Hay carreteras que piden, si se puede, bajar la capota. El Valle de Iregua y sus 13 villas son un recorrido que mejora cuando se conduce un cabrio. Es la mejor manera de sentir ese juego de luces y sombras, la energía de los árboles y las rocas, de los pueblos que vigilan desde el alto del valle y la fuerza del agua del Iregua.
En el Camero Nuevo la vida sencilla se vuelve sofisticada. Historia y gastronomía se ponen al servicio de ese placer que ofrecen las cosas cotidianas de calidad. Una serie de pueblos y escenarios nos llevan a lo mejor de La Rioja más salvaje.

El Iregua y su tramo junto a la N-111 es un maravilloso sendero para el automóvil. Un lugar para entender el ocio de un modo diferente. El criterio de tiempo y espacio cambia cada día, porque siempre hay algo nuevo que descubrir bajo la sombra de un roble o siguiendo el vuelo de un buitre en las paredes más escarpadas que marcan el cauce del río.

Las primeras curvas, una vez que pasamos el puerto de Piqueras, son un mirador natural. Si seguimos el curso del río Iregua desde Villoslada de Cameros, el siguiente pueblo que se alza ante nosotros es Villanueva de Cameros, salpicado de casas serranas, donde los visitantes acuden a conocer la iglesia de San Martín, también conocida como “la catedral de los Cameros”, y la ermita de Nuestra Señora de los Nogales.

Después, dominados por las viejas construcciones de piedra y rodeados de cultivos de cereales que forman campos perfectos para los aficionados a la cámara fotográfica, seguro que paramos en Pradillo y en Torrecilla en Cameros, el pueblo que vio nacer al político liberal, pero también ingeniero, periodista y gran orador Práxedes Mateo Sagasta. Su fundación, que se encuentra en la calle que lleva su nombre, es una estupenda oportunidad para conocerlo más de cerca a través de una exposición permanente que muestra todas las facetas del famoso liberal. Pero también hay un cierto encanto para los que llegan sin guión y simplemente viene para dejarse sorprender por lo que depare el camino que va abriendo el río.

El río Iregua marca la vida y las estaciones de todo el valle. Nace junto a Villoslada de Cameros, una de las 13 villas que se unieron en mancomunidad y que, como toda la sierra de Cameros, tiene fama de pueblo aguerrido y valiente. Se cuenta que la historia de sus vecinos actuales comienza cuando se repueblan estas montañas tras la mítica batalla de Clavijo, una de las más famosas de la Reconquista, que tuvo a sus órdenes al rey Ramiro I de Asturias y al general Sancho Fernández de Tejada, quienes lucharon contra los musulmanes.

En los territorios del Camero Nuevo tiene aún muchos más tesoros que mostrar a quienes se encuentren ávidos de paisajes naturales que enmarcan originales pueblos. Empezando por el que inició estas líneas, Nieva de Cameros, muy famoso entre los recolectores de setas y por donde discurre el GR-93, que permite darse un regalo a los amantes de las buenas caminatas.
Disfrutar de otra iglesia dedicada a San Martín, de la ermita de la Virgen del Collado y de las ruinas del castillo conocidas como Cueva de los Moros es casi obligado. O Almarza de Cameros, con su iglesia de Nuestra Señora del Campillo; Pinillos, en la margen derecha del alto valle del Iregua; y Gallinero de Cameros, por donde discurre la vía romana del Iregua, porque aunque la romanización fue escasa en la zona, existen caminos de esa época que unían las ciudades romanas de Varea y Numancia.

Otras visitas para dejarse envolver por la atmósfera natural del valle son Nestares, donde se levanta la iglesia de San Andrés; y Ortigosa de Cameros, en su día un referente en el desarrollo de la Mesta y hoy muy popular por sus espectaculares cuevas, con estalactitas, estalagmitas, columnas y otras formaciones calizas, en el Monte del Encinedo.
Para llegar hasta ellas hay que cruzar por el puente de hierro desde la ermita de Santa Lucía o por el sendero de los escalerones, desde la plaza del pueblo. Muy cerca se encuentra, salpicada de pinares y robles, la pradera del Robledillo y el collado de Canto Hincado, todo un paraíso.

Hasta principios del siglo XIX, una de sus aldeas era El Rasillo, hoy una parada imprescindible para deleitarse con la naturaleza que crece entre el pantano y la montaña. En ella se levanta la románica ermita de San Mamés, reconstruida en 1815, y también es quien acoge el club náutico en el pantano González Lacasa, perfecto tanto para los deportes acuáticos como vela, windsurf y piragüismo – desde los 90 se celebra aquí la única competición de traineras en agua dulce, denominada «Bandera de la Rioja» – como para la pesca de la trucha. Pero El Rasillo también es muy popular entre quienes practican montañismo y escalada, ya que la peña Zapatero reúne todas las cualidades para el disfrute de estos deportes.

Volviendo al camino del pequeño afluente del Ebro, Viguera, con su mirador sobre el verde valle, y Nalda, a las faldas del Moncalvillo y rodeado de un paisaje extraordinario que domina el valle oriental, continúan el curso del río, que sigue después Albelda de Iregua, donde cada martes y jueves sus mercadillos son punto de encuentro de vecinos y viajeros. Alberite, con sus bodegas, su llamativo casco histórico repleto de casas blasonadas y la Torre de doña Urraca, y Villamediana de Iregua, ya en la comarca de Logroño, cierran el curso final del río: un poco más al norte, el Iregua se encuentra con el Ebro, encauzando su camino hacia otras tierras y despidiendo al espectacular valle cargado de experiencias.
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