Da la casualidad de que, por unas cosas o por otras, aún no había conducido ningún coche que, en lugar de tener retrovisores exteriores, llevase cámaras. Los había visto en parado y no habían terminado de convencerme, pero aún no había conducido durante un buen rato ninguno de estos coches. Sí había conducido alguna vez alguno que llevaba un retrovisor central de este tipo y, aunque tampoco acabaron de convencerme, tenían un pase.
Sin embargo, hoy por fin he conducido uno de esos coches que llevan una cámara situada en lugar de los retrovisores exteriores. La imagen que capta se proyecta en una pequeña pantalla situada en la zona del salpicadero o de la puerta más cercana al lugar donde debería ir el espejo del retrovisor, y su tamaño es más o menos similar al que tendría un espejo retrovisor. Es más, hasta el tamaño de la imagen proyectada corresponde con el tamaño que tendría lo que vieses por el citado espejo.
Así que la teoría dice que nada debería salir mal. Pues bien. Sale mal. Muy mal. Al menos para mi gusto. Tanto que creo que éste es uno de los peores inventos que se han creado en los últimos años. Porque pasan varias cosas. O, al menos, a mí me pasan varias cosas que me restan confianza y me crean una notable incertidumbre.
Para empezar, siempre que voy a mirar el retrovisor, miro al lugar donde debería estar el retrovisor. Y ahí lo que veo es una cámara horrorosa, como la cabeza de un robot de una película de los 80 mirándome con cara de mala leche. Redirijo la mirada hacia el sitio donde está la pantalla de la cámara. Y, claro, la posición de la pantalla no concuerda con lo que se vería en el retrovisor, porque la ubicación de la cámara no es la misma que la del retrovisor, obviamente. Es decir, sí se proyecta lo mismo, pero no coincide el lugar desde donde lo estás viendo. Es posible que no me esté explicando bien. De hecho, es algo que ni siquiera me había planteado hasta que me ha ocurrido.
Esto puede parecer una tontería. Pero no. Porque cuando se ha metido un coche delante de ti sin mirar y sin intermitente en plena M30 y tienes que mirar rápidamente para ver si te puedes cambiar de carril, esas décimas de segundo son vitales. ¿Resultado? Duda, desconfianza. No te acabas de fiar de la pantallita durante el resto del trayecto.
Supongo que con el paso del tiempo uno acabará acostumbrándose… o no. Y, además, si un simple espejo ya hace bien su función, ¿por qué demonios tengo que acostumbrarme a este invento del demonio? ¿Mejora aerodinámica? ¿Reducción de consumo? ¿Ser el fahsion de mi garaje? ¿Simplemente tontería? Me inclino por lo último. Y más todavía cuando compruebo que, concretamente en este coche, el dichoso retrovisor virtual sale por 1.620 euros. Por suerte, el sistema es opcional.
Lo malo no es sólo esas dudas que te surgen cuando vas circulando. Llegas a un párking estrecho, uno en el que nunca has aparcado, en el centro de Madrid. Tu coche encima mide cinco metros de largo. En la vida he sudado tanto intentando aparcar algo. En ocasiones, llevo un coche con un remolque de unos cinco metros de largo. Sin cámaras ni sensores. Y maniobro con él sin mayor problema. Nunca he sudado maniobrando con mi remolque ni la mitad de lo que sufrí con el dichoso coche de la camarita en ese dichoso párking…
Y eso por no hablar de la gracia que debe hacer que se rompa un retrovisor de esos, o que pase alguien y lo arranque sin querer o queriendo (todos sabemos que hay muchos seres despreciables por el mundo), teniendo en cuenta que no dejan de ser bastante llamativos.
Sí, no te lo voy a negar: este texto es fruto en cierto modo de mi enfado. Pero, de verdad, ¿soy el único que piensa que esto se nos está yendo ya demasiado de las manos?
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