Hay que salir de Tembleque y mirar hacia el sur desde sus molinos para entender como es esta tierra. El interés de un viaje con Don Quijote se guarda en esos viñedos marcados por el termómetro. En invierno, frio. En verano, calor. Aquí los extremos marcan lo cotidiano.
Por eso, cada pueblo merece una parada. Por ejemplo, Consuegra, situada en lo alto de una suave colina y junto a varios molinos que le dan el aire quijotesco que estamos buscando y que quiere ir descubriendo poco a poco nuestra ruta. En el siglo XII, Alfonso VIII la nombró capital del priorato y en la misma época de esplendor fueron construidos su castillo y sus fortificaciones, pertenecientes a la Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalem, y muchos de los edificios insignes que alberga la ciudad, como la iglesia de San Juan Bautista o la iglesia y convento de las Carmelitas. Del siglo XVIII es el convento de los Franciscanos, la iglesia parroquial de Nuestra señora y la Ermita de la Vera Cruz.
Carretera y manta, nuestro Mitsubishi Space Star nos lleva al sur. El paisaje es como este coche, práctico y polivalente. Los nostálgicos recordarán los años que precedían a la autovía, cuando la carretera de Andalucía era un laberinto de pueblos y bares de carretera. Rumbo a Puerto Lápice hay que pasar varios pueblos que en su memoria literaria vieron pasar también al Ingenioso Hidalgo. Aparece primero, Madridejos con sus callejuelas imprescindibles para curiosear, y Herencia, famosa por sus quesos artesanales y por sus monumentos situados en simétricas calles que sorprenden a sus visitantes.
Se dice que en una de las ventas de Puerto Lápice, Don Quijote fue nombrado caballero. Y es que la tradición de las ventas continúa haciendo famosa a este pueblo de plazas amplias y calles limpísimas. Es curioso el hecho de que haga parte del célebre libro cervantino y que, siglos después, también parezca en el de otro célebre escritor, Azorín, cuando él mismo decidió seguir la ruta del Quijote y alojarse en la Posada de Dorotea Jiménez, hermosa casona del siglo XVIII que hoy por hoy es punto obligado de viajeros literarios y curiosos. Movernos por estas carreteras con nuestro Space Star demuestra como un coche teóricamente urbano se defiende con soltura por estas tierras.
Siguiendo el recuerdo de nuestro entrañable personaje, pasamos por Villarta de San Juan, donde no hay que perderse el puente romano sobre el río Cigüela, al norte del pueblo, donde confluían numerosos caminos y cañadas de ganados.
Puede ser un momento de descanso o una parada de noche; pero los estrellados cielos manchegos nos van a redescubrir, las fantasías de nuestro héroe. Alcázar de San Juan es uno de los más importantes cruces de camino de España. Su origen pudo ser la villa romana con magníficos mosaicos que se encontraron junto a Santa María en 1952 y que se conservan en el Museo Fray Juan Cobos. Por aquí también pasó Don Quijote y dejó su huella en casas e historias. No es extraño que ahora sea motivo de reclamo turístico y venta de souvenirs.
Casi parece obligado ver la caída del sol desde Campo de Criptana, que nos recibe con sus diez molinos situados en el cerro de La Paz, probablemente los que Don Quijote confundió con gigantes en busca de batalla. Se dice que en realidad hubo más de treinta molinos.
Una de las paradas más esperadas de quienes se lanzan a la ruta quijotesca es El Toboso. Se dice que Dulcinea fue inspirada en Ana Martínez Zarco de Morales, propietaria del caserón que ahora alberga el Museo de Dulcinea. Aquí se conserva el mobiliario de la época y una enorme prensa de aceite en su patio.
Por fin llegamos a Argamasilla de Alba donde se encuentra la Cueva de Medrano, donde se dice que estuvo preso Cervantes y donde supuestamente comenzó a escribir la obra que le ha dado fama universal, además, el casco urbano rezuma un especial aire cervantino que enamora a los que la visitan y es inevitable hacerse la pregunta de qué hubiera sido de esta novela sin este pueblo. A pocos kilómetros de Argamasilla de Alba se puede visitar el Castillo de Peñarroya, de origen musulmán, y el Parque Nacional de las Lagunas de Ruidera, impresionante e imprescindible. Tantos nombres casi obligan a un segundo viaje.