Aunque las autovías y los puentes nos facilitan la vida, hay veces que la felicidad está en las carreteras locales y en los pueblos reñidos con las prisas. Partimos de uno de los hitos turísticos gallegos por antonomasia, Pontevedra, una ciudad con un precioso casco histórico perfecto para cargar la batería de nuestro Peugeot 2008 antes de salir a la carretera y disfrutar de un desayuno en el casco histórico de la ciudad.
Es imprescindible no perderse el Santuario de la Virgen Peregrina, su principal atracción, o buscar rincones más solitarios como la Plaza de la Leña. Las Ruinas de Santo Domingo ya nos introducen en ese mundo de arquitectura de piedra, medieval y muy, muy gallega, que nos anticipa lo que está por venir.
La ciudad parece marcada por el curso del río Lerez y la vieja carretera N-550, que ahora se ha convertido en parte de la ciudad. Por la PO-11 llegamos en apenas 20 kilómetros a la primera de nuestras paradas en la ruta. Después de pasar por Marín o A Barriada, merece la pena visitar Bueu en primer lugar para hacernos una idea del ambiente y la atmósfera de un pueblo marinero gallego.
Esta villa de la Ría de Pontevedra nos permitirá disfrutar del pescado y el marisco fresco (pasear por el puerto y su Mercado se nos antoja imprescindible) e imbuirnos de la vida marinera y la verde naturaleza de la zona. Da gusto entender los mapas cuando se para y se disfruta de todo lo cotidiano. Una pequeña ínsula con preciosas y solitarias playas que se permite incluso tener un castillo, el Castelo dos Muros.
Beluso, queda como el hermano pequeño, pero también tiene una parada para ver como la playa llega a las calles del pueblo. El Cabo Udra, al sur de la ría, ofrece unas preciosas vistas atlánticas y rutas fáciles de senderismo aptas para el público familiar. Las Rías Baixas lucen de maravilla en esta tierra de acantilados, playas y montes verdes; lo mejor de la tierra y lo mejor del mar, como lo demuestra su consideración de Zona Especial de Conservación de la Red Natura 2000. La naturaleza explica la bravura de estos paisajes.
La virtud de Bueu es también su ubicación. Estamos a un tiro de piedra para visitar toda la comarca de O Morrazo y otras localidades y playas anexas, que nos ofrecerán una estampa paradigmática de lo que es esta región de aguas revueltas y frondosos bosques. Desde Udra, sin ir más lejos, podemos acceder a Aldán, en Cangas, área consagrada al mejillón y conocida por sus calas de aguas frías pero tremendamente claras. Su ría parece un criadero de campeones olímpicos y algún hotel como A Casa de Aldán es un refugio de celebrities que no necesitan el Instagram para disfrutar de la vida.
El paseo marítimo de Aldán nos ofrece vistas a la playa de San Cibrán y un monumento en honor a los piragüistas y los medallistas olímpicos que ya nos permite adivinar uno de los reclamos que hacen sentir más orgullosos a sus vecinos.
El privilegiado enclave de acantilados, mar y montaña ofrece muchas posibilidades para las actividades al aire libre. La ruta dos Muíños es una sencilla ruta ideal para la familia que además está perfectamente preparada y pensada como actividad recreativa. El denominado Bosque Encantado nos imbuirá de la magia de esta naturaleza mítica y, afortunadamente, no masificada por el turismo convencional.
Nuestra ruta por la Península del Morrazo nos lleva hasta Donón, caracterizado también por sus vistas al Atlántico y por una playa, la de Barra, conocida por todos los gallegos de los alrededores. Otro rincón mágico gallego donde el aire puro y la naturaleza crean el ambiente perfecto para cambiar de ritmo. No podemos perdernos la arquitectura medieval y religiosa como la ermita de Santiago, que unen historias y leyendas en las mismas páginas.
Acantilados como el de Costa da Vela y el camino romano que nos lleva directamente hasta el Monte do Pacho, se convierten en excusa para una excursión o para un picnic con un buen trozo de empanada en la cesta. Donón, sin embargo, nos obsequia también con playas perfectas para el entretenimiento familiar: además de la de Barra, playa nudista de gran tamaño, tenemos la de Melide y el propio Cabo Home.
Seguimos la EP-1006 hasta la 1008 en busca de la PO-315 para llegar hasta Cangas de Morrazo, uno de los puntos neurálgicos de la ruta. Un pueblo turístico con un casco viejo que bien merece un paseo, perdernos por sus esquinas, bares y comercios y edificios culturales (ya sean el ayuntamiento o la capilla del hospital) y simplemente respirar el encanto de esta villa gallega. Imprescindible visitar el Mercado de Abastos, para adquirir o comer pescado fresco, y sus jardines adyacentes.
Y sí, también hay paseo marítimo, paso previo para llegar a la playa de Rodeira y disfrutar de las aguas del Atlántico que bañan toda la ría. El mar baña toda la región y marca espectaculares parajes como el de Punta do Couso y las playas de Costa da Vela, de aguas claras y cristalinas (y por tanto perfectas para pasar el día).
No tenemos más que seguir la PO-551 para recalar en nuestra siguiente estación, Moaña. Una villa de Pontevedra que destaca por ser uno más de los tesoros del Morrazo, con iglesias donde podemos observar petroglifos de otra época grabados en la piedra. Ojo a sus miradores como el de Os Candóns o el del Monte do Faro de Domaio, conocido por las grandes manos escultóricas (y giratorias) que enmarcan las vistas de todo el estrecho.
Eso incluye, claro, el espectacular Puente de Rande, que cruza toda la ría de Vigo, y playas como la de Niño do Corvo, A Videira o A Xunqueira, excepcionales rincones cerca del núcleo urbano perfectamente habilitados para el turismo familiar.
¿Senderismo? Por supuesto: la ruta del Río Fraga-Monte Faro se convertirá en una de nuestras favoritas y, además, no podemos perdernos el dolmen de Monte Faro, uno de los monumentos más conocidos de toda la provincia.
Buscamos la PO-554 y nos acercamos a Vilaboa, y con ello al tramo final de nuestra ruta gallega, cada vez más cerca de Vigo. La fórmula de Vilaboa nos agradará, porque a estas alturas ya la conocemos: playa, montaña, naturaleza aun acogedor núcleo rural de pescadores al que debemos añadir las salinas do Ulla, un interesante espacio que delata el legado industrial de la región. Miradores como el de Cotorredondo nos ofrecen excelentes panoramas de las playas de Vilaboa, entre las que podemos destacar la de Ceilán.
Redondela pone el acento cultural a nuestra excursión con su museo Meirande, que nos enseña la historia del municipio desde la famosa batalla de los franceses y los españoles con la armada inglesa y holandesa en el estrecho de Rande, y todo el paisaje industrial que delata la actividad del pueblo. Pero un pueblo no es nada sin una iglesia y un castillo, y de ambas cosas tienen mucho en Redondela. La antigua fortaleza de Rande subraya ese pasado repleto de batallas y el casco urbano del pueblo invita al relax y disfrutar del marisco fresco.
Por la N-552 llegaremos muy pronto a Vigo, nuestro particular final de línea. Aquí estamos en una ciudad con todas las de la ley, y una todavía por descubrir para el turismo. Existe, no obstante, una oferta gastronómica y cultural a la altura, si bien de otro estilo al que podríamos encontrar en Santiago o La Coruña. El casco Viejo invita a pasear, como también el barrio tradicional de Bouzas, que simplemente parece un pueblo aparte dentro de la ciudad.
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