aguas distintas y todos los días desfilan ante nuestros ojos, y bajo nuestros pies, las islas más espectaculares del archipiélago. No hay dos momentos idénticos. Una experiencia que permite reconciliarnos con la naturaleza y concienciarnos sobre la imperiosa e inaplazable necesidad de respetar nuestro valioso pero frágil medio ambiente. Después de la intensa vivencia que se experimenta navegando entre estas sorprendentes islas, se tiene la sensación de haber palpado tierras vírgenes. Más información en www.metropolitan-touring.com.
Si subimos al cerro, bautizado como “Panecillo” por los conquistadores españoles, podemos comprobar en todo su esplendor la belleza de la capital de Ecuador, Quito. Desde sus 3.000 metros de altitud vemos cómo el extenso barrio colonial deja paso al norte a la arquitectura moderna del Quito del siglo XXI. Alrededor observamos cómo la ciudad es cortejada por el impresionante volcán Pichincha (4.794 metros) junto a otros compañeros que dejan descansar a la ciudad en un valle donde los barrios tienden a trepar por las laderas de sus monumentales centinelas.
Su conjunto colonial fue reconocido hace casi 30 años por la Unesco, declarándolo Patrimonio de la Humanidad por derecho propio. Fue la capital del norte del Imperio Inca, desde donde regentaba Atahualpa parte de sus dominios. Tras ser destruida por el general inca Rumiñahui ante la llegada inminente de los conquistadores españoles, renació en 1534 bajo el mando del lugarteniente de Pizarro, Sebastián de Benalcázar. Y desde entonces conserva soberbias reliquias coloniales donde exquisitas iglesias, monumentales conventos, señoriales casonas y haciendas reflejan el espíritu español mezclado con la idiosincrasia autóctona. El primer convento edificado fue el de los Franciscanos, para posteriormente seguirle las iglesias de San Francisco, la Catedral, El Sagrario, San Buenaventura, la Cantuña y un sinfín de edificios que le han convertido en uno de los más hermosos conjuntos históricos-artísticos del continente americano.
LA AVENIDA DE LOS VOLCANES
La contundente columna vertebral que estructura al pequeño país andino es otra de las seductoras facetas que engrandecen y engalanan su heterogénea fisonomía. Hace millones de años fueron abriendo sus fauces con despertares apocalípticos, dejando su huella en forma de monumentales montañas coronadas de nieves perpetuas que podemos contemplar a medida que circulamos paralelamente a ellos. Nieves que sólo desaparecen cuando vuelven a despertarse y reclaman urgentemente su atención sobre ellos; como ocurre con el volcán Cotopaxi, que, con sus 5.897 metros de altitud, sigue aún en activo. Pero el título de “techo” del país lo ostenta el cautivador Chimborazo, con sus 6.310 metros de altitud. Fue en 1802 cuando el barón alemán Alexander von Humboldt se atrevió a desafiarlo intentando alcanzar su cumbre. Debido al mal de altura, el soroche, tuvo que volverse cuando ya había alcanzado los 5.875 metros. Años después, Edward Whymper lo consiguió, aunque tuvo que repetir la hazaña porque dudaron de su gesta.
Por su parte, el Pichincha, “señor de Quito”, presenció la batalla decisiva que consolidó definitivamente la independencia de la Gran Colombia en 1822. Pero no sólo existen éstos, todo un cortejo de prominentes y fascinantes titanes acecha con sus imprevisibles despertares las vidas de los habitantes que generación tras generación les siguen retando.
LA FAUNA QUE SACUDIÓ EL MUNDO
Cuando Charles Darwin alcanzó las inhabitadas Islas Galápagos, en el océano Pacífico, en 1835, se quedó perplejo ante el panorama que se desplegaba frente a él. Fue asombroso descubrir tortugas descomunales, lagartos gigantescos que se creían extinguidos, aves que ingenuamente se le posaban sobre el hombro o dejaban acercarse al hombre sin sobresaltarse. Han transcurrido casi 200 años desde que el eminente naturalista se paseó por estas prodigiosas islas y sigue siendo emocionante comprobar cómo las aves que en ellas siguen habitando dejan que un ser como el hombre se les acerque a una distancia que hasta para nosotros sería intimidante. Piqueros de patas azules, piqueros de patas rojas, cucuves, albatros, pinzones, fragatas y otras muchas extraordinarias aves. Tortugas que pueden llegar a vivir más de 150 años, quizás alguna nació durante la visita de Darwin. Iguanas de tierra y marinas que disfrutan la mayor parte de su tiempo tomando el sol entre el universo volcánico que les rodea.
Lobos marinos que languidecen sobre las arenas blancas tomando el sol o jugueteando en la orilla mientras los seres humanos les observan con admiración y envidia. Y aunque los machos dominantes son muy territoriales, sus ingenuas crías se acercan sin malicia a jugar con el extraño. Pero no debemos olvidarnos de la intensa vida que se desarrolla bajo sus aguas, donde cientos de peces con las más variadas formas y colores crean un auténtico arco iris submarino. Nadar entre lobos marinos, delfines, rayas, pingüinos o tiburones constituye una experiencia sublime. Si existen paraísos animales en nuestro planeta, éste es sin duda alguna uno de ellos. Un laboratorio excepcional donde la propia naturaleza y el transcurso del tiempo han sido casi los únicos instrumentos que han intervenido en su evolución.
Los 1.250 ejemplares editados sobre El origen de las especies por selección natural, de Charles Darwin, se agotaron el primer día de su publicación en 1859. Se le conocía como “el libro que sacudió el mundo”. Las seis ediciones posteriores corrieron la misma suerte. El meticuloso y concienzudo estudio que llevó a cabo sobre los animales que habitaban en las paradisíacas Islas Galápagos y sus audaces conclusiones revolucionaron a la conservadora comunidad científica de su tiempo. Hoy en día, la naturaleza nos sigue permitiendo deleitarnos con este valioso y delicado regalo que podrán seguir disfrutando las próximas generaciones si continuamos respetándolo y cuidándolo infatigablemente.