Ruta por Marruecos. cultura y naturaleza

Acceder a Maruecos es fácil; desde Algeciras apenas son necesarios 30 minutos para llegar a Ceuta, plaza que nos abre las puertas del país alauita y de todo un continente, África. Durante una excursión todoterreno tranquila de nueve días, podemos disfrutar de lugares extraordinarios con total independencia.


Viajar a Marruecos no requiere una preparación especial; los ciudadanos españoles pueden entrar sin visado con sólo presentar el pasaporte y la documentación del vehículo con el seguro internacional.

Con la ayuda del plano Michelin 959, podemos realizar un magnífico recorrido lleno de luz y color, en el que los contrastes con nuestra forma de vida occidental serán constantes y en el que, sin duda, aprenderemos mucho de una cultura muy distinta a la nuestra. La primera sorpresa que encontrará el viajero es la propia frontera. Si bien es cierto que hoy día se ha modernizado considerablemente, continúa siendo un constante ir y venir de gente que crea un cierto ambiente de confusión en el neófito.

Viajar en grupo es siempre recomendable, más seguro e incluso más ameno. En nuestra particular excursión tomaron parte seis personas y tres vehículos todoterreno, pero, exceptuando los tramos del Erg Chebbi y Mhamid, se puede realizar en su totalidad con un todocamino. Una vez que la frontera abre sus puertas, tendremos que acostumbrarnos a la singular forma de conducción de los marroquíes. Prudencia y atención son fundamentales.

Con la alegría de la luz del sol de África, avanzamos hacia Chef-chaouen, capital del Rif, región montañosa de gran verdor y espectacular belleza. Después de un sinfín de curvas y conducción lenta, nos encontramos en el granero del país. 200 kilómetros que en primavera ofrecen un magnífico manto de cereal. Los kilómetros pasan y a lo lejos divisamos Fez, donde pasaremos la tarde callejeando por la medina con la ayuda de un guía, indispensable para moverse por semejante laberinto.

Los taxis son mulos, los olores invaden todo, el bullicio de sus gentes es enorme, el trasiego de las mezquitas y del singular barrio de los curtidores no para… Todo se mezcla en la medina de la ciudad.

Atravesar el Atlas

En nuestro segundo día en Marruecos, ponemos rumbo al sur, atravesando el Atlas por los bosques de cedros de Ifrane y Azrou, donde tendremos la oportunidad de contemplar a los monos en estado salvaje.

Durante decenas de kilómetros rodaremos por encima de los 1.800 metros. A medida que avanzamos, la vegetación disminuye, el terreno se vuelve cada vez más árido. La carretera discurre paralela en parte de su recorrido al oued (río) Ziz, permitiéndonos disfrutar de hermosos oasis donde se refugia la vida.

Erfoud es la última población con cierto nivel de servicios en el rumbo que llevamos. Sus hoteles de barro, perfectamente integrados en el entorno, ofrecen todo tipo de lujos y nos harán pasar unos días inolvidables.

La visita a las dunas del Erg Cheb-bi es obligada; hoy día son un centro turístico de primer nivel y el asfalto llega a sus pies. El creciente interés por visitar este paraje singular ha dado lugar a la proliferación de albergues dignos de ver. Pero nada en comparación con los tonos naranjas de la arena al atardecer o el espectáculo nocturno que ofrecen las estrellas en el firmamento. Nuestra ruta continúa por carreteras sencillas, pero sin complicaciones. Tan sólo hay que tener cuidado con las piedrecillas que proyectan los vehículos al cruzarse o al adelantar, las cuales nos pueden dejar sin parabrisas.

Zagora es la reina del sur gracias a las aguas que el Draa recoge en las montañas y conduce al desierto. Si disponemos de un 4×4, podemos seguir el curso del río más allá del pueblo de Mhamid, el desierto en su máxima expresión.

Partiendo de Zagora hacia el noroeste, llegaremos a Ouarzazate, ciudad emblemática por sus construcciones de barro. Este enclave privilegiado nos permitirá realizar incursiones al imponente Altas, disfrutar del descanso en excelentes hoteles y curiosear por los decorados de numerosas películas.

Camino de Marrakech, podemos hacer una parada en la kasbah de Ait-Benhaddou y, si tenemos suerte, disfrutaremos del contraste que ofrecen las montañas nevadas, la riqueza del agua bañando pequeños oasis y la aridez del desierto. Para llegar a Marrakech, tendremos que superar los 2.200 metros de altura por un puerto que nunca olvidaremos.

Marrakech es sinónimo de vida, color y movimiento. La plaza Jemma El Efna está considerada Patrimonio de la Humanidad y en ella podremos encontrar desde encantadores de serpientes hasta la artesanía más peculiar de Marruecos. Merece la pena dedicarle al menos un día de visita, el cual sentará muy bien a los huesos después de tantos kilómetros.

El viaje llega a su fin, pero antes podemos visitar las cascadas de Ouzoud, un impresionante regalo de la naturaleza, sobre todo después de tanto desierto.

Casablanca y Rabat son dos ciudades bulliciosas y caóticas que se pueden visitar de vuelta a casa, pero hay una excepción, la Gran Mezquita de Casablanca levantada por el rey Hassan II con las aportaciones económicas de todo el pueblo marroquí. Excepcional broche para un viaje inolvidable, intenso, diferente. ¿Te animas?

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