Tres rutas para enamorarse de Lleida

Lleida atesora todo lo necesario para disfrutar en grande y desconectar a partes iguales en cualquier época del año. Vistas maravillosas, acción, aventura, emoción, patrimonio, gastronomía... ¿Quieres vivirlo todo?


Estos tres itinerarios por carretera que te proponemos te invitan a gozar los placeres de la montaña conociendo la intrépida geografía leridana a través de sus parajes más espectaculares.

De Sort a Tor: 40 km y un sinfín de rincones por descubrir

No estamos para bromas. Arrancar en una localidad que, haciendo honor a su nombre, ha repartido tres veces el primer premio de la lotería de Navidad, seguro colma de fortuna nuestro viaje. Hay que empezar paseando por su casco histórico, perfectamente rehabilitado, y visitar los restos del castillo de Sort y la Iglesia de Sant Feliu, sin olvidar entrar en el Museu-Presó Camí de la Llibertat, que rinde homenaje a las miles de personas que en el siglo XX cruzaron los Pirineos huyendo de la barbarie.

La siguiente parada puede ser Rialp, ya en la comarca del Pallars Sobirà, donde dejarse seducir por la nostalgia medieval de sus calles e iglesias: el mítico Carrer del Mig, la Iglesia de San Acisclo y Santa Victoria de Surp o la Ermita de San Cosme y San Damián son alguno de sus grandes atractivos turísticos. Los deportes de invierno han revitalizado la villa en los últimos años, con la opción de calzarse los esquís en la estación de Port Ainé.

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Desde Llavorsi, el camino parece ser atrapado por la montaña. La carretera L-504 es casi la carretera perfecta. Cada curva es una postal. Perfecta para recorrer sin prisas. Por eso, después de la tormenta, la calma. Tírvia reúne todo lo que nos gusta de la arquitectura pirenaica: sus calles empedradas, las ventanas de madera, los tejados de pizarra… Este pueblo, asolado durante la Guerra Civil, hoy es un espectáculo de postal donde reina la tranquilidad, además de un mirador excepcional desde el que contemplar las montañas de alrededor.

El trayecto continuará por los pinares del Vallferrera. A partir de aquí, encontraremos un amplia oferta de actividades que varían en función de la temporada. Al parar en Alins se puede visitar la herrería, la casa Castellarnau y su torre medieval, la iglesia parroquial de SantVicenç, la antiquísima Casa Bortomico o el bonito palomar de Casa Guillem.

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En este caso, la propuesta es seguir hasta el impresionante paraje natural de Norís, donde se encuentra la iglesia de Sant Serni. A estas alturas de la ruta, lo que prima es la desconexión absoluta, más aún en invierno. La zona está prácticamente deshabitada, pero la naturaleza se abre ante los ojos en todo su esplendor y eso puede más que todo lo que se pueda echar en falta. En esta misma línea, es posible visitar también Araós, Areu o Besán, pero si algo hay que ver eso es Tor.

Este pequeño pueblo de casas esparcidas es el de mayor altitud de la región y el segundo de Cataluña. La iglesia románica de Sant Pere, el castillo de Tor o los restos de Santo Piri son puntos de interés a tener en cuenta, pero el gran reclamo es la grandiosidad del paisaje. Bien preciado antiguamente por contrabandistas y maquis, hoy sigue siendo una de las joyas naturales del Pirineo Catalán. Una vez allí, se pierde la cobertura, pero se ganan años de vida. Disfrutar de la magia de su aislamiento es un imperativo.

De Balaguer a Agramunt, desafiando al vértigo

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¿Qué tal una escapada para descubrir el Pla de Lleida? Con el imponente telón de fondo de la Sierra del Montsec, esta ruta es perfecta para unas vacaciones, en la que apreciar los tesoros naturales que salen al paso de estos 170 kilómetros.

Balaguer es la casilla de salida, pero antes de dejarla, hay que caminar su casco antiguo de origen islámico y llegar a la Plaça Mercadal, la plaza porticada más grande de España, en la que cada sábado tiene lugar el mercado más concurrido de la comarca. Tampoco hay que dejar pasar la oportunidad de impregnarse del arte gótico visitando la iglesia de Santa María o el claustro de Sant Domenech.

Completo el paseo será hora de enfilar la C-12 hasta Àger. El castillo de Sant Pere, del siglo XVI, da buena cuenta del rico pasado histórico del municipio, pero el mayor interés de esta parada es el entorno, a los pies de la sierra. Algunas empresas especializadas organizan excursiones alucinantes a pie, como también es posible estrenarse volando en parapente, sin duda la especialidad de la zona. Las posibilidades deportivas del Montsec no conocen límite: escalada, cicloturismo, espeleología, piragüismo, ski…

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Cada cual decide cómo asomarse a sus acantilados y atalayas. Y, si de experimentar nuevas sensaciones se trata, tomar el desvío que a 30 km lleva al Congost de Mont-rebei será un acierto para la posteridad. El acceso más común es el de la Masieta, y nos permitirá estirar las piernas en un camino a prueba de infartos, excavado en la propia roca. Senderismo al borde del precipicio.

El objetivo es llegar a Camarasa y descansar curioseando sus calles pequeñas y estrechas o visitando la iglesia de Sant Miquel. En el trayecto, el tramo que discurre junto al embalse es el que dará la foto perfecta. Una alto ineludible en el camino será Baronia de Sant Oïsme, junto a la cabecera de la presa, donde podremos subir a la torre de vigía del s. XI, como tampoco podemos perdernos la Cova del Tabac, a 6 km de nuestro destino, de 180 metros de profundidad, enclavada en la pared rocosa de La Feixa del Montroig. Las vistas desde aquí nos dejarán boquiabiertos. Si hubiera ganas de más, se puede llegar más al sur al pantano de Sant Llorenç de Montgai y entrenarse en el avistamiento de aves, o continuar por la C-26 hasta Agramunt, donde poder disfrutar de su tradicional turrón artesano o un buen chocolate a la piedra.

Siempre la magia de la L-500

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Hay lugares que nunca fallan y el valle del Boí es uno de ellos. Siempre hay algo nuevo para deleitarse, respirar y, sobre todo, dejarse impresionar por la huella del románico en cada uno de sus rincones.

El Pont de Suert puede ser el referente para marcar alguna ruta que irá descubriendo este pequeño y profundo valle pirenáico rodeado de picos bien definidos y de altura sorprendente del Alta Ribagorça. En poco más de 100 kilómetros nuestro coche va a disfrutar de una simbiosis de cultura y ocio difícil de superar…

Cada ramal de la carretera tiene una excusa para subir al siguiente pueblo. El recorrido por la ribera del Noguera de Tor se va convirtiendo en un peculiar racimo de pequeñas carreterillas que conducen a otros pueblos recostados en las laderas. Puentes y casa de piedra completan el paisaje del río trasparente y como sacado de la mejor historia medieval.

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Muy cerca de Durro, donde comienza la ruta del románico más corta, se encuentran los pueblos más emblemáticos de la zona, Erill la Vall, Boí, Taüll, Pla de l’Ermita o el Parque Nacional d’Aigüestortes i Estany de Sant Maurici.

Disfrutar de la arquitectura se convierte en un ritual. Pasear, disfrutar de los productos locales o compartir los trabajos de los ganaderos de la zona nos lleva a valorar el tiempo de otra manera. Desde Durro y por la carreterilla estrecha y empinada que se agarra a las laderas del valle, se tienen unas vistas incomparables del valle y de las grandes montañas que lo rodean. Durro, a sus 1.386 metros, es un pueblo pintoresco con casas soberbias que se elevan rodeando la iglesia de Santa María de la Nativitat, del siglo XII.

Desde aquí es imprescindible visitar la Ermita de Sant Quirze de Durro, situada a 1.500 metros sobre un pequeño saliente de la montaña y desde donde las vistas ya pasan a ser impresionantes.

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Volviendo al camino hay que pasar de nuevo por Barruera, digamos la «capital administrativa» del valle, y cuyo nombre evoca los tiempos en que los osos se paseaban con tranquilidad entre los bosques, «Vallis Orcera», o «valle de los osos». De aquí el camino se dirige a Erill-la-Vall, donde habitó el Barón de Erill, responsable del impulso del románico en toda la zona.

Y de Erill se desvía la carretera y se entra en la parte realmente imprescindible a la hora de visitar el valle de Boí. El nuevo camino conduce directamente al pueblo que da nombre al Valle y a Taüll, un pueblo encantador colgado de la montaña y bastante cerca de la estación de esquí Boí-Taüll, que alcanza cotas entre 2.038 y 2.457 metros. Aquí se encuentran dos de los conjuntos artísticos más importantes del valle: la iglesia de Santa María de Taüll y Santa Clemente de Taüll. En la montaña también se valora la cultura.

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