Desde mucho antes de llegar hasta aquí hemos intentado indagar si era posible entrar en Mali por esta pista, que tiene su origen en la localidad senegalesa de Kedougou.
Y la respuesta ha sido la misma: «No vais a poder cruzar. Ya no hay bac (barcaza)». Incluso un experto guía turístico local, en un castellano más que aceptable, nos recomienda encarecidamente el regreso a Tambacounda, para entrar en Mali por la clásica carretera de Kayes (la ruta del Dakar). Cuando ya estábamos casi resignados a dar un rodeo de más de 500 kilómetros, un amable camionero maliense, que a nuestro lado reposta combustible en su destartalado Berliet, escucha la conversación y mirándonos fijamente, sentencia: «Os va a llegar el agua hasta aquí» y señalando los faros de mi viejo Land Cruiser, sin darle mayor importancia, añade: «Yo he cruzado el Falémé esta mañana». 100 metros de vadeo profundo Pero ahora estoy en medio del río. Y una cosa es un riachuelo y otra son ¡100 metros de vadeo profundo a más de 5.000 kilómetros de casa… uf!. Con estas meditaciones en mente, acabamos de explorar a pie el lecho del río y regresamos a la orilla senegalesa. Al levantar la cabeza, observamos atónitos cómo un nutrido grupo de habitantes del poblado Vasari se arremolina junto a nuestro coche y murmura en voz baja. En la orilla de enfrente un buen número de mujeres que se aseaba y lavaba la ropa en el río interrumpe su tarea y se apresta a disfrutar con el espectáculo. Intuimos que dicen algo así cómo… «¿Qué hace aquí una pareja de blancos? Están locos.» Con un subidón de adrenalina y la primera corta engranada, afrontamos el vadeo a punta de gas, intentando situar el coche diagonalmente a la corriente a fin de suavizar al máximo su empuje, que en la zona más profunda es realmente fuerte. Son momentos de excitación que terminan cuando el coche se acelera sólo, aliviado de la presión del agua. Tras superar una pequeña trialera con hondas roderas de camión para abandonar el lecho del río, aceleramos por la amplia pista de tierra que nos llevará a Kenieba, a unos 30 kilómetros. «Bonjour, hace tiempo que no pasa por aquí ningún turista», nos espeta el amable funcionario de aduanas, al mismo tiempo que, no sin cierta pereza, se levanta de la cómoda hamaca desde la que afronta otra dura jornada de trabajo. Tras rellenar unos cuantos «papeles», el aduanero hace un gesto de aprobación y extiende el laissez passer, el documento que acredita la importación legal del vehículo. Al finalizar nos indica el camino al puesto de gendarmería, en el otro extremo del pueblo, donde debemos sellar nuestros pasaportes. El futbolín, el deporte nacional La larga y única calle digna de este nombre en Kenieba ofrece un escenario fascinante. Los más diversos oficios están aquí representados y los trabajos se realizan en plena calle. Varios carpinteros se esmeran en el montaje de unos muebles, entre ellos un precioso futbolín, el deporte nacional de Mali. La mayoría de los oficios tiene aquí su representante: fontaneros, electricistas y… sobre todo, mecánicos… muchos mecánicos, especialmente de ciclomotores. Estamos en plena época de lluvias y los alrededores de Kenieba ofrecen un paisaje verde majestuoso, lleno de árboles y vegetación, ofreciendo un horizonte lleno de matices. En esta zona del país no hay carreteras asfaltadas y las pocas vías de comunicación son de tierra y piedras. Nos olvidamos del GPS y recuperamos las viejas técnicas de navegación, ponemos rumbo a Kassana, preguntando a los omnipresentes transeúntes y peatones sobre la dirección más adecuada en los cruces de caminos. Es la época de la siembra y los campesinos Soninké y Malinké queman «la brousse» (el bosque de la sabana) para desbrozar la tierra y prepararla para el cultivo. Esta técnica acaba por desertizar el terreno y por eso hay campañas para cambiar esta ancestral costumbre. Los campesinos trabajan duro con el arado, arañando con sudor la tierra para sembrar, principalmente mijo. Para esta durísima tarea se utilizan yuntas de vacas y arado romano, una herramienta con más de 20 siglos de servicio y ya desterrada en el primer mundo. Esta estampa se repetirá infinidad de veces a lo largo del viaje. Camino de Manantali, la pista se encuentra en muy mal estado, con zonas donde hay que tirar de reductora ante los numerosos cortados del terreno. Los únicos vehículos que encontramos son carros y bicicletas, pero los peatones son constantes. En los poblados la gente saluda con devoción y los niños corren a saludarnos con una sonrisa de oreja a oreja. Las mujeres trabajan el huerto y la casa, preparando la comida a la puerta de la choza, normalmente en grupo charlando con las vecinas. Otra estampa repetida es la molienda del mijo, con grandes morteros de madera y pilones de más de un metro de altura que las mujeres (siempre las mujeres) alzan y dejan caer con un ritmo cansino, pero constante. La comunicación no es fácil, pues aunque el francés es uno de los idiomas oficiales de Mali, se utiliza poco en estas remotas regiones. La buena voluntad de esta gente elimina cualquier barrera y de charla en charla vamos encontrando nuestro camino. La gigantesca presa de Manantali almacena las aguas del caudaloso río Bafing y con su energía alimenta de electricidad a Bamako, la capital del país. En su retroceso alberga el Parque Nacional del Bafing, un santuario de primates, sobre todo chimpancés. Los amantes de las aves pueden acercarse al Parque Nacional de la Boucle du Baoulé, el más extenso del país, ubicado a poco más de 100 kilómetros al noroeste de esta presa. A partir de aquí la pista se encuentra en mejor estado, pero con las lluvias hay grandes charcos y zonas de barro que obligan a extremar la prudencia. La conducción resulta también excitante para evitar los animales domésticos y salvajes que cruzan despreocupados, dado el escasísimo tráfico de vehículos. El paisaje de típica sabana africana nos acompaña hasta Kita, donde encontramos la primera gasolinera convencional desde que entramos en el país. Con calles sin asfaltar y zonas medio inundadas por la lluvia, Kita es la población más importante de la región y dispone de aeropuerto y todo tipo de servicios. Su vía principal es un hervidero de carros, bicicletas y gente que levanta la cabeza a nuestro paso, mientras que los comerciantes del mercado ofrecen sus jugosos mangos y otras frutas tropicales. Aprovechando su parada en la estación, visitamos el popular expreso que une Dakar (Senegal) con Bamako. El trayecto, de 50 horas (teóricas), recorre paisajes fabulosos y, gracias al estado del tren y la gran cantidad de viajeros que transporta, garantiza experiencias inolvidables. A partir de Bamako, entramos en el corazón turístico de Mali siguiendo por pistas la orilla del río o bien tomando la principal carretera del país hasta Segou, una ciudad tranquila, con amplias avenidas y bellos edificios de la época colonial… pobremente conservados. Desde su puerto se puede embarcar en pinazas hasta Djenné, Mopti, o la legendaria Tombuctú, ya en las puertas del Sáhara. Del sol radiante a lluvias torrenciales Enlazando caminos y pistas en esta fértil llanura, disfrutamos a fondo nuestro todoterreno, atravesando campos de cultivo y zonas de pastoreo con los majestuosos baobab salpicando el paisaje. El sol radiante puede dejar paso en unos minutos a un cielo negro y encapotado, que de repente descarga una lluvia torrencial, con abundante aparato eléctrico, que todo lo inunda. Los niños de las aldeas salen corriendo desnudos a bañarse y disfrutar de este espectáculo de la naturaleza. Djenné es el destino obligado de todo viaje a Mali y no sólo por su imponente mezquita de barro, Patrimonio de la Humanidad, sino también por su popular mercado de los lunes, uno de los más interesantes y concurridos de centroáfrica. No muy lejos, Mopti, en la confluencia del río Bani con el gran Níger, ofrece al visitante otra importante mezquita y, sobre todo, un abrumador y concurridísimo puerto fluvial, con sus extrovertidos habitantes, principalmente de la etnia Bozo y Fulani, dedicados en cuerpo y alma al comercio. A sólo 12 kilómetros está Sevaré, un lugar más tranquilo, ideal para descansar y huir de los incansables guías que nos persiguen en Mopti. Aquí planificamos nuestra última etapa del viaje, la visita a la falla de Bandiagara, también conocida como País Dogón. |
Practicar todoterreno en MALI![]() Con una mínima infraestructura de carreteras asfaltadas, Mali es puro territorio 4×4, como quedaba palpable cada año en el rally Dakar africano, que durante muchos años ha utilizado sus pistas y caminos para buena parte de sus etapas. Al norte del río Níger, el desierto del Sáhara es dueño y señor, con enormes extensiones arenosas y de rocas. Territorio infinito y soñado por todo aficionado al todoterreno, pero donde la seguridad no está garantizada, más aún tras los sucesos de finales de noviembre pasado. En el resto del país, la sabana es protagonista y numerosas pistas de tierra surcan el territorio; las más importantes, de laterita. Este revestimiento de origen volcánico ofrece gran adherencia en algunos lugares, mientras en otros, donde la gravilla está suelta, desliza como el hielo. Las pistas de laterita resultan muy peligrosas, pues en ellas se pueden alcanzar velocidades elevadas, mientras que la señalización de agujeros o zanjas (numerosísimas debido a las lluvias torrenciales) resulta inexistente. Y salirse en una curva es un vuelco seguro, pues en buena parte de la zona del delta del Níger y sus afluentes la pista se encuentra sobreelevada, al objeto de evitar su inundación. Para aventurarse por el norte de Mali, conviene que el vehículo disponga de depósitos de combustible auxiliares, o, al menos, de suficiente número de bidones. Para soportar esta carga, las suspensiones deberán ser reforzadas y los neumáticos (dos de repuesto), con perfiles altos y carcasas muy resistentes. Ojo a las medidas «exóticas» de neumáticos, prácticamente desconocidas por estos pagos. Al sur del Níger cualquier todoterreno de serie, pero con los neumáticos adecuados, ofrece cualidades más que suficientes, si bien sólo en Bamako dispondremos de recambios y talleres oficiales de marca. Ésta es la «carretera» camino de Manantali a su paso por la modesta aldea de Koloumbéré. Apenas hay tráfico rodado. La impresionante presa de Manantali y su central hidroeléctrica sobre el río Bafing abastecen de luz a Bamako, la capital. |
![]() Bamako, la capital Una abarrotada urbe de casi dos millones de habitantes, partida en dos por el caudaloso Níger y con sólo un par de puentes uniendo ambas mitades es la capital de Mali. Desde su humilde origen como aldea de pescadores de la etnia Bozo, Bamako ha sufrido un crecimiento brutal en los últimos años, pero con escasa planificación demográfica y urbanística. Superada la primera sensación de agobio al conducir por sus ruidosas calles, abarrotadas de coches y, sobre todo, de miles de pequeñas, pero agresivas motocicletas de fabricación china, la ciudad puede empezar a ofrecernos sus encantos. Los mercados son los grandes protagonistas y prácticamente no hay una esquina de la ciudad donde los puestos callejeros no ocupen buena parte de la acera. Lejos de las grandes avalanchas turísticas, estos lugares conservan todo su encanto africano, con el bambara como idioma más hablado en las transacciones comerciales. Pero el viajero puede comunicarse con facilidad en francés, idioma que también es el protagonista de todos los carteles y publicidad. El Grand Marché, en el centro de la ciudad, puede resultar agobiante en las horas punta, pero en él se encuentra de todo, ropa nueva y usada (la mayoría procedente de donaciones europeas), alimentos y recambios de automóvil, sobre todo de segunda mano. El Mercado de la Medina, cerca del hipódromo, ofrece un colorido espectacular, con sus comerciantes sentados en sencillos puestos al aire libre, en una zona sin asfaltar y embarrada en caso de lluvia, dedicados a la venta de frutas y verduras. No debemos abandonar la ciudad sin visitar el Museo Nacional, con una importante colección de estatuas, vestidos y mascaras y el Muso Kunda, que incluye artesanía y objetos tradicionales malienses. Los hoteles son caros y no especialmente cuidados. Nuestro sencillo, pero cómodo alojamiento fue el Hotel Tamana (www.hoteltamana.com), con piscina y jardín para aparcar el coche. La mezquita de barro de Djénné fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. La acampada es una de las mejores alternativas en la zona sur de Mali. En ésta, en las cercanías de Kenieba, tuvimos la compañía de las aves y sus graznidos cuando se acercaba el ocaso. Los viejos Peugeot 504 son utilizados en Bamako para el transporte público. |
![]() País dogón, falla de bandiagara Ubicado en el centro-sur del país y con su espina dorsal en la falla de Bandiagara, el País Dogón es el motor del incipiente turismo de Malí. La falla (falaise) es un cortado de roca y más de 150 kilómetros que en algunos lugares alcanza más de 80 metros de altura. Este escarpado paisaje está habitado por el pueblo dogón, una de las etnias más antiguas del país. Los dogones creen que la Tierra, la Luna y el Sol fueron creados por Amma, un hombre con poderes divinos. Por eso en todos los poblados hay imágenes de este dios, en forma de estatuas de barro, que les protegen de los peligros, y ante las cuales efectúan sacrificios de animales (normalmente un pollo). La mejor manera de visitar las aldeas del País Dogón es a pie, pues las casas se encuentran prácticamente colgadas del cortado y es preciso trepar e incluso subir estrechas escaleras de madera colocadas en las grietas para visitar las partes más altas. La arquitectura dogón es sorprendente, con casas de piedra, tejados de paja y puertas de madera finamente labradas. Los característicos graneros, elevados al objeto de alejar las semillas de los roedores, representan aquí una alternativa más modesta al hórreo asturiano. El punto de partida ideal para visitar el País Dogón es el pueblo de Bandiagara, a 25 kilómetros de la falla y con todo tipo de servicios. Si viajas en tu propio TT, puedes contratar un guía (te recomendamos a Colosse, tel. 00223 66842570) y aprovechando las escasas pistas que franquean la falla (cortesía de la colonización francesa y de alguna ONG alemana), recorrer por caminos de arena toda la parte baja del cortado, haciendo paradas para visitar las aldeas. Una ruta inolvidable.
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![]() Libres de amenazas, los dogones han ido abandonando sus viejos poblados colgados de la falla para establecerse a los pies de la misma. El arte del pueblo Dogón se muestra en estas esculturas antropomorfas de madera y en el fino labrado de las puertas de las casas. 1. El futbolín es uno de los juegos más populares en Malí, como muestran estos muchachos de Segou cerca del Níger. 2. Hay gasolineras sólo para motos, con botellas de un litro. 3. Las pistas de laterita, famosas por el Dakar, resultan peligrosas por lo deslizante de su superficie. En la falla de Bandiagara conviven el poblado nuevo de los dogones (abajo, el poblado antiguo y las antigua cuevas de los pigmeos a las que debían acceder trepando. Para acceder a las plantas superiores de las casas o escalar por la falla, los dogones usan escarpadas escaleras hechas de una pieza. La arada en Mali se realiza con una persona manejando la reja y otra para guiar la yunta. |
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