Ruta Suzuki: Dragones y Mazmorras

El Campo de Calatrava, pequeño territorio hostil y semipoblado, tierra fronteriza donde dragones de lava y castillos mazamorreros sobrevivían contra el incesante empuje bélico del islam, fue testigo del origen de la Orden de Calatrava.


España encierra grandes historias y siempre ha sido tierra fértil de importantes gestas e inolvidables leyendas. Pero si hay un territorio marcado por la desazón histórica es, sin duda, el Campo de Calatrava (Ciudad Real). Un lugar donde los viejos volcanes durmientes describían en el siglo XII un paisaje fronterizo de difícil defensa pese a sus ciudades-fortaleza, ya que el empuje bélico del islam era prácticamente imparable en aquellos momentos. Tanto era así que llegó a doblegar a los todopoderosos templarios.

Pero dos pequeños e «insignificantes» personajes: el abad Raimundo de Fitero (Navarra) y un monje de su monasterio, fray Diego Velázquez, que antes que monje fue guerrero, se ofrecieron de manera voluntaria a Sancho III para hacerse cargo de la ciudad-fortaleza de Calatrava la Vieja, una plaza que los templarios no tuvieron el coraje suficiente de defender.

Así nació el mito y la Orden de Calatrava, que con el discurrir de los siglos y sin dejar de guerrear nunca, tuvo una asombrosa expansión por España y Portugal y, en especial, por el Campo de Calatrava: «aquel tan necesitado y temido por los reyes».

Hablar de la Orden de Calatrava es recrear el arte cisterciense, revivir la batalla de Las Navas de Tolosa, elegir entre Pedro I el Cruel (llamado así por sus detractores) o el Justiciero (como se referían a él sus defensores), comprometerse con el partido de Juana de Castilla, apodada la Beltraneja, o con el de su tía Isabel de Castilla (la Católica), mostrarse tan excesivo como el Conde-Duque de Olivares, o conocer que, en la actualidad, es don Juan Carlos I quien ostenta la categoría de gran maestre de las Órdenes de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa.

Un castillo milenario

Nuestro recorrido por estos Campos de Calatrava parte de la originaria ciudad-fortaleza de Calatrava la Vieja (Carrión de Calatrava), fundada en el siglo XII (en 1158), y finaliza en el Sacro Convento y Castillo de Calatrava la Nueva, fundado en 1217 y próximo a la población de Aldea del Rey. Un largo recorrido por el que el incesante galopar de nuestra cabalgadura también nos llevó a pasar por otros castillos calatravos como el de Berenguela (Bolaños de Calatrava) y el de Alarcos (Ciudad Real).

Este itinerario no solo conserva escenarios bélico-históricos, sino que también es reserva de numerosas lagunas que las aguas del esquivo Guadiana y los cientos de humedales que se abren al pie del camino ofrecen preciosas escalas para contemplar la incomparable naturaleza que albergan. El lugar más destacado del viaje fue, sin duda, la Laguna y Volcán de la Posadilla, hoy Monumento Natural, que conforma un paisaje único en la península ibérica gracias a sus lagunas y volcanes situados entre los Montes de Toledo y La Mancha.

Fortaleza medieval a los pies del guadiana

A pocos kilómetros de nuestro punto de partida, la población de Carrión de Calatrava, se levanta aún irreducible la roca de la ciudad-castillo de Calatrava la Vieja. En pie desde el siglo XII, se resiste a rendirse. Las aguas del Guadiana le dan de beber al tiempo que la protegen, aunque hoy sus aguas permanecen embalsadas en el embalse del Vicario. Acercarse a esta ciudad a las primeras horas del día impone. Su único acceso, en derredor, es todo tierra de ciénagas y lagunas inaccesibles, y para poder verlo será necesario que hayan llegado las primeras horas del día. Se trata de un lugar inexpugnable, incluso hoy que la ruina campa por sus muros. 

Hicimos una visita guiada y una técnico municipal nos ayudó a avivar las historias de los monjes guerreros que la habitaron. Uno se puede hacer una idea del poder del islam en la época y de lo insignificantes que aquellos dos monjes se sintieron ante la más poderosa maquinaria bélica del momento a la que se enfrentaron con su fe y su ferviente convicción de defender la cristiandad.

Desde aquí, nos echamos al camino y buscamos en el horizonte la próxima población de Torralba de Calatrava y, más al sur, Bolaños de Calatrava, nuestro siguiente destino. En esta zona, los caminos se abrían y cerraban sobre el horizonte de nuestro Suzuki Scross y tuvimos que ir bien atentos para no errar el rumbo. Al poco, las almenas del Castillo de Doña Berenguela se erigieron delante de nuestro paso. 

El nombre de Bolaños tiene su origen en el apellido de un caballero que participó en la mítica batalla de las Navas de Tolosa bajo la dirección de Doña Berenguela y que por dichas acciones recibió estas tierras para su protección. Este castillo data de los siglos XII y XIII y doña Berenguela, madre de Fernando III (el Santo) lo donó a la Orden de Calatrava. También Alfonso X el Sabio corroboró dicha donación a la orden militar en sus días de regente. De la pequeña fortaleza abandonada por los calatravos en 1544 y que tantos ataques islámicos repelió, hoy solo queda su torreón, que es completamente visitable si te acompaña un guía local. 

En sus salas interiores se pueden contemplar ejemplos de las posesiones de las dinastías reales de la época y algunos uniformes modernos de la orden. También se pueden ver las termas, aljibes y algunos elementos defensivos como los bolos de las catapultas empleadas en la defensa del lugar.

Las historia rezuma por los poros pétreos del Castillo de Bolaños de Calatrava, pero el horizonte sigue inalcanzable para nuestro paso y debemos espolear a nuestro corcel japonés para seguir avanzando y poder así alcanzar nuestro destino. 

Un castillo convento que infunde temor

Negros ríos de asfalto nos guiaron más al sur, y Aldea del Rey nos recibió con los brazos abiertos por nuestra condición de viajeros. Sin embargo, al llegar no pudimos dejar de intuir una fuerte presencia, algo inquietante. Con la mirada pendiente de cada esquina, solo cuando alzamos la vista hacia el horizonte se levantó ante nuestros ojos el inexpugnable Sacro Convento y Castillo de Calatrava La Nueva. De igual modo que en su época inspiró temor por su imponente fisonomía, también a nosotros nos produjo cierto escalofrío.

El ascenso hasta sus puertas se hizo penoso incluso para nuestro corcel de acero. La piedra labraba el camino y dejaba patente lo complicado que debió de resultar para los enemigos de estas tierras asediar a los calatravos durante el Medievo. Paredes verticales, roca viva tallada que compone toda una fortaleza natural ante la que se abre una inmensa extensión de belleza: el Campo de Calatrava. Desde allí, todo lo que avistan nuestros ojos es tierra de Calatrava. 

La visita es absolutamente recomendable y será importante que tomemos nota de los horarios para llegar con la suficiente antelación como para poder asistir a las múltiples visitas guiadas que se hacen por el interior de este sacro convento militar calatravo. Con el recuerdo de la escenografía que recrea el libro El Nombre de la Rosa, de Umberto Eco, nos echamos de nuevo al camino en busca de nuevas marcas.

El siguiente emplazamiento defensivo es el de Alarcos, en Ciudad Real, pero hacemos un mínimo alto en el camino para visitar una de las lagunas naturales más conocidas de la zona: la Laguna del Prado o la inesperada Reserva Natural del Campo de Calatrava, en la próxima localidad de Pozuelo de Calatrava. Son pocos los puntos de observación de la naturaleza y aves que encontraremos en esta laguna y parece como si la propia Pozuelo viviera de espaldas, como avergonzada, a su tesoro natural. Está completamente vallada y son pocas las oportunidades que nos brinda para disfrutar de ella; pero gracias a la tracción 4×4 de nuestro S-Cross, alcanzamos un punto elevado que nos permitió disfrutar por unos minutos de su paisaje y fauna. 

Cita con la arqueología

Tras este receso, retomamos la ruta y, en pocos minutos, nos encontrábamos cerca de Ciudad Real. Antes de entrar en la capital, nos desviamos hacia la localidad de Poblete. A pocos kilómetros de esta y a través de una pequeña pista forestal, llegamos al campo arqueológico y Castillo de Alarcos. Esta fue la última fortaleza calatrava que conocimos en nuestra itinerancia por estas tierras. En estos campos tuvo lugar la batalla de Alarcos en 1195, en la que Alfonso VIII se enfrentó a los almohades y tuvo que huir herido de una pierna. Los trabajos arqueológicos han permitido recuperar una parte importante de los restos de aquella batalla y son una referencia única en Europa. Lamentablemente, el centro no estaba abierto cuando acudimos, debido a los recortes presupuestarios, así que nos quedamos con ganas de conocer más en detalle la historia.

Continuamos la marcha y un olor a azufre se hizo patente. No es que provocáramos la ira de los espíritus de los enemigos musulmanes del pasado, sino que el Volcán y la Laguna de Posadilla ya asomaban en el horizonte. Nos dirigimos a Valverde, lo rodeamos y, siguiendo el camino de una frondosa vega, pronto llegamos a las faldas del volcán.

Al llegar, nos encontrábamos sobre un volcán, durmiente, pero un volcán€ Como no somos ni geólogos ni vulcanólogos, no nos lo parecía a simple vista. Sin embargo, así era. Siguiendo las coordenadas, llegamos prácticamente hasta el pie de la colada y, una vez allí, echando pie a tierra, pronto nos encontramos rodeados del silencio de su laguna. Es un lugar que impone y, si lo visitamos a últimas horas del día, impresiona más aún, con paisaje abrupto y extremadamente bello.

El silencio, nuestra respiración y el eco del rugir de la naturaleza se funden en un solo movimiento que nos transporta más allá de la protohistoria, cuando la existencia del hombre en la Tierra era insignificante€

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