La medalla a Fran Rivera hace justicia a su arte personal, también heredado de los méritos indudables de varias familias de genios de la Fiesta Nacional, confluyentes hoy en su figura y en la de su hermano Cayetano.
Como periodista y editor de temas del Motor, echo de menos la atención de la Academia acerca a los creadores de vehículos, objetos de arte rodante representativos de cada época.
También Bellas Artes se ha olvidado de los deportistas, muchos de ellos auténticos artistas de la competición como fueron Ángel Nieto, con motos, y Carlos Sainz, con coches, por citar sólo a dos ejemplos en el impresionante arte de pilotar y vencer. Hasta ahora los diseñadores se han conformado con el reconocimiento de trofeos de Coches del Año por decisión de periodistas y lectores. Y los pilotos, con copas y vueltas de honor a los circuitos, aparte de Fernando Alonso, galardonado con el Premio Príncipe de Asturias. Pero, somos muchos los convencidos de la existencia de impresionantes creadores en el Motor, dignos de ser premiados por el Ministerio de Cultura.
En charla con el académico, arquitecto y catedrático de Sevilla, Rafael Manzano, he conocido detalles concretos sobre la historia de la Medalla.
Se creó en los años setenta del pasado siglo. Se ofreció la primera a Picasso, quien, como era lógico, renunció. Después se concedió a José Mª Pemán, en un homenaje presidido por el entonces Ministro de Educación y Ciencia, José Luis Villar Palasí, y con presencia del Director General de Bellas Artes, Florentino Pérez Embid, con ocasión de la inauguración del nuevo edificio del Conservatorio de Música de Cádiz. La medalla no estaba ni dibujada y el ministro entregó al poeta gaditano una placa de plata dentro de un estuche. En ella se hacia constar el nombramiento. Al abrir el estuche, Villar le dijo: -Pemán, no es la medalla, es un -valecito- por ella-. En una rueda de prensa inmediata, el ministro anunció la próxima creación de la Universidad de Cádiz.
Se hicieron realidad las universidades de Córdoba y la de Málaga, pero la de Cádiz quedó olvidada. Seis meses después, Pemán escribió un artículo en ABC, titulado -El Valecito-, manifestando al ministro cómo Cádiz y él tenían sendos vales: por la Universidad y por la Medalla, respectivamente, y terminaba con un: -Señor ministro, Cádiz y yo seguimos esperando-.
Tras la conmoción producida por el artículo de ABC, inmediatamente se creó la deseada Universidad gaditana, se dibujo la medalla, se encargó su realización al orfebre Fernando Marmolejo, y se decidió otorgarla a profesionales destacados en aquel momento en las diversas artes liberales: pintura, escultura, arquitectura, música, grabado, y también a críticos e historiadores del arte.
El pintor elegido fue Salvador Dalí, entre los historiadores, el Marqués de Lozoya y Don Diego Angulo, director a la sazón del Museo del Prado, el músico fue Joaquín Rodrigo, y los arquitectos pertenecían al grupo de restauradores de monumentos, Félix Hernández, conservador de Medina Azahara, Francisco Prieto Moreno, de La Alhambra, nuestro informador y buen amigo, Rafael Manzano, único superviviente hoy de todos ellos. Por aquel entonces, Manzano era director de los Reales Alcázares sevillanos, donde realizó una magnífica restauración, pero él mismo había aconsejado la concesión, en su lugar, a un arquitecto simbólico del clasicismo y de la modernidad, muy querido por todos: Casto Fernández Shaw, creador de una aparcamiento automático por pisos. No iba en la relación ningún escultor, pero Franco añadió a la lista, de su puño y letra, el nombre de Juan Avalos, escultor del Valle de los Caídos, y el de Andrés Segovia, guitarrista y músico de indiscutible valor.
Junto a las medallas de plata dorada entregadas en aquella mañana en el despacho de la Jefatura del Estado del Palacio del Pardo, había una, de oro de verdad, entregada por el Ministro a Franco, como jefe supremo, con un discurso exaltándole como -gran maestro en las artes de la guerra y de la paz y en el gobierno del Estado, así como por la protección prestada bajo su mando a las bellas artes y a las buenas letras-.
En nombre de todos contestó Pemán con un atrevido discurso, cargado de ironía:
-Pero ya tenemos aquí la medalla-. muy bonita, y de oro. Con este oro, Excelencia, halagáis la pequeña vanidad humana, pero nunca compraréis nuestra pequeña libertad de artistas creadores
Luego, Pemán y Franco estrecharon sus manos largamente: -¡Cuánto tiempo ha pasado, Pemán! – Sí, mi general, treinta y un años. (Los que llevaban sin verse) – Ahora estoy mal, tengo parkinson. – Yo también lo tengo, Pemán. Tome Dopa, que es muy buena.
Según Manzano, la medalla no responde en calidad artística al símbolo de su representación. La decidió el ministro Villar Palasí después de un viaje a Francia, recortando de un dibujo allí adquirido el remate de la reja central del -cour de Marbre- del Palacio de Versalles.
Aparte de su valor intrínseco, la Medalla de la Academia sería una distinción excelente para reconocer los méritos artísticos del mundo del Motor.