La última de Toñejo: La pesadilla no termina

Lo que parecía el punto y final de la historia que os conté en mi anterior texto de ‘La última’, del súper Jeep Wrangler rojo que se envió a España y al no poderse matricular tuvo que volver a USA, no ha sido así. Os explico.

Tras un año aparcado en la campa de la naviera, por la imposibilidad del legítimo dueño de venir a USA debido al obligado cierre de fronteras (ojalá se abran pronto las fronteras de los países, porque tengo muchas ganas de ir a España) producido por la tragedia de esta maldita pandemia que tanto daño está haciendo a nuestro mundo, me llamó el dueño del 4×4 y me preguntó si le podía hacer el favor de ir a arrancar el coche y tenerlo preparado para cuando él llegara a Florida. Obviamente, le dije que no se preocupara que iría con un arrancador y lo pondría en marcha.

Hablé con la naviera y Johnny, el jefe de esta, me dijo que se encargaba él y que luego me llamaba. Dos horas después me llamó desesperado diciendo que no había manera de ponerlo en marcha. ¿De verdad, Johnny? ¿Cómo puede pasar eso? Le pedí por favor que lo enviara en una grúa al taller de Richard, nuestro experto en toda clase de vehículos. Estaba seguro de que con la instalación de una batería nueva el coche arrancaría sin problemas.

Al día siguiente me llamó Richard y me dijo que el coche no tenía corriente. En ese momento me acordé de que en Madrid le habían instalado una alarma especial y llamé para que me dijeran dónde estaba para intentar ponerlo en marcha, pero nada, la alarma debía estar mal. Se desinstaló y el coche seguía sin corriente y tras multitud de horas y horas empleadas, paneles desmontados y cables por doquier, Richard se dio cuenta de que el coche, al tener instalado un motor de Chevrolet Corvette de 500 CV, tenía todos los cables que pasaban cerca de los colectores de escape achicharrados, pues pasó de tener un seis cilindros a disfrutar del poderoso V8 de Chevy. Cambió toda la instalación y, tras protegerla bien para que no volviera a pasar lo mismo, dio al contacto y… ¡eureka!, se puso en marcha. ¡Madre mía, nos os hacéis idea de lo bien que suena este motor!

Al día siguiente, el dueño fue a recoger el coche, pero al probarlo comprobó que se calentaba. ¡Noooooo! ¡Qué mala suerte! Se lo quería llevar directo a Daytona, que está a unos 450 km de Miami, y se tuvo que ir sin su coche. Le dije que no se preocupara que yo se lo acercaría cuando estuviera en perfecto estado. Menuda faena, estar un año sin poder venir y ahora todos estos problemas con el coche.

Después de unos días de trabajo, Richard acabó de arreglar el coche y, como al día siguiente era viernes, me dijo si se lo llevábamos a su dueño. A las 12.30 pm estábamos saliendo de Fort Lauderdale en dirección a Daytona Beach, Richard conducía el Jeep y yo otro coche para poder volvernos. Gasolina, refrescos, algo de picar y carretera. Al ser viernes el tráfico era como en cualquier otra ciudad del mundo, así que como no había prisa nos lo tomamos con tranquilidad.

Sobre el kilómetro 200, yendo detrás del Jeep, vi que de repente se salía la rueda trasera izquierda y el coche, al estar levantado de suspensión, cayó y se levantó la rueda delantera derecha. Menos mal que el mecánico es piloto de karting y de motocross y se hizo con el control del coche sin problema. Yo me puse en paralelo a la rueda con mi coche para que no regresara a la autopista, ya que si eso ocurría se podía armar. Gracias a mi coche y al muro que separa los dos sentidos de la autopista, la rueda tampoco se pasó al otro carril.

Menuda teníamos montada, el coche en el arcén izquierdo, menos mal que aquí son anchísimos, y yo en el otro lado protegiendo la rueda. La policía llegó al instante y, la verdad, fueron muy amables. Un buen samaritano, que iba en un Ford Raptor, se paró para ayudarnos porque llevaba toda la herramienta del mundo. Quitamos un tornillo a cada rueda, sin entender cómo se habían aflojado y había dado lugar a que perdiese la rueda. Reparamos el Jeep y, tras recorrer unos inquietos 250 km, llegamos a casa del dueño, aparcamos el coche y respiramos más tranquilos. Nos fuimos al lado del circuito de Daytona a cenar y decidimos volvernos esa noche para Miami. Al ir a subirme en el lado del copiloto Richard me dijo que condujera yo, pero ¿aquí quién es el paralítico? ¡Jajajaja! Y me respondió con toda la cara del mundo: “No, hombre, es que tú conduces mejor que yo”. ¡Menuda cara más dura! Resumen: Viaje en el día de 950 km. 450 km muy nerviosos y 450 km de tranquilidad.

Pero como segundas partes nunca fueron buenas, os adelanto que la aventura del Jeep no ha terminado, porque el otro día hablé con el dueño y me dijo que se aflojan continuamente los tornillos de las ruedas y sigue con problemas. ¡MALDITO JEEP ROJO! Si la motivación es grande, el objetivo se hace más pequeño.

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