Ruta por Laos: Bajo el manto de Buda (I)

Escondido y misterioso, olvidado y seductor, Laos es un escurridizo país selvático en el que difícilmente se detienen las pupilas al vislumbrar un mapa de oriente. De piel esmeralda y corazón budista, hay que buscarlo para discernirlo, pero si apoyamos el dedo en ese sector del plano y finalmente oímos unas ruedas avanzar bajo este verde manto de Buda... habremos llegado a uno de los paraísos 4x4 más furtivos del mundo.


Las impulsivas aguas del Mekong casi nos ensordecen, nuestro todoterreno emprende el abordaje de una temblorosa plataforma flotante que navegará hasta una lejana ribera. Esta aorta acuífera fertiliza las tierras que pisamos al desembarcar y unos refulgentes templos alimentan las almas de los fieles budistas que sobre sus paredes reflejan sus tradiciones terrenales y sus anhelos espirituales. «Sabaidí» Laos. Hola Laos.
Este pequeño país, eclipsado entre gigantes como China, Tailandia o Birmania, formaba parte de la antigua Indochina junto con Camboya y Vietnam. No en balde, Luis Roldán –el corrupto ex director general de la Guardia Civil– eligió este remoto país, del que apenas nadie oye hablar y mucho menos puede situar sobre un mapa, para esconderse de la Justicia Española con el oneroso botín proveniente del saqueo de las arcas del Estado. Vientiane, su capital, es una ciudad fronteriza cuyo casco urbano apenas alberga 150.000 habitantes. Cuando deambulamos por ella, nos percatamos rápidamente de que no se trata de una capital de grandes avenidas y espectaculares edificios; el ambiente es de pueblo, el tráfico transcurre tranquilo y la población es sonriente y cordial sin prisas ni agobios. El escenario colonial lo aportan antiguos edificios franceses diseminados por toda la ciudad, pero son realmente los vat (templos) los que acaparan la atención. Las imágenes de budas y las pinturas murales cubriendo las paredes son sus señas de identidad junto con los tranquilos monjes sonrientes vestidos con sus túnicas azafrán.

La carretera hasta Luang Prabang se supone una ruta tranquila, pero hasta hace unos pocos años era muy peligrosa. La guerrilla anticomunista hmong atacaba constantemente a los que transitaban por ella, con varias decenas de muertos al año. Al parecer, en 1998 el gobierno consiguió que estos grupos rebeldes se retirasen hacia las montañas del noroeste.

Ante la aparente seguridad, decidimos seguir nuestro camino hacia el norte, los remotos budas de Vang Sang son nuestro siguiente objetivo. Para alcanzarlos, de nuevo nos sumergimos en la exuberante naturaleza selvática laosiana a través de estrechas pistas de intensa tierra roja. Nos vamos embebiendo de la sencilla vida rural en los claros de la jungla y casi nadando entre lianas cuando la naturaleza decide negar al ser humano asentarse en sus dominios. Largos y delgados dedos vegetales acarician constantemente el parabrisas y la carrocería, nos da la impresión de estar en la mesa de un prestidigitador y que en alguno de sus juegos de manos fuésemos a desaparecer con nuestro Montero. El avance es duro, la pista aparece y desaparece a voluntad y cuando las lluvias abren grandes fosas donde debería estar el firme, no nos queda más remedio que lanzarnos al río o solicitar permiso a alguna granja para que nos permita atravesar sus campos y poder llegar al otro lado.

La recompensa es sublime: dos enormes Budas de cuatro metros, petrificados en la pared rocosa, atrapados por la jungla intensa que nos rodea. Al verlos allí, con esos rostros apacibles, emergiendo del pétreo muro, nos viene el recuerdo de los Budas afganos de Bamiyan, salvajemente aniquilados por los talibanes, unos ´iluminados´ que se autoproclaman mensajeros de Dios y que en nombre del Islam lo mismo destruyen patrimonios de la humanidad que practican sacrificios humanos en sus ritos religiosos. Pero la maldad de esas mentes enfermas no puede aniquilar la magia de este ignoto rincón repleto de paz y armonía en el seno de la madre jungla. Decenas de mariposas revolotean a nuestro alrededor mientras contemplamos a los pies de las estatuas las ofrendas de los fieles.

Reunidos de nuevo con la ruta principal, alcanzamos el pequeño pueblo de Vang Vieng y su atractivo entorno dominado por altos picos calizos repletos de grutas. Pero el río Nam Song (afluente del Mekong) divide al pueblo en dos y la zona que nos interesa está justo en la otra orilla. Durante la época seca, unos residentes emprendedores construyen cada año algunos pequeños y frágiles puentes peatonales con cañas, bambú trenzado y maderas.

Para los coches no hay nada pensado, pues en realidad casi ninguno pasa al otro lado ante el miedo a quedar aislados si se produce una de las muchas crecidas intempestivas. Engranamos la reductora de nuestro Montero, metemos primera, inmediatamente segunda y… ¡al agua! Notamos cómo la fuerza de la corriente empuja al todoterreno hacia el frágil puente peatonal y cómo las piedras del fondo se desplazan. Al final nos quedamos atascados, las cuatro ruedas motrices derrapan sin avanzar, pero un acelerón permite que las ruedas limpien el fondo hasta un nivel donde sí pueden agarrar. El snorkel que instalamos como precaución adicional salvó el motor, pero el agua, que llegó hasta el mismo borde de las ventanillas, inundó el interior. Nada más llegar a tierra firme, inclinamos nuestro 4×4 con la ayuda de un montículo y abrimos las dos puertas de un lado para que se vaciara todo el agua que había penetrado.

Los demás vadeos fueron suaves. En sus aguas viven apocadas aldeas hmong, una de las muchas tribus que componen el mosaico étnico del país. Las grutas que al final hallamos son un regalo de aire fresco cuando penetrábamos en su interior, hay decenas de ellas, las rocas calcáreas son propicias a fantásticas cavidades repletas de espectaculares esculturas naturales de estalactitas, estalagmitas y un sinfín de pasillos y recovecos que los fieles budistas han sacralizado con la presencia de pinturas, efigies y grabados de Buda.

El mundo se detiene

Un nuevo día amanece, como todos los anteriores el calor sigue intentando aniquilar nuestras neuronas y la humedad quiere cerrar nuestras vías respiratorias. Seguimos nuestra progresión rumbo norte, hacia Luang Prabang, la segunda ciudad más importante del país. La entrada a esta retirada ciudad no empezó con buen pie: la electricidad acababa de irse. Luang Prabang, que se vestía de gala para celebrar en cuatro días su Año Nuevo 2544, se encontraba adormecida, como si el mundo se hubiese parado; no se oía música, ni ningún lejano televisor, ni un solo ventilador funcionaba… y no es fácil llevar una vida normal cuando la temperatura diurna alcanza los 40ºC y la nocturna, los 30ºC. Todas las neveras y congeladores, repletos de comida para solemnizar su Año Nuevo, se pararon; seis horas después no había forma de encontrar una bebida fría y los productos perecederos comenzaban a estropearse para desesperación de su humilde población. Tres días tardó en restablecerse la electricidad en la ciudad, el gobierno dijo que fue un árbol caído en la línea de alta tensión, las malas lenguas que la guerrilla hmong había volado un repetidor. Nunca lo sabremos.

Luang Prabang parece un pueblo por sus dimensiones, por su escasa población para tratarse de la segunda ciudad más importante (18.000 habitantes) y la tranquila y reposada vida que transcurre por ella. Sin haber entrado todavía en los tiempos modernos, es mucho más atractiva y romántica que Vientiane. Los edificios coloniales, donde se entremezclan rasgos franceses con la tradición lao, consiguen imprimir un carácter muy personal a sus calles. Pero los templos son nuevamente sus protagonistas. Uno tras otro, los vat nos van cautivando, todos tan parecidos y todos tan distintos, cada uno de ellos ha puesto su granito de arena para que la Unesco decidiese declarar a la villa como Patrimonio de la Humanidad.

Cultivos de opio

Hacia las montañas nos vamos acercando al Triángulo Dorado. Tailandia, Birmania y Laos son las partes que lo componen. En él, el cultivo del opio, desde épocas ancestrales, trae de cabeza (´oficialmente´) a las autoridades de los tres países.

Desde Luang Prabang nos dirigimos a la zona tribal de Muang Sing. Durante los días que surcamos las montañas del norte, gozamos de espectaculares paisajes. Los pueblos que van surgiendo son casi idénticos con sus casitas de madera, bambú y hojas de palma.

La pista de 200 kilómetros que nos separa de Tailandia está enormemente deteriorada. Su tierra rojiza tiene las marcas de las heridas que las esporádicas lluvias le han ocasionado. El sol durante los meses secos se ha encargado de coagularlas y ahora muestran su rostro rudo y salvaje. Las lluvias de los meses venideros se encargarán de convertirlas en un terreno impracticable que quedará cerrado durante meses. El recorrido comienza con un contraste impresionante de tierra encarnada y deslumbrante selva esmeralda que se va suavizando a medida que nos acercamos a la zona fronteriza. De nuevo cruzaremos el guardián de las fronteras laosianas, la reina de las aguas, la fuente de la vida y la muerte: el Mekong.


 

Los autores del artículo agradecen la ayuda prestada a: Ceuta, Mitsubishi, Catai Tours, Bridgestone, British Airways, Cepsa, Inmarsat Ibérica y Label.

 

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