Ruta por el Cañón del río Oca y Parque Natural de Montes Obarenes

He aquí un recorrido por la Castilla profunda, por la fibra más pura de la Castilla recia, a la que el paisaje y su propia historia conformaron fuerte, de sólidas convicciones y tenaces razones que dieron lugar a uno de los reinos más gloriosos de ese puzle llamado España.


Entonce era Castiella un pequeño rincon, era de castellanos Montes d´Oca mojon, en la otra parte Fitero el fondón, moros tiene Caraco en aquesta sazón […] Era toda Castiella solo una alcaladia; maguer que era pobre e de poca valia, nunca de buenos omnes fue Castiella vazia, de quales ellos fueron paresce aun oy dia» reza el poema dedicado al Conde de Fernán González que escribió un monje de San Pedro de Arlanza en el siglo XIII y que se ha conservado hasta nuestros días gracias a un manuscrito del siglo XV.
Estos relatos o poemas épicos, algunas veces dramatizados y novelizados posteriormente por la historia, nos invitan a reflexionar acerca de dónde venimos y hacia dónde hemos viajado. En este caso, nuestro viaje se ha dirigido hacia lo más profundo de la historia de una tierra llamada Castilla. Y de esta tierra, hemos querido visitar una de sus merindades más importantes, pero no por ello muy conocida, pues prácticamente está fuera de las rutas turísticas más populares.
La comunidad de Castilla y León conserva hoy en día uno de los legados monumentales e históricos más importantes de toda Europa. Y viajar a través de sus tripas es, además de una pasión, un placer propio de aquellos para los que el tiempo es su mayor tesoro. Detenerse, mirar, dejarse enseñar por la historia que nos explica el porqué, el dónde y el cuándo nos enriquece y alimenta con relatos sobre legados y tradiciones que se hallan escondidos, aunque no desaparecidos.
En nuestro breve viaje por la merindad de Raíces de Castilla, hemos visitado sus tres patrimonios más importantes: Poza de la Sal y su milenaria explotación salina, donde el hombre ha sabido valorar el oro blanco de su vientre desde siempre. Un lugar donde un castellano tan ilustre como el doctor Félix Rodríguez de la Fuente vio sus primeras luces y que aún hoy le recuerda correteando por sus calles como un chiquillo travieso.
Un poco más al norte, entramos en la fronteriza villa condal de Oña y visitamos el Monasterio de San Salvador mientras nos dejamos perder por las sendas del cañón del río Oca; un placer al alcance de todo aquel que no eche pereza en hacer camino. Y, por último, la joya de la corona: Frías, la ciudad más pequeña de España a pesar de contar con todo un ejercicio de arquitectura militar y medieval materializado en su castillo y su ciudad de casas colgantes. Un paradigma de equilibrio que no llegamos a valorar del todo hasta que nos pusimos en su vertical. Desde esa perspectiva, no dejó de sorprendernos cómo se mantiene anclado en el paisaje como rapaz terca y atenta al paso del Ebro.
La comarca natural de la Bureba y las Merindades nos reciben frías y desasosegadas, un estado muy propio del clima frío invernal burgalés. Los campos aún están desiertos de siembra y son pocos los que se aventuran a trabajar la tierra. Como siempre, han sabido esperar para que las lluvias y el Sol hagan germinar la fiesta de la primavera en la lánguida noche del invierno.
Para comprender la importancia geoestratégica de esta tierra (militar, económica y religiosa), hay que visitar los tres conjuntos de la Castilla primitiva y pararse con detenimiento en los centros de interpretación, las salinas, los castillos, sus murallas y las iglesias, además de los monasterios, calzadas que conforman un legado medieval puro y sin alteraciones.

LA SAL MANA DE LA TIERRA

Aun a pesar del horizonte anubarrado, nuestro Suzuki S-Cross nos llevó gentil y manso hasta las puertas del primero de nuestros puntos de referencia: Poza de la Sal. En esta villa pudimos encontrar uno de los fenómenos geológicos más singulares: el diapirismo, que hizo aflorar a la superficie a lo largo de millones de años una gran masa salina.

Vamos a descubrir a estas alturas el estratégico valor que la sal tiene desde los tiempos más remotos. Hay que subrayar que, desde época romana y hasta hace dos décadas, la actividad salinera condicionó la vida y la economía en Poza de la Sal. Por ello, su industria salinera nos ha legado una infraestructura etnográfica única en Europa, con almacenes, acueductos, pozas y salinas de extracción del oro blanco.

Cuando nos acercamos a lomos de nuestro Suzuki S-Cross, observamos cómo se expande bajo su castillo protector un conjunto amurallado de estrechas callejas que conservan ese laberíntico trazado propio de sus orígenes. Perderse por sus calles y perder de vista el Sol y, en este caso, el gélido viento del invierno nos hizo sentir cómodos y también nos explicamos el porqué de su construcción. En la oficina de turismo, acudimos al reclamo de la asociación de pozanos, que nos descubrió con cariño lo que fueron su villa y sus gentes y cómo trabajaron para lamer la sal y convertirla en oro de vida.

Es casi imposible abandonar esta pequeña villa sin visitar su castillo, sus salinas, su centro de interpretación de la sal… Nos marchamos embargados por el calor, el cariño y la generosidad con que los pozanos nos recibieron, orgullosos de haber conservado con mimo un legado etnográfico único en Europa. Justo antes de la partida, nos invitaron a volver en verano para no renunciar al disfrute de sus piscinas de salmuera, que muy poco tienen que envidiar a la extraordinaria flotatibilidad del salino mar Muerto.

El horizonte y nuestro roadbook continuaron guiándonos y, sin dilación, encontramos entre campos la villa condal de Oña. El tránsito fue lento y dubitativo, ya que los caminos estaban anegados por la ciclogénesis explosiva y nos hicieron usar a conciencia el sistema de tracción total Allgrip del Suzuki S-Cross. Ante la dificultad del terreno enfangado, optamos por emplear la carretera para dar con el siguiente hito sin más demora.

OÑA, CONJUNTO HISTÓRICO ARTÍSTICO

El espectacular desfiladero del río Oca desgaja la villa condal de Oña. Esta, declarada Conjunto Histórico Artístico, convierte a la villa en popular lugar de peregrinaje turístico; todo lo contrario que Poza de la Sal. En especial, su Monasterio de San Salvador es el que recibe el golpe estresante de un turismo en el cual la gastronomía de los fogones sustenta más al peregrino incesante que el interés real por su historia y sus orígenes. Oña es toda abacial por su iglesia de San Salvador. Su capilla mayor, su sillería coral, los panteones de los reyes, condes e infantes de Castilla la hacen única e imprescindible de conocer. En Oña, podemos hacer parada y fonda y dedicar el resto del día para apreciar su gastronomía como el común de los visitantes, pero también es interesante por conocer el esplendor religioso que vivió en su día.

Pero la propuesta no se acaba aquí: los desfiladeros de las hoces del río Oca nos esperaban escandalosos con sus aguas aún precipitadas en busca del ya próximo Ebro. Así, en la parte alta de la villa y con una vista privilegiada sobre las hoces, pudimos visitar la Casa del Parque de Montes Obarenes y desde allí organizar un periplo por su naturaleza a la medida de cada cual. Con la debida antelación, se pueden contratar visitas guiadas por el parque y disfrutar del paisaje, la flora y la fauna escondida al común de los viajeros y expedita al más insistente de los amantes de la naturaleza.

El cañón del Oca nos sacó serpenteando entre sus calizas verticales en busca del Ebro. Ya una vez alcanzada la vega, no tuvimos más que seguir río arriba para situarnos en la capital de la merindad de las Raíces de Castilla: la ciudad de Frías.

La silueta del Castillo de los Velasco recortó enseguida el horizonte y nos emocionó por su inquietante verticalidad. Pero antes de apreciar esta con medida correcta, el Ebro se presentó como frontera impermeable. Su caudal dio lugar a pocas dudas: “¡Mi reino por puente!” debieron gritar tiempos ha, pues es impresionante el puente medieval que franquea el río y que es gobernado claramente desde las almenas del castillo de Frías. El valor fronterizo de la ciudad es incuestionable. Y sí, hablamos de ciudad con propiedad, pues Frías está considerada como ciudad y además ostenta el adjetivo de ser la más pequeña de España. Al igual que Alcalá de Henares, Chichón o Colmenar de Oreja, por citar algunas de localidades de Madrid, Frías se halla entre los numerosos sitios que ostentan esa importante distinción.

Aparte de la historia fronteriza de Frías, esta población es uno de los mejores y mayores ejemplos de la arquitectura medieval militar y civil española. En su interior amurallado, se extiende un conjunto urbano único, de estrechas y empinadas calles, donde la piedra, la madera y la argamasa son el ejemplo de ingeniosidad medieval para aprovechar el espacio.

Apiñada en una roca y en claro desafío a la ley de la gravedad, durante siglos ha permanecido como balcón desafiante al horizonte. Recorrer sus calles, visitar sus plazuelas, asomarse a sus casas colgadas o encaramarse a lo mas alto del bastión defensivo es más que un ejercicio físico, es toda una afrenta a nuestra razón por tratarse de una arquitectura vertical de apariencia imposible, pero a la vez tan tangible como real.

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