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Viajes y Rutas

Chile central a bordo de un Volkswagen Amarok

El cono sur de América es un paraíso para el aventurero 4×4. Y Chile, esa estrecha franja de terreno flanqueada por la altísima cordillera de Los Andes y el furioso Océano Pacífico, ofrece algunas de las mejores pistas y paisajes del continente. Te invitamos a disfrutar con nosotros de nuestro fabuloso viaje por este paraíso natural.


Tenemos los pulmones a reventar. El dolor de cabeza y la jaqueca hace rato que son insoportables. Sin embargo, hay algo de magnetismo en este grandioso escenario que te invita a permanecer, a mirar, a empaparte de esta energía, con los glaciares que dan nombre a este lugar, al fondo. A 4.890 metros, el Paso de Agua Negra es una de las pistas más altas del mundo para circular con un vehículo. Aunque estamos a finales del verano austral, la temperatura es fría (5ºC). Hace tan solo un par de horas estábamos a más de 30ºC. Un solitario ciclista corona jadeante la cumbre con su bicicleta cargada hasta las trancas y al pasar a nuestro lado levanta lentamente el brazo con los dedos en V, disfrutando en su interior de la gesta, que a nosotros nos parece una verdadera hazaña.
Con mucho menos esfuerzo, nuestro Amarok ha devorado los 120 kilómetros de pistas escarpadas desde la aduana argentina. El tráfico es escaso y solo las humeantes camionetas de las empresas mineras y algunos motoristas y ciclistas aventureros se atreven con la cordillera. Los guanacos y otros animales andinos campan a sus anchas por el medio de la pista y apenas se inmutan con nuestra presencia. En las paredes de la pista, los «penitentes», grandes estalactitas de hielos perpetuos, son testigos mudos del paso de los viajeros. Por aquí pasaron los conquistadores españoles a caballo en el s. XVI, y hasta 1943, cuando se abrió la pista a vehículos motorizados, largas caravanas de mulas garantizaban el tráfico de mercancías entre Chile y Argentina.

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Dos países que viven de espaldas

Parece mentira cómo dos países de la importancia de estos viven completamente de espaldas. Y no es solo por la imponente barrera física que supone la cordillera. Hay algo de química mental, algo de «piel», entre ambas naciones que repele. Argentina mira hacia Europa, y Chile siempre ha mirado a Estados Unidos. Solo así se entiende que la conexión por tierra entre ambos países resulte tan dificultosa. Y a las dificultades orográficas se añaden la desconfianza mutua y el celo desorbitado de los guardianes del orden en los escasos puestos de tránsito. Tuvimos que esperar más de cuatro horas en la aduana argentina de Las Flores, para declarar hasta las cámaras de fotos y el ordenador portátil. ¡Más lento que en el África subsahariana! En el puesto chileno los trámites fueron algo más rápidos, pero aún así estuvimos más de una hora. Y eso con un tráfico mínimo de vehículos, pues no hay camiones ni autobuses en esta espectacular ruta andina. Y el viajero debe armarse de paciencia para superar un control migratorio de la Policía, otro del vehículo, aportando copiosa documentación a los carabineros y, finalmente, el control sanitario, realizado por el Servicio Agrícola y Ganadero. ¡Viva la burocracia! Entre la numerosa cartelería con advertencias al visitante, encontramos una que sugiere portar dólares americanos «que son más fáciles de cambiar que la moneda argentina».

Desde la cumbre de Agua Negra hasta Juntas del Toro, donde se encuentra la aduana chilena, disfrutamos de 45 kilómetros de vertiginoso descenso, con variantes más largas y suaves para los vehículos que ascienden. Las pendientes son escalofriantes, con la sensación de que te estás deslizando por un tobogán de tierra y grava, ¡a 100 por hora! y el motor chillando sobrerrevolucionado y reteniendo al máximo. Cada kilómetro de pista cuesta abajo, tu cabeza se descomprime y tus pulmones reciben un poco más del imprescindible oxígeno. Y poco más de una hora después, estás bañándote en el océano Pacífico, junto al faro de La Serena.

ruta chile 040Pero antes de avistar el mar, Vicuña es una población muy interesante para el descanso. Llama mucho la atención al viajero cómo las escarpadas laderas del valle Turbio han sido cubiertas por viñedos, exquisitamente cuidados. Estamos en la cuna del pisco, un fortísimo aguardiente local y por cuya paternidad hay una fuerte disputa con Perú. La viticultura también se va abriendo paso en estos abruptos valles, donde ya se consiguen muy buenos caldos de influencia francesa, principalmente de las variedades Cabernet, Merlot y Chardonnay. Abarrotadas furgonetas transportando trabajadores a las viñas son una constante durante nuestro viaje por esta zona. El cercano valle de Elqui, con sus limpios cielos desérticos, es un paraíso para los observadores del firmamento, con varios observatorios astronómicos instalados a gran altura, donde trabajan científicos, pero donde también aceptan turistas.

ruta chile 009La Serena, pasado colonial

Ya en la costa del océano Pacífico, La Serena, la segunda ciudad más antigua de Chile, recibe al viajero con un casco colonial muy bien cuidado, donde destaca la plaza de Armas. La playa es enorme y está muy bien cuidada, aunque junto a su afamado faro –más ornamental que funcional– se amontonan las hileras de hoteles turísticos, que acogen a miles de veraneantes locales. Y en segunda fila, enormes centros comerciales –aquí se llaman malls–, que no desentonarían en ninguna gran ciudad europea.

Abandonando La Serena hacia el sur, una fea y gigantesca estructura de cemento «Cruz del Tercer Milenio» marca el camino hacia la vecina Coquimbo. Esta populosa ciudad alberga el segundo puerto comercial del país y una gran mezquita financiada por el rey de Marruecos. Mucho más interesante nos pareció el «barrio inglés» (s. XIX), pequeño, pero bien cuidado y, sobre todo, su animadísimo mercado, donde podrías estar el día entero. Todo tipo de seres marinos, algunos de aspecto terrorífico y totalmente desconocidos para este ibérico «de secano» son ofrecidos al visitante.

En las cercanas y vacías playas se pueden encontrar chiringitos donde degustar riquísimos frutos del mar, con vistas al océano, a unos precios similares a los que podemos encontrar en España; y en las próximas dunas de Tongoy, disfrutamos de lo lindo con nuestro 4×4, para después zambullirnos en un brevísimo, pero relajante baño, en la playa.

La corriente de Humbolt –responsable de la enorme riqueza pesquera en la zona, pero también del seco y brumoso clima del litoral chileno y la formación de desiertos costeros como el de Atacama– baña las costas chilenas con las gélidas y limpias aguas del vecino océano Glaciar Antártico. Por este motivo la temperatura del mar no supera los 12ºC, ni en pleno verano austral, y hay muy pocos «valientes» en el agua.

Viña del Mar

Una moderna y nada económica autopista nos lleva a Viña del Mar, la capital turística chilena y bien conocida por sendos famosos festivales de cine y de canción. Esta ciudad resulta elegante, señorial y con animadas terrazas al aire libre. La zona más concurrida es su enorme y rectilínea playa, pasarela de la vida ciudadana, donde «cachas» de ambos sexos practican footing con fervor. Disfrutamos mucho con los paseos por la tarde –todas las mañanas amaneció nublado– junto al Pacífico, con la suave brisa del mar y los ruidosos graznidos de los numerosos pelícanos. Estas espectaculares aves de enorme tamaño y afilado pico nos mantuvieron embelesados, mientras observábamos sus vertiginosos «picados» sobre el agua para pescar. Los modernísimos y bien surtidos malls florecen como setas y la ciudad ofrece un pujante comercio y vida social, con abundante oferta hotelera de precios nada económicos.

ruta chile 048Afortunadamente, en la contigua Valparaíso encontramos alojamiento en casa de Trini y Alejandro (Hostal 199). Esta extrovertida pareja ha restaurado una bellísima mansión de madera del siglo XIX en pleno centro histórico (Cerro de Artillería) y ofrecen habitaciones confortables y magnífico desayuno a buen precio. ¡Y con unas vistas soberbias de la ciudad y del Pacífico! Solo el ruidosísimo y ajetreado puerto marítimo empaña el descanso en este lugar, con su sempiterno ruido de camiones y máquinas durante las 24 horas del día. El mercado Cardonal es un espectáculo para los sentidos, con los puestos de verdura de la planta baja que dan a la calle ofreciendo frutas exóticas de bellos colores y formas. La planta superior está llena de restaurantes económicos que ofrecen marisco, mientras un ejército de gatos patrulla continuamente el edificio buscando comida.

Durante nuestro periplo chileno encontramos coches y motos de últimos modelos, más abundantes y ostentosos que en la vecina Argentina. Sorprenden las numerosas camionetas y los coches de marcas chinas y coreanas, algunos todoterrenos japoneses y grandes pick ups norteamericanos poco vistos en Europa. Y en todo el país son abundantes las «desarmadurías» –desguaces–, que ofrecen abundante repuesto de segunda mano para todo tipo de vehículos.

Sin embargo, las construcciones y viviendas chilenas parecen recibir menos atención que al otro lado de Los Andes y, sobre todo, lejos del centro de las poblaciones destilan cierto halo de abandono. Parece como si las casas se hubieran esparcido por el paisaje de forma anárquica y provisional.

Continuando nuestro viaje por la costa del Pacífico arribamos a Isla Negra –que no es una isla–, uno de los lugares favoritos del poeta Pablo Neruda. El litoral marítimo ofrece aquí descarnada y salvaje belleza, con los vientos azotando el lugar y los pinos y la vegetación llegando a las mismas aguas del Pacífico. El fuerte oleaje rompiendo en las rocas provoca nubes de espuma y colores muy especiales, especialmente al atardecer, con el sol acostándose en el lejano oeste.

A tiro de piedra de este paraíso está Santiago, la populosa, contaminada y un poco estresante capital del país, una metrópoli de tráfico caótico y crecimiento desorbitado, rodeada de altos cerros que no permiten la renovación del aire. Un gran contraste en este tranquilo territorio suramericano y punto final de nuestro viaje.

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