Porque allí tenía lugar «La Mirandesa 2013», una ruta 4×4 que prometía ser toda una aventura. En medio de la famosa ciclogénesis explosiva que azotaba la Península en febrero, el GPS registraba unos casi constantes 125 km/h, velocidad a la que mi Defender atraviesa una tormenta intensa, constante, con una visibilidad muy reducida y ‘la música’ de la lluvia en el techo.
Conforme me aproximaba a mi destino, los estragos de la tormenta se hacían cada vez más visibles: todos los campos estaban literalmente anegados de ríos, torrentes…
Como siempre, el espíritu y camaradería de Wheeltracks se palpaba en el ambiente y tras el brief del jefe, salimos hacia nuestros coches para empezar la jornada ¡’cuatroporcuatrera’! Sin embargo, al poco de empezar, nos dimos cuenta de que la jornada iba a ser complicada.
El río había hecho desaparecer una de las pistas y, aunque Chema intentó cruzarlo con cautela –no sin antes haber dispuesto las necesarias eslingas–, la fuerza del agua era tal que nos obligó a retroceder e intentar localizar el siguiente waypoint.
Así discurrió la mañana: repleta de vadeos, pistas inundadas, barro, roderas, subidas y bajadas ‘escurripitidizas’, la mayoría obligándonos a usar la reductora. Los ríos desbordados hicieron que diéramos media vuelta más de una vez, incluso buscando la carretera, aunque estas también estaban anegadas.
Tras llegar de noche al Castillo de Algoco –lugar para inmortalizar con nuestras cámaras–, proseguimos la ‘nocturna’, que se inició con una caída en reductora espectacular, totalmente embarrada, con cárcavas por todas partes…, logrando que la adrenalina de todos no bajara la guardia.
Llegamos por fin al último vadeo que nos tenía preparada la organización y, cómo no, el río estaba tan crecido que ni un Unimog habría podido pasarlo. Al llegar a la casa rural, la charla y la cena sirvieron de preludio al sorteo de regalos.
A la mañana siguiente, al poco de haber iniciado nuestro camino, la organización se paró en el acceso a una descomunal pista vertical, muy embarrada por las lluvias, que creo se correspondería con un desnivel de unos 300 metros aproximadamente.
Con el miedo en el cuerpo, Piolín logró bajarla… tras lo cual recibió una merecida ‘ola’.
La ruta nos mostró parajes más bellos y abruptos que el primer día, mientras que la lluvia impidió que parásemos para comer al aire libre. Como despedida, dos zonas técnicas: un cruce de puentes y un vadeo de más de medio metro de altura. Una ruta para el recuerdo.
Jorge Llamosas, Wheeltracks