Nuestro viaje de ensueño comenzaba a finales de febrero de 2012. A él podías apuntarte en tu propio 4×4 o en uno de los dos coches de la organización. En este segundo caso, podías hacer una parte del recorrido o todo entero, por lo que a los dos TTs de la organización –el mío (Jota) y el de Jordi Baldrich–, se sumaron tres todoterrenos más. Aparte, cinco personas hicieron el viaje completo en los vehículos de la organización, otros cuatro disfrutaron solo de la primera mitad y otros tres llevaron a cabo la segunda parte.
Los coches se revisaron y prepararon en 4x4offroad Castalla (en Alicante), uno de los mejores talleres especializados que hay actualmente. Los hermanos Mayo hicieron un trabajo impresionante, sobre todo de cara a la fiabilidad necesaria en un viaje tan largo. La puesta a punto para esta expedición de mi vehículo llevó más de dos meses y fue realmente un trabajo de ingeniería, con numerosas piezas proporcionadas por Euro4x4parts.
El tiempo pasa rápido y, cuanto más se acerca la fecha de salida, más rápido se suceden los días, y da la impresión de que será imposible tenerlo todo a punto, pero el 27 de febrero de 2012, en Ouarzazate (Marruecos), el hotel Dar Chamaa recibía a todos los participantes y sus máquinas, dando una cena por todo lo alto para celebrar el inicio de un viaje que nos llevaría a todos a cruzar África durante cuatro meses. Al día siguiente, tras un buen desayuno, todo eran nervios para meter los equipajes en los coches y el remolque, y por fin se daba la salida para lanzarnos a cumplir nuestros sueños. Íbamos a cruzar África de Norte a Sur. La Euro4x4parts West Transáfrica 2012 se ponía en marcha.
Exceso de equipaje
Lo primero de lo que nos dimos cuenta es de que los coches iban excesivamente cargados, y el remolque también, por lo que se decidió ir por carretera hasta el Sahara, al que se llegó en un par de días tranquilos y cielo muy azul. A partir de aquí, tras dejar Assa detrás, nos internamos por unas pistas preciosas que cruzaban hamadas (mesetas pedregosas) y regs (llanuras desérticas, similares a las hamadas), hacia un horizonte siempre inalcanzable. Por el día, el clima era benigno, pero por las noches el frío era tremendo y no había ni una rama, nada para hacer un pequeño fuego, por lo que, tras cenar, todos nos íbamos a la tienda, donde hacía menos frío dentro del saco. A veces el viento comenzaba a soplar por la noche con tal violencia que parecía que las tiendas iban a volarse.
Durante esta primera etapa, atravesamos montañas y lagos secos enormes, pudimos disfrutar de paisajes realmente bonitos y, cuando ya estábamos cerca de Smara, se salió una rueda del remolque, lo que hizo que este cayera, partiéndose una barra del eje. La noche estaba próxima a aparecer, y un viento helado soplaba fuerte. Acampamos allí mismo y desmontamos lo que se había roto del remolque. Un par de integrantes del grupo se lo llevaron en coche a Smara y regresaron por la mañana con todo arreglado y listo para montar de nuevo en el remolque. El viaje prosiguió por unas pistas lisas, algo arenosas, por las que se circulaba cómodamente, las cuales nos llevaron hasta la Roca del Santón, un santuario para los musulmanes saharauis. Enseguida alcanzamos la carretera que nos llevó al Ayún, donde pasamos la noche, y de allí fuimos a Dakhla; pero como habíamos salido un poco tarde, se hizo de noche en la carretera y, para colmo de males, el remolque pinchó. Al cambiar la rueda, la que se le puso no tenía la llanta en perfecto estado, lo que obligó a ir parando cada poco para reapretarla y nos hizo llegar de madrugada. Nos quedamos dos días en esta bonita población del Sahara y, al tercero, pusimos rumbo a Mauritania.
Llegamos a Mauritania
La frontera de los dos países no nos planteó ningún problema de paso, y en Mauritania prácticamente ni nos miraron, gracias a nuestro gran amigo Arturo, que, además, como siempre, se encargó de los seguros. Al día siguiente, aprovechamos para ir hasta Cabo Blanco y ver las focas. Tuvimos suerte, porque pudimos ver una muy grande. Después, continuamos hacia el sur y, a medio camino entre Nouadhibou y Nouakchott, nos desviamos por una pista hacia el interior del desierto. Cuando esta se acabó, tuvimos que seguir por él sin camino ni nada, lo que originó algún que otro atasco en mi coche –que era el que tiraba del remolque– al atravesar algún bancal de arena.
Nos dirigimos a Tissot, en el Park d´Arguin, y allí embarcamos con los pescadores en sus bajeles de vela lantina para pescar. El jefe de la aldea nos enseñó un camino que nos llevó directamente a la carretera, por la que llegamos a la capital mauritana cuando ya había anochecido. En esta ciudad pasamos un par de días terminando de poner el coche de Jordi a punto y comprando los repuestos que faltaban, mientras yo aprovechaba para ver a mis grandes amigos Kenkou y Bitar. Este último, por cierto, acompañó uno de los días a la gente a la playa para disfrutar del mar.
Por fin nos pusimos en marcha con rumbo a Senegal. En la carretera cogimos un desvío por una pista que van a asfaltar y que nos llevaba directamente hacia Ndiama sin tener que dar el rodeo por la pista que sale cerca de Rosso. Al final, nuestra pista enlaza con la que viene de Rosso en el parque de Bowling, donde pudimos ver muchos facoceros, también conocidos como jabalís berrugosos. En esas estábamos cuando, de repente, en un bache lateral, el remolque volcó, rompiéndose la lanza. Con unas barras, pudimos hacer un apaño que nos duró hasta muy cerca de la frontera. Al día siguiente, dejamos el remolque allí y cruzamos a Senegal. Paramos en San Luis, donde arreglamos la lanza del remolque –que habíamos traído con nosotros–, y al día siguiente nos volvimos a ponerla y llevar el remolque a donde estábamos para seguir viaje. En Senegal, los coches deben entrar con el carné de pasaje, y no te lo sellan en San Luis, sino que te obligan a ir a Dakar, en un plazo de 24 horas, a sellarlo allí. Así que nos dirigimos rápidamente al Lago Rosa –es toda una faena, ya que no tienes tiempo de parar a ver nada– y, de allí, los conductores fuimos a Dakar y regresamos por la tarde con el sello conseguido.
Golpe de Estado en Mali
Camino de Kedougou, al sur del país, nos llegó el mensaje con la buena nueva del nacimiento de mi hijo, así que paramos todos para celebrar con cerveza helada la noticia tan fantástica y, después, proseguimos camino. Desde la sureña ciudad, continuamos hacia las cascadas de Dindefelo, pasando primero por Iwol, un precioso pueblecillo en lo alto de una montaña a la que se accede andando. El calor que hacía por aquí era muy alto y nos dejaba bastante aplatanados; bebíamos muchísimo. Allí nos llegó la noticia del golpe de Estado en Mali, país al que íbamos a cruzar al día siguiente, por lo que se optó por pasar al sur de este país cruzando Guinea Konacry y Costa de Marfil. Como no teníamos los visados de estos países, Jordi, junto con otros dos viajeros, se marchó otra vez a Dakar con los pasaportes de todos, y en un tiempo récord consiguió los visados y regresó con ellos.
Por pistas que atravesaban preciosos bosques con todo tipo de árboles, salimos de Senegal y entramos en Guinea Conakry. El camino, bastante bonito siempre, tenía algunos pasos estrechos, y el remolque montones de veces parecía que se iba a volcar, lo que nos forzaba a circular muy lentos. Lamentablemente, en la frontera no nos sellaron los papeles del coche y nos obligaron a dirigirnos a Kundara, que era el lugar donde había aduana, en vez de hacia donde nosotros queríamos ir y que era más corto. Como se nos hizo de noche, en una aldea pedimos permiso para acampar. A partir de este día, la gran mayoría de las veces que acampamos lo hicimos al lado de un poblado. Cuando llegamos a Kundara, nos sellaron los papeles del coche, aunque tuvimos que esperar bastante y quedarnos a comer allí. Igual que en Madrid y otras grandes ciudades puedes ver palomas en medio de la ciudad, allí había buitres andando por las calles de arena. Por la tarde proseguimos por la carretera hasta que cogimos la pista que seguiríamos durante varios días en dirección a Labé.
En esta zona, en ocasiones los ríos se cruzan por puentes, y otras en barcazas, en las cuales subíamos los coches, pero nunca se vadean, ya que siempre son grandes y profundos. El calor durante todo este tiempo era realmente agobiante, y los coches en la pista soltaban un polvo denso que se quedaba durante muchos minutos flotando antes de diluirse entre los árboles de los bosques cercanos. Desde Labé a Mamou, la carretera estaba llena de baches que hacían que la circulación fuera bastante lenta y que los coches sufrieran mucho, sobre todo la amortiguación.
Los retrasos aduaneros, el desvío para no entrar en Mali, las malas carreteras… todos estos incidentes estaban haciendo que acumuláramos retraso, y uno de estos días en los que ya estábamos saliendo de Guinea vimos que, con semejante retraso acumulado, dos miembros de nuestra expedición no iban a tener tiempo de terminar el viaje como estaba previsto y, en algún punto, tendríamos que salir corriendo para que pudieran coger un avión de vuelta a su hogar, en Galicia.
Por un puente enorme, cruzamos el río Níger, uno de los más grandes de África. Pasamos Kankan y, a partir de allí, comenzó nuevamente una pista polvorienta por la que debíamos dirigirnos a Costa de Marfil. En el camino había un río bastante extenso, aunque muy poco profundo, en el que algunos de los integrantes del grupo se bañaron mientras discutíamos el precio de subir los coches a la barcaza para cruzarlo. El calor había aumentado considerablemente, y eso hacía que bebiéramos más de la cuenta; el problema estaba en que en esta zona no se vende agua mineral, por lo que no podíamos reponerla. Por la noche, se acabó el agua que llevábamos y repartimos el agua de reserva. Afortunadamente, al día siguiente, en Ndijila, antes de cruzar a Costa de Marfil, encontramos agua e hicimos las formalidades para salir del país.
Salimos de Guinea Conakry
Para entrar en Costa de Marfil, tuvimos que recorrer unos cuantos kilómetros antes de encontrar un poblado en el que nos sellaron los papeles del coche, pero tuvimos que continuar hasta el siguiente, que estaba a 20 kilómetros, para sellar los pasaportes. No fue fácil, ya que no querían hacerlo para que les pagáramos dinero. Finalmente, resulta que no tenían el sello, puesto que estaba guardado con llave y se la había llevado el jefe, por lo que nos hicieron un papel para que nos los sellaran en el siguiente pueblo. El calor era agobiante, el bosque era realmente denso y en algunos tramos parecía que se comía al camino. Cerca de Omnienne, se puso a llover de verdad, y en un momento el camino se convirtió en una pista de barro. No paró hasta bien entrada la noche. Por la mañana temprano, unos policías muy amables nos sellaron los pasaportes y continuamos por la pista que, con el sol radiante que había vuelto a salir, ya casi no tenía charcos. Todas estas pistas figuran como carreteras en los mapas.
El camino pasaba por multitud de aldeas en las que la gente salía a saludarnos con muchísima alegría; daban ganas de quedarse en cada una de ellas. Al final, llegamos a Korhogo, una población grande, y como teníamos un retraso mayor cada vez, se tomó la decisión de que al día siguiente yo me fuera con las viajeras gallegas directamente a la capital, Burkinabe, para que cogieran allí un autobús que las llevaría directamente a Cotonou, en Benín. Así que, al despuntar el día, eso fue lo que hicimos: tiramos sin parar y, a las tres de la mañana, entrábamos en Ouagadougou; dos horas más tarde ya estaban subidas en el autobús que las llevaría a su destino. Dos días más tarde llegaba el resto del grupo y, al siguiente día, continuábamos otra vez juntos en dirección a Togo. El calor de esta tierra era asfixiante y por la noche no bajaba prácticamente nada la temperatura.
Por fin llegamos a Togo
No había mucha distancia a la frontera, y la carretera era buena, pero, debido a la lentísima burocracia aduanera de los dos países, no entramos en Togo hasta media tarde. A partir de aquí, la carretera estaba realmente destrozada, con socavones profundos y con un tráfico de camiones enormes que no se apartaban para nada. A uno de los coches se le estropeó la servodirección, pero decidimos continuar hasta la capital a ver si allí se podía arreglar. La carretera mejoraba y circulamos más rápido. Paramos a visitar el país Tamberma, formado por unas tribus que viven como hace cientos de años y con gran pobreza en unas preciosas casas de barro con formas muy características. En Kara pudimos ver cientos de murciélagos de un tamaño realmente enorme, y la entrada en Lomé fue en atasco con cientos de camiones enormes. Allí debíamos sacar el visado para Benín, pero como llegamos en fin de semana, debimos esperar al lunes. Pero cuando nos presentamos el lunes, nos dicen que es fiesta; habíamos perdido la noción del tiempo y no habíamos caído en que era lunes de Pascua, final de Semana Santa, por lo que nos tocó esperar más días. La servodirección no se podía arreglar aquí, así que se pidieron las piezas a España y, a través de Euro4x4parts y un familiar, lo arreglaron todo para mandarlas a Cotonou. La ciudad tenía casi de todo, y las playas eran bonitas pero decadentes y estaban deterioradas en muchos puntos costeros. El cónsul no fue a trabajar y, por tanto, debimos esperar más días para conseguir el visado de Benín. Cuando al fin lo logramos, nos pusimos en camino hacia ese país.