Estaba firmado y sellado; y cuanto más lo negaban nuestros veraces y responsables políticos, más seguro era que el IVA estaba a punto de subir. Y así ha sido: con un aplastante 21% de IVA general, a partir de septiembre España se coloca por encima de los países más ricos de Europa -Francia paga el 19,6%, Alemania el 19% y Luxemburgo el 15%-, aunque los españoles seamos cada vez más pobres. Visto desde el lado positivo, aún estamos lejos del 24% que cotizan los rumanos, o del 25% que pagan suecos y daneses. Con este nuevo ‘raspado de bolsillos’, Hacienda espera recaudar otros 7.500 millones de euros, aunque no explican si piensan tomar algún tipo de medida contra aquellos que no lo pagan. Léase profesiones -liberales- que habitualmente no emiten factura y que cuando la expiden tienen en frente a un cliente que ‘lleno de razón’ solicita que no le carguen el IVA. Y hasta aquí puedo leer -escribir-, porque es bien sabido que, si pagásemos todos, todos pagaríamos menos. Llegado a este punto, centrémonos en nuestro querido y maltrecho mundo del automóvil. Con la calculadora en la mano, estamos en disposición de asegurar que
cada coche nuevo que se venda a partir de ahora costará, de media, 650 – más que en julio. Y aunque es cierto que en la anterior subida del IVA, del 16 al 18% -que se produjo en 2010-, marcas y concesionarios asumieron el incremento de costes contra su cuenta de beneficios para no perder cuota de mercado, ahora la situación está en un punto límite. La mayoría de fabricantes y distribuidores se encuentran sin apenas margen comercial y el absorber esos tres puntos de más les colocaría a las puertas de un balance de resultados insostenible. No son las mejores noticias con las que sobrellevar el veraneo porque, además, llenar un depósito de 50 litros de combustible será un euro y medio más caro, revisar el coche saldrá por unos 8 euros más- pero, como dice la sabiduría popular, ¡ahora tocan vacaciones y luego Dios dirá!
