Cantabria es, seguro, uno de ellos. Uno de esos lugares en esta tierra que provocan la envidia del resto. Un regalo natural, un paisaje casi prohibido. Cantabria es el deseo de muchos y nuestro viaje de hoy recorre un lugar mágico como es el Valle del Nansa.
Al preparar una ruta por su Valle del Nansa, descartar planificaciones y disfrutar del dejarse llevar es vida. Por estos lares uno nunca sabe cuándo se va a enamorar. En todo el recorrido el ganado vacuno vigila las curvas, porque sus vacas Tudancas son parte del paisaje. Las prisas están prohibidas, nuestro Mini Cooper S cabrio es perfecto para mantener el espíritu de la sorpresa.
Elegir el punto de partida es complicado. Una buena puerta de entrada por el sur lo encontramos en el Puerto de Piedras Luengas, puerto de montaña a 1.350 metros de altitud. Un recorrido que será mejor hagamos con las ventanillas bajadas… A un lado, el olor de los prados de intenso verde con algunas casas de piedra, los bosques autóctonos de roble y haya, riachuelos y pequeñas cascadas que se encuentran, literalmente, en el cielo. Al otro lado, montañas rocosas con crestas nevadas.
Curvas y más curvas en las que aparecen diminutas aldeas en las que parece no haber pasado el tiempo, con apenas trasiego humano, algún que otro ciclista y más de un grupo de vacas que perfilan los límites de las fincas del bosque.
La entrada en el Valle del Nansa es espectacular. . Dirección norte, en busca del mar junto al río Nansa, el Embalse de La Cohilla, en el cañón de Bejo, punto de paso entre Polaciones y Tudanca, es un rugir. A la belleza, a la paz, a la naturaleza.
La carretera y la intuición dictan las paradas en este viaje. Ese anciano sentado en un banco de piedra simplemente siendo, y viviendo, un mirador natural que hace agradecer a quien lo descubre o el desvío a un tímido camino que no aparece en ninguna guía.
Siempre por la CA-281, despacio para contemplar el paisaje, llegamos a Tudanca con su famosa casona del siglo XVIII y al embalse de La Lastra. Y después a Santotis. Y después a Rozadio. Localidades de piedra compuestas por la vieja parroquia y apenas 20 casas. Y sus octogenarios habitantes. Aquí uno revive tiempos de antaño a través de sus palabras, escuchando de verdad. En estos puntos escondidos en los mapas, la palabra mozo es vocabulario habitual. La carretera ha mejorado, pero todavía tenemos que tener cuidado por esas cunetas mordidas tan agresivas con algunos neumáticos.
Valle abajo, de nuevo en la carretera, si se quieren alcanzar las vistas sobre el valle de los balcones de Sarceda, habremos de decir adiós a Puentenansa pasando por Cosío, donde el arroyo Vendul nace del río que dicta nuestros kilómetros.
Entre aldea y aldea, la gastronomía está presente. Porque al Valle del Nansa se viene a comer cocido montañés, los productos procedentes de la matanza del cerdo y los postres caseros, como los de antes.
Hacia el Oeste, Linares y el desfiladero más grande de España, el de la Hermida, marcando el límite de los Picos de Europa. Hacia el este el Valle de Cabuérniga, cuna de ilustres como el poeta Manuel Llano o el naturalista Augusto González de Linares. ¿Pueblos que merezcan una parada? Muchos. Carmona es uno de ellos. Y tras tanta aldea y paisaje montañés, es hora de bañarse en el Cantábrico y conocer la faceta marinera de esta comunidad infinita. San Vicente de la Barquera es una de las más conocidas y bellas estampas de la cornisa. Si uno mira al frente, el mar. Uno de los mejores lugares para practicar surf de Europa con pueblos que todavía miman sus pastos es buen lugar para abrir la puerta de nuestro Mini Cooper S cabrio y descubrir que el mar y la montaña son compatibles. Aquí las Tudancas todavía miran a los barcos que salen a la mar cada día. Si uno se gira, como telón de fondo, los Picos de Europa. Para los peregrinos en busca de la absolución de sus pecados en Santiago de Compostela, un encantador lugar de paso por el Camino del Norte. Para los lectores de autofacil un punto y aparte.