Dicho así de simple suena a panacea española, pero la letra pequeña del Plan revela que no todo es tan bonito, ni tan generoso, ni tan sencillo, ni siquiera tan coherente. Para empezar, resulta que de los 2.000 euros de descuento, 1.000 los pone de su bolsillo el fabricante, y de los otros 1.000 que aporta el Gobierno, Hacienda nos hará devolver en nuestra declaración del año siguiente entre 247 y 520 euros, dependiendo de nuestro nivel de renta. Con este único dato, la cosa ya suena un poco a tomadura de pelo, pero la controversia no acaba aquí. Al hecho de que para acogerse al Plan hay que entregar un coche con más de 12 años, sorprende, y mucho, la fórmula empleada para determinar cuáles son los modelos ´eficientes´ que pueden beneficiarse de las ayudas y cuáles no. Tan compleja misión ha sido encomendada al IDAE –Instituto para la Diversificación Energética–, que con una más que discutible fórmula de dividir el consumo de combustible entre los metros cuadrados que mide el coche determina, entre otros desconcertantes ejemplos, que un microurbano como es el Smart no entra en la lista de subvencionables, mientras que un deportivo de 200 CV como el Peugeot RCZ, sí aparece como coche ´eficiente´. Otro dato que sorprende es el del Ford Focus ST Sportbreak, que a pesar de sus 250 CV sí figura en la lista de los ´energéticamente eficientes´. Tampoco es fácil entender que en la desconcertante lista aparezcan los Suzuki Swift de gasolina como candidatos al Plan PIVE y, sin embargo, no estén incluidos los menos contaminantes Swift con motores de gasóleo. También hay que tener en cuenta el corte del precio, que hace que híbridos como el Toyota Prius + o el Peugeot 3008 Hybrid4 se queden fuera de la lista.
Nuestro balance final es que la medida tiene una excelente intención, pero que el Gobierno se ha precipitado a la hora de redactar las condiciones del Plan. Debería haber estudiado con más calma el ‘cómo’, el ‘cuánto’ y el ‘cuáles’, y el PIVE habría resultado ser más eficiente. Y mira que lo advirtió Fernando VII en el siglo XIX: «Vísteme despacio, que tengo prisa”.