La felicidad de un pick up

Siempre me han gustado los 4×4 americanos. De hecho, hace muchos años tuve un GMC Jimmy. Era enorme, bastante antiguo, con dos puertas y tenía continuos problemas mecánicos, pero me encantaba.
En él, llevaba la moto de cross y el quad. El único problema era que, en esa época en España, no había repuestos para los vehículos americanos y existían muy pocos mecánicos capaces de arreglarlos o ponerlos a punto.
Posteriormente, un verano en Ibiza vi un pick-up moderno GMC de color azul, y me quedé enamorado. Lo tenía todo. Era largo, ancho, alto, con un morro brutal€ Me asomé por la ventana al interior del coche, y me fascinó su cuero color tabaco. En ese momento, pensé€ «tengo que comprarme uno como este», y no paré de darle vueltas a la cabeza pensando en aquel GMC.
Poco después, puse mi Jimmy a la venta y, cuando lo vendí, preparé un viaje a Florida para comprar el pick-up más bonito del globo terráqueo. Llamé muchísimas veces a una tienda para preguntar precios, accesorios, el equipo que llevaba de serie y cientos de cuestiones. Aquella tienda me envió un catálogo por correo. ¡Qué tiempos aquellos!
Recuerdo cuando el conserje me dio aquel sobre grande que venía de USA, lo abrí y me quedé allí mismo sentado en un escalón del portal. ¡Hasta que no terminé de verlo entero no me moví. Al final, me decidí por aquel pick-up 4×4, pero con ruedas gemelas -seis neumáticos-. Estaba tan contento y tan emocionado por tenerla que ya me imaginaba en ella con el quad de carreras en la parte de arriba y un remoque lleno de motos de cross. El inconveniente fue cuando me dijeron que tenía una demora de entrega de dos meses al ser tan especial.
Pasados los dos meses de espera tomé un vuelo con la ilusión de un niño pequeño antes del Día de Reyes y, aunque llegué muy tarde, a las 6 a.m. ya estaba listo para irme al concesionario a recoger mi preciado 4×4.
No puedo explicar lo que sentí cuando vi el pick-up. ¡Qué grande era! Pensé… si aquí se ve inmenso, en España no te cuento. La parte trasera con la rueda gemela medía 2,5 metros. Era precioso. Me sentía absolutamente feliz de verlo. Abrí la puerta, me subí en él y me di una vuelta con el vendedor. Lo compré con un motor V8 gasolina de 7.4 litros, y no os podéis hacer una idea de cómo aceleraba. ¡Menudo aparato!
Ya con el 4×4 en mi poder, me fui a un preparador para ponerle el suelo en la parte de atrás, barras cromadas antivuelco, llantas Alcoa de aluminio, un cabrestante, tapas cromadas para los diferenciales y amortiguadores Fox. Quedó precioso.
Con todo el cuidado del mundo, lo llevé a la naviera para embarcarlo. Una vez allí, surgió un problema. No cabía en el contenedor. Era muy ancho y había que desmontar el guardabarros y la segunda rueda de cada lado para que entrase en la caja mágica que lo llevaría a España.
Una vez terminado todo el proceso, tomé un avión de regreso a Madrid con la segunda llave y los manuales del GMC.
Ya en casa, le expliqué a mi equipo, a mis amigos y a todo el mundo la tremenda ilusión que me hacía aquel vehículo.
Los días previos a la llegada del barco pasaban interminables… ¡Qué ganas de verlo y de disfrutarlo con mis amigos! Hubo una carrera en Palencia de la Copa de España de Quad que organizó Julito Montes -grande donde los haya-, y pensé que al año siguiente acudiría a ella con mi 4×4. Creeréis que estoy enfermo, pero es que me hacía tanta ilusión€
A la semana siguiente de esa carrera disputé el raid V Centenario, donde fui con mis amigos Marcos, Juan y Goyo en un coche con remolque pensando en que quedaba poco para hacerlo con mi pick-up, pero el destino tenía un cambio de planes para mí, y el último día de carrera, a 3 kilómetros para terminar cuando iba primero, fue el primer día de una nueva oportunidad de vida. Tuve el mayor accidente y lesión de mi vida, me rompí la espalda y, estando en el hospital, recuerdo que seguía con la misma ilusión de antes de ver mi pick-up que estaba esperándome guardado en un garaje.
Desde el hospital importé el mando para poderlo conducir sin saber siquiera si lo podría hacer, pero la ilusión mueve montañas.
Pasaron los meses y, por fin, llegó el momento esperado. Salí de aquel hospital de Barcelona y volví a Madrid con la ilusión de ir donde se encontraba el vehículo para instalarle el mando e ir junto a Goyo a conducirlo. Todas mis dudas desparecieron. No importó lo alto que fuera el GMC, le cogí el truco para subir y, aunque nunca pude llevar en él una moto de cross, fui feliz, ya que pude transportar muchas motos de agua.
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