Ruta por Sudáfrica: Western Cape

En el extremo sur de África encontramos el Cabo de Buena Esperanza, uno de los puntos más emblemáticos de la historia de las exploraciones por el continente negro. Nos hallamos en un punto ineludible, tan deseado como temido por exploradores terrestres, osados marinos y todo tipo de aventureros desde tiempos remotos.


Nuevas rutas que culminarían en fracaso si no se alcanzaban estas resguardadas bahías, hijas predilectas nacidas del encuentro de dos gigantes: los océanos Atlántico e Índico. Para los pioneros terrestres, alcanzar el mar significaba la culminación de una nueva ruta entre la costa y el interior. Para los marineros, hacia el Índico, un amarre de tranquilidad. Para los provenientes del Índico, otear el Cabo de Buena Esperanza representaba la justa recompensa tras una desafiante travesía. Las espeluznantes historias de naufragios no impidieron el nacimiento de Ciudad del Cabo, una de las ciudades más admiradas de todo el sur de África y, a su alrededor, un territorio que se extiende entre extensos viñedos, animales salvajes y unos rincones naturales idílicos que no siempre han presenciado lo mejor del ser humano. Cuando el avión comienza a sobrevolar Ciudad del Cabo, aproximándose al aeropuerto, ya se divisa a lo lejos la impresionante atalaya de la Table Mountain, una enorme meseta erosionada por la fuerza del viento y los contrastes adversos de las temperaturas. Aunque ahora se encuentra a 1.087 metros de altitud, en otros tiempos estuvo sumergida en el mar. Ese mar que ahora aloja los restos de aquellos navíos que fracasaron en su empeño de circunvalar el Cabo de la Esperanza y acabaron derrotados por las devoradoras corrientes. No menos amenazadoras que la fauna marina que aloja, entre otros impresionantes residentes, al tiburón blanco.

Hay que ascender a la impactante Table Mountain para atisbar las posibilidades que ofrece una zona tan privilegiada como es la península del Cabo y todas las idílicas bahías que la rodean. Desde este emergente farallón, convertido en privilegiado mirador para otear el cautivador entorno que nos envuelve, fijaremos la vista en cualquiera de los puntos cardinales y seremos obsequiados con espectaculares vistas sobre la ciudad y su puerto, sobre los recovecos de sus bahías o hacia sus profusas colinas circundantes.

Admirada ciudad

La «Ciudad Madre«, por ser la primera ciudad que se creó en Sudáfrica, la «San Francisco con historia» o la «la Taberna de los Mares«, por ser el lugar donde recalaban los marinos para abastecerse, son algunos de los sobrenombres que ha recibido la admirada ciudad. En Ciudad del Cabo nos encontraremos con una urbe que posee un paisaje tan heterogéneo en los edificios que componen sus barrios y calles como la propia población que la configura. Holandeses, ingleses, africanos, indios, malayos, indonesios, judios… Son tantos los que llegaron a través de las aguas para configurar este rincón sudafricano que Desmond Tutu, el singular y batallador obispo premio Nobel de la Paz , la definió como «el Pueblo del Arco Iris» por la cantidad de población de diferentes procedencias que la concibieron. Los barrios chabolas («bidonville») que rodean a la ciudad contrastan depresivamente con los funcionales rascacielos modernos que confluyen en el Down Town y con la romántica arquitectura colonial que nos hacen sentir en idílicos rincones de otros tiempos. Son mundos distintos de una misma realidad, opulencia frente a miseria, exquisitez frente a supervivencia.

Una larga lista de poblaciones circundantes, como Arniston, Hermanus o Greyton, nos ofrece la posibilidad de visitar localidades dedicadas a las tradiciones pesqueras, divisar ballenas o bien pasear por mercados con extravagantes obras de originales artistas. Tampoco hemos de obviar un elemento que, a la par orgullo de residentes y modelador de la campiña, se ha convertido en uno de los motores económicos de la provincia Western Cape: los viñedos. Sus reputadas cepas se llegan a perder en el horizonte, creando olas de vegetación cuyos frutos, magistralmente procesados, serán repartidos por todo el mundo. El paisaje cambia de froma drástica cuando nos acercamos a Somerset West, ya que las presencia imponente del pico de Helderberg y la cadena montañosa de Hottentons Holland arropa esta ciudad histórica, la segunda más antigua del país. Las haciendas coloniales que salpican los viñedos están situadas entre senderos con excelentes vistas hacia las cuencas montañosas. Pero lo verdaderamente cautivador de esta remota región lo encontraremos al sur de Ciudad del Cabo. Ponerse en ruta hacia el legendario Cabo de Buena Esperanza permite ir descubriendo la idiosincrasia geográfica de este apartado, pero magnífico, enclave de África. Por supuesto, cuando paramos en el puerto pesquero de Hout Bay, el olor a mar se intensifica con la frenética actividad de las gaviotas en el puerto y las zambullidas de algunas juguetonas focas que se pasean por la bahía.

La arena de la playa de la bahía es tan blanca que el sol la hace brillar como si sus granos fueran diamantes. Los amantes de los deportes acuáticos emplean este rincón para desarrollar actividades como el kayak, pese a que la temperatura de las aguas de la costa atlántica está unos grados más baja que las calas de False Bay, que ya reciben la influencia de la corriente cálida del cabo de las Agujas y están más protegidas de los fuertes vientos del sureste.

Con el resplandeciente fulgor de la playa, nos alejamos para comenzar a ascender por la zigzagueante carretera de Chapman´s Peak, que no está exenta de eventuales desprendimientos. No en balde, en determinadas ocasiones, se han visto obligados a clausurarla. Así ocurrió en enero de 2000, cuando se hundió completamente en el mar y no pudo ser reabierta nuevamente hasta finales de 2003. Su recorrido merece la pena por sus impresionantes panorámicas sobre escarpados acantilados e idílicas playas hasta alcanzar la ciudad de Simon´s Town, otro significativo hito del camino.

Lo que consideramos como el pueblo más bonito y con mayor encanto de esta costa es sede de la Armada Sudafricana, pero, más importante para los viajeros, es también «sede» de una copiosa colonia de pingüinos. En el continente de los desiertos, el calor y las palmeras, nos encontramos estos entrañables animalillos representantes del frío. En su playa y rocas circundantes, cobijan sus nidos y su ingenuidad permite disfrutar a extraños y locales de su presencia.

Un cabo complicado

Seguimos avanzando por esta magnífica costa hasta alcanzar el ansiado Cabo de Buena Esperanza, confluencia de las temidas corrientes de Benguela y de Mozambique, que tantos quebraderos de cabeza han dado a las embarcaciones de todos los tiempos. Hasta el mismísimo Bartolomé Díaz a punto estuvo de ver fracasar su empresa de circunvalar por primera vez el famoso cabo.

Babuinos impertinentes

Enclavado dentro de la reserva natural del Cabo de Buena Esperanza, que a su vez forma parte del Parque Nacional de Table Mountain, el faro que marca el punto de tan histórico lugar está azotado por unos vientos que no dejan lugar a dudas de su turbulenta fama. El ascenso hacia el faro se realiza por una escalinata rodeada por uno de los entornos florales más singulares del planeta. Los babuinos que pueblan la zona pueden aparecer inesperadamente para abalanzarse sobre todo bulto sospechoso que les haga pensar que hay comida. De camino hacia las playas, el abundante plumaje de los avestruces que nos vamos encontrando vibra anárquicamente y refleja manifiestamente el ventoso emplazamiento donde nos encontramos ahora. Poco después, una placa marca las coordenadas del reconocido paraje donde también residen linces, cebras, antílopes y una gran variedad de aves, como los cormoranes que apuran su vuelo rasante en busca de comida sobre las turbulentas aguas del cabo.

Recorrer en todoterreno el extremo sur de África, con el mar bravo y provocador a un costado y las abruptas cadenas montañosas a otro, nos desvela un remoto enclave, crisol de multitud de pueblos y razas envueltos en una grandiosa naturaleza que ni al más experto aventurero dejará indiferente.

Nuestro agradecimiento a Dominique y Jean-Luc Bodin, cuya hospitalidad y ayuda han hecho posible este reportaje.

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