A caballo entre las provincias que conforman las históricas tierras de Castilla y León el amante del buen comer, – y del vino, por supuesto –, encuentra una ruta marcada por algunos de los templos gastronómicos nacionales de parada obligatoria para la felicidad de su paladar. Duero arriba o Duero abajo, poco importa. Si uno salta de la N-VI a la N-I, que no busque más, pues es difícil fallar.
Por supuesto que la ruta transcurre entre viñedos, trigo, alta cocina, quesos y café, a la que se añade la presencia de nuestra extraordinaria riqueza cultural, y que resulta ser la excusa perfecta para los enamorados de la conducción. Los abanderados del slow travel y el genuino turismo rural que ofrece la península ibérica. El nuevo Mazda CX-30 nos permite pasar del camino a la carretera con la misma ropa, como de ser en un producto y en un territorio tan polivalente.
Si uno se deja llevar por la carretera de Medina del Campo, aparecerá ante sí, en el kilómetro 1,5, Oliduero, paraíso reconocido por su Aceite de Oliva Virgen Extra, cuyos premios concebidos para fomentar y promocionar el Aceite de Oliva Virgen Extra en Europa no hacen más que crecer. Un lugar muy interesante y que sorprender por su función didáctica.
Durante kilómetros, la belleza natural del entorno que rodea este viaje colmará las retinas de quien mira mientras bodegas de diversos tamaños e importancia se alzan a ambos lados de la carretera.
A tan solo 21 km de Oliduero, en Serrada, uno de los grandísimos productos de la provincia aparece para indicarnos otro alto en el camino: los soberbios quesos de Campoveja, un negocio familiar con más de medio siglo que se ocupa de convertir la leche cruda en maravillas como el Ahumado Compoveja, considerado el mejor smoked del mundo según el jurado de los International Cheese Awards en 2012.
Entre Serrada y Hornillos de Eresma, donde uno solo podrá dar por finalizada su cata de quesos tras haber disfrutado, sorbito a sorbito, del café y chocolate de Puchero, se encuentra Matapozuelos, la localidad vallisoletana que ha logrado ubicarse en los mapas nacionales e internacionales gracias a la estrella Michelín del pequeño restaurante familiar La Botica de Matapozuelos, donde Miguel Angel y Alberto ponen en valor su manera de entender la cocina y los vinos de su tierra.
Y tras el aceite, los quesos y el café, este viaje sensorial debiera finalizarse muy cerca de Valladolid, en la Abadía Retuerta LeDomaine, un hotel idílico en el que relajarse, gracias a su spa, antes de acudir a sus fogones de alta cocina y despedir los últimos minutos del día con uno de los vinos de su bodega. Un lugar cuyo compromiso con el medioambiente se ha visto recompensado con una estrella verde, otorgada a finales del 2020.
Siempre hay que dejarse llevar por la N-122, que apenas se aleja del Duero durante nuestro recorrido. Así, auténticos pueblos castellanos irán dibujándose en el horizonte, retándose en personalidad: Valbuena, Olivares o Quintanilla de Onésimo, conocido aún por sus famosas partidas de mus. Emina, Arzuaga o Vizcarra son algunas de las bodegas que podremos encontrarnos en nuestra ruta.
Pueblos pequeños cuya esencia enamorará al amante de la conducción tranquila, que encontrará, casi siempre, por las pequeñas carreteras locales del lado norte del río.
Peñafiel, por ejemplo, pone la silueta y el poder de la historia, tanto que ha recibido la distinción de Capital Rural 2022. Después de un fin de semana por la zona se entiende perfectamente lo merecido y lo acertado del galardón.
Pesquera, Roturas, Curiel, a orillas del Duero y a escasos cinco kilómetros de Peñafiel, son varias bodegas de grandes vinos asentadas como Vivaltus, o Legaris. Quinta Sardonia o Thesaurus nos llevan a un mundo en el que el tiempo parece haberse parado, y cuando uno se aproxima y deja descansar el coche junto a las ruinas del Monasterio de Santa María de la Armedilla, no podrá hacer otra cosa que dejarse colmar por la energía retadora que parece transmitir esta estructura arquitectónica.
Esa mezcla de paisaje, historia y enoturismo integran el diseño y la funcionalidad como Mazda CX-30. Nos movemos porque conducir tiene un punto de placer. Solo nos quedará remontar el curso del río para llegar a Aranda de Duero, que, superada su apariencia de urbe con poco que ofrecer, obsequia al visitante con su casco antiguo, la joya de la corona, donde sobresale su plaza mayor y sus iglesias góticas tan características, la de Santa María y la de San Juan. Cuando los reclamos son suficientemente atractivos, la distancia se vuelve irrelevante.
