Probamos el Abarth 500Ce Turismo: ¿Tiene sentido un coche así?

Abarth siempre ha sido una marca pasional, y normalmente la pasión no siempre se lleva bien con lo racional. Y menos mal porque, si no, el mundo sería un lugar muy aburrido. El Abarth 500Ce Turismo continúa por ese mismo camino… pero haya algo que no termina de cuadrar.

En esta entrada ya te explicamos cómo es el Abarth 500ce Turismo, y en esta otra tienes una prueba de ese mismo coche. Es muy probable que, si ya las has leído, tengas una idea clara de lo que es el coche. Sin embargo, ¿tiene sentido en realidad un coche así? Analicémoslo.

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Bien. ¿Por qué nos compraríamos un urbano deportivo y rabioso como un Abarth 500? Sensaciones. Diversión. Eficacia en el comportamiento. Prestaciones. Una personalidad que ‘pega’ con nosotros. Diferenciación.

En todas ellas, un Abarth 595 es especialista. En unas más que en otras, pero es especialista. ¿Y el Abarth 500Ce Turismo? Pues también lo es. El hecho de ser un coche eléctrico hace que varíen esos baremos pero, en general, entra dentro de lo que uno puede esperar de un Abarth. Sí, vale, deben pulir la chapuza esa que han hecho con lo del sonido del motor, pero al fin y al cabo es un mal menor porque lo puedes desconectar.

Ahora bien, debemos tener en cuenta que todo lo que hemos citado entra dentro del lado más pasional de nuestro ser. Y, aunque esa parte loca puede con todo en la mayoría de las ocasiones, hay dos aspectos racionales que, aún siendo tremendamente pasionales, debemos tener en cuenta: el precio y la autonomía, y ambos están relacionados en este caso.

Hay un Abarth 500e desde 35.696 euros, y el Ce (cabrio) cuesta desde 38.696 euros. Si optas por las versiones Turismo, debes añadir 4.000 euros más. Es decir, que te mueves entre los 35.696 y los 42.696 euros. Ya, ya sé que los encantos del coche te hayan hecho olvidarte del precio hace un buen rato, pero debemos tener en cuenta que un Abarth 595 de 165 CV cuesta 24.205 euros, o 27.055 euros si es el C (cabrio). Vamos, que hay unos 11.000 euros de diferencia sin contar ayudas. O, dicho de otra forma, un 33% de diferencia.

Llegamos así al tema de al autonomía. Varía entre los 252 y los 242 kilómetros del 500e y del 500Ce, pues la batería es de 42 kWh. ¿Pequeña? Sí, pero es que a un coche como el Abarth, en el que el peso es tan importante, tampoco se le puede aumentar más de peso con una batería mayor, única forma de aumentar esa autonomía.

En nuestra prueba, la autonomía real rondaba los 210 kilómetros a ritmo normal. Es decir suficiente para ciudad y alrededores. Pero no tanto para irte a una carretera secundaria por dos motivos: cuando llegues a las curvas, es posible que te hayas gastado ya un 25% de esa autonomía, y necesitarás otro tanto para volver. Y 100 kilómetros de autonomía pueden dar de sí conduciendo con tranquilidad, pero… ¿quién se compra un Abarth y se va a una carretea secundaria para conducir como si fuese en Prius? Yo no lo veo.

Podemos plantearnos una parada en un punto de carga rápida como una posible solución, pero eso va a depender de dónde vivas y por dónde conduzcas, pues en muchas de esas recónditas carreteras no hay puntos de recarga rápidos. Es más, en muchos casos, no hay ni rápidos ni no rápidos.  

¿A qué conclusión podemos llegar con todo esto? Pues, sencillamente, a que el Abarth 500e, sea en la versión que sea, es un buen eléctrico de tacto deportivo eminentemente urbano cuya autonomía sí nos servirá más que de sobra para desplazarnos por ciudad con todas las ventajas de su etiqueta Cero. Sin embargo, esa autonomía no nos va a servir de mucho a la hora de irnos a disfrutar de una carretera secundaria, probablemente uno de los principales motivos de compra de un Abarth. Así que, si quieres un eléctrico deportivo para moverte casi sólo por ciudad, este 500e puede ser tu coche perfecto.

Pero si lo tuyo es explorar carreteras secundarias, no hay la menor duda: el Abarth 595 de gasolina es la compra acertada. Porque, además, y por mucho que el 500e acelere un poco más, las sensaciones de un motor de gasolina aún no son comparables a las de un eléctrico. ¿Aceleración? Vale, sí. Pero eso es como eyacular de repente, sin más, sin todos los prolegómenos tan bonitos y especiales que hacen del sexo una de esas experiencias por las que merece la pena vivir. No es sólo sentir cómo va cambiando la respuesta del motor conforme sube de revoluciones, es también jugar con el cambio, tener un peso más contenido… y un bonito sonido real. Todas esas cosas acaban por integrarte como un engranaje más del coche, y eso, a día de hoy, los eléctricos no lo consiguen.

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