Nuestra puerta de entrada a Argelia fue Gazaouet, una ciudad cercana a la frontera marroquí y muy cerca de la segunda población del país, Orán. Los trámites aduaneros fueron lentos, aunque gracias al escaso tránsito de extranjeros pudimos iniciar nuestro viaje a última hora de la mañana y lo primero era repostar.
El combustible en Argelia es muy barato, por tanto, resultará económico entrar descargados. Pero hay que tener en cuenta que los surtidores son escasos y la cantidad a repostar está restringida en el norte para evitar el contrabando con Marruecos.
La circulación por las carreteras del país es similar al resto de los países del Magreb, pero con una intensidad inferior y prácticamente nula a 200 ó 300 kilómetros de la costa.
Comienza la aventura
En la población de El Aricha abandonamos el asfalto y nos adentramos en una gran llanura por la que vamos devorando kilómetros a unos 100 por hora, a medida que la soledad se va haciendo más patente. Durante el recorrido nos cruzamos con un par de rebaños de ovejas como único signo de vida. La noche se acerca y reservamos la última hora de luz para preparar nuestro campamento. Un ritual que se repetiría cada día y que comenzaba por elegir un sitio plano y protegido en lo posible del viento y continuaba por recolectar todo tipo de arbustos secos, desechos orgánicos y cualquier residuo combustible. Por ser el primer día disponíamos de paella precocinada que transportabamos en la nevera del Mercedes, vehículo en el que acomodamos a Mohamed, nuesto guía.
Pisando fuerteDurante nuestros recorridos por el desierto los neumáticos desempeñan un papel determinante. Piedras y pinchos nos pueden jugar malas pasadas que podemos minimizar con una conducción selectiva, sin apurar los apoyos, buscando la trazada correta y ajustando en cada momento la presión de las gomas. Durante nuestro recorrido –realizado con los Hankook Dynapro ATm y Dynapro MT– sufrimos las consecuencias de rodar con bajas presiones por zonas de arena con abundantes matorrales secos, pese a la dureza y buena tracción que ofrecen estos neumáticos. Los pequeños pinchazos permitieron reparar las gomas in situ, logrando volver a casa con todas ellas operativas. |
Con los primeros rayos de sol comenzamos a recoger el campamento. Por delante tenemos un día tranquilo por llanuras interminables. A lo largo del recorrido nos detenemos en varios puestos militares que vigilan la frontera con Marruecos. Sorprendidos por nuestra presencia, el trato recibido es muy correcto y entablamos siempre conversación a través de nuestro guía para satisfacer su curiosidad.
Los últimos kilómetros antes de llegar a la población de Mechería, los realizamos por asfalto. Repostamos combustible, madera para la noche, pan, fruta, huevos y agua. El calor se deja notar, mientras ponemos rumbo a Chellala, último punto de abastecimiento. La pista nos llevó hasta un gran lago salado a partir del cual aquella se difuminaba; una constante que se repetiría en adelante y que nos obligaría a rodar solamente a base de GPS.
Entramos en Chellala por el oeste, repostamos y nos dirigimos por carretera a Boussenghoum, pequeña población que abre la puerta del gran Erg Occidental. Aquí encontramos el último árbol, no nos toparíamos con otro en 700 kilómetros. Siguiendo campo a través llegamos al final de nuestra segunda jornada argelina.
En nuestro tercer día, el rumbo que teníamos previsto nos llevó a un espectacular río de arena, que seguimos durante un buen número de kilómetros. En aquel trayecto, un pozo, un rebaño de camellos y una familia nómada con su rebaño de cabras –y por su puesto, su pequeño camión– fueron los últimos vestigios del ser humano en los siguientes 600 kilómetros.
Abandonamos la rodadura fácil del oued para seguir por interminables llanuras tapizadas con una incipiente capa de hierbajos secos. Las trazas de pistas eran constantes, pero no duraban más que unos metros. El calor seguía siendo nuestro compañero impenitente y se hacía notar, sobre todo cuando nos tuvimos que detener a reparar un pinchazo y a retirar una piedra que friccionaba un disco de freno del Toyota.
Nos tropezamos con camino señalizado, que nos llevaría hasta una pista de aterrizaje de grava compactada y de nuevo campo a través, para, más tarde, empezar a divisar a lo lejos las primeras dunas del Gran Erg Occidental. Después de rodar unos kilómetros rumbo suroeste, comenzamos a afrontar los primeros cordones que superamos a duras penas. Cada vez se complicaban más, hubo que bajar presiones, pero, aún así surgieron los atascos. El sol comenzaba a bajar de forma vertiginosa y había que buscar el abrigo de alguna barrera de dunas junto a la que acampar, disfrutar de una buena cena y ver como nuestro amigo Mohamed metía mano a la nevera sin piedad, mientras intentaba explicar que para el Islam beber cerveza es “excusable”.
|
|
Al amanecer y al atardecer el campamento vive una actividad frenética. Instalar las tiendas, recolectar leña y preparar la cena requiere la colaboración de todos. A primera hora, para no perder tiempo y disfrutar al máximo de nuestra taravesía y, al atardecer, para relajarnos y disfrutar del merecido descanso. |
Situación crítica
Iniciamos nuestra cuarta jornada rumbo al sur por valles de arena, sorteando las dunas y rodando a la velocidad que la prudencia aconseja con las ruedas por los suelos. Atacamos las dunas por el lado cortado, es decir, en dirección contraria al viento. El avance era lento y complicado, los atascos se sucedían y el calor agudizaba el cansancio. Quedaban 80 kilómetros hasta Timimoun y el consumo en los 25 kilómetros de dunas que llevábamos, nos invitaba a reconsiderar nuestra situación. Estábamos justos de combustible, existía la posibilidad de quedarnos sin gasóleo cerca de nuestro destino, así que optamos por lo seguro y dimos la vuelta.
|
De regreso, las dunas eran mucho más fáciles y salimos rápidamente de aquel infierno de arena. Pusimos rumbo oeste por valles y hammadas, después de reparar varios pinchazos que los arbustos nos provocaron cuando rodamos a baja presión por la arena.
Nuestra ansia por avanzar nos llevó a apurar al máximo las horas de luz, por lo que tuvimos que montar el campamento a toda prisa, algo a lo que también contribuyó una incipiente tormenta.
Al día siguiente sorteamos cordones de dunas, siguiendo el rumbo que dictaba el GPS. Según avanzábamos éramos conscientes de que no teníamos gasóleo para llegar a la carretera con los cuatro vehículos. Todos sabíamos que en menos de 50 kilómetros dos vehículos se quedarían inmóviles en mitad de la nada. A mediodía montamos el campamento y descargamos el gasoil del Mercedes al Toyota y a uno de los Jimny, con los que partimos rumbo oeste. Avanzamos a buen ritmo por una llanura con un impresionante nudo de dunas al fondo. El Jimmy estaba en la reserva y no quedaba más remedio que repostar 10 litros de los 20 que quedaban en nuestro último bidón. Los otros 10 los dejaríamos para pasarlos al Toyota y llegado el caso, avanzar con un solo vehículo. La situación se complicaba, por arena no teníamos combustible suficiente para realizar los 80 kilómetros que nos faltaban para llegar a un sitio habitado. Teníamos que dar la vuelta, pero el Toyota estaba encallado en la cresta de una gran duna. Intentamos retornar con el Jimmy, pero al pasar una duna se nos quedó inclinado sobre tres ruedas a punto de volcar. Además, el calor era sofocante y teníamos racionada el agua en los vehículos. Mientras, nuestros compañeros esperaban en el improvisado campamento atentos por si debían hacer uso del teléfono vía satélite.
Por fin, conseguimos desatascar el Jimny, pero liberar las más de dos toneladas del Toyota nos llevó 40 minutos de pala y eslinga. Salimos de la dunas bastante desmoralizados, pero aún nos quedaba una última opción antes de tirar de teléfono. Según los mapas, había una carretera a unos 90 kilómetros.
Salvados ‘in extremis’
Rumbo norte, avanzamos por una llanura durante más de 20 kilómetros, siguiendo trazas de lo que un día fue un camino. Distinguimos al noroeste lo que podía ser una torre de comunicaciones y nos dirigimos hacia ella con el convencimiento de que se comunicaría por pista con la carretera. Poco después descubrimos, tras una loma, una base de extracción de gas.
Su perímetro estaba balizado, iluminado y protegido por hombres armados que, en un principio, nos recibieron con cautela, pero poco después nos trajeron agua y algo de comer. Luego nos recibió el máximo responsable, que accedió a proporcionarnos gasóleo –gratis, ya que no nos dejó pagárselo–, así que repostamos 240 litros entre los dos coches y comunicamos las noticias a los compañeros que permanecían en el campamento forzoso, a poco más de 20 kilómetros y hacia donde pusimos rumbo.
|
Antes de abandonarnos al descanso, tendremos que dedicar un mínimo de tiempo a la mecánica, sin olvidarnos de revisar las suspensiones y posibles daños en los bajos de nuestro vehículo. Las labores de mantenimiento, filtros y niveles son, por supuesto, fundametales a la hora de garantizar la fiabilidad de nuestro viaje. Una última atención dedicaremos a establecer nuestra posición en el mapa y revisar la navegación correspondiente a la jornada siguiente. |
Con nuestros planes originales trastocados por el asunto del combustible, decidimos dirigirnos a Taghit, donde llegamos al anochecer. Allí retomamos el contacto con la civilización en forma de ducha, revisamos los vehículos y repostamos, para luego ir hacia la ciudad de Beni-Abbes, pero antes cambiamos dinero en el único banco existente en muchos kilómetros a la redonda. La operación no resultó fácil, ya que el montante que queríamos cambiar –300€– debía ser autorizado por Argel, por ser demasiado alto para el volumen de moneda local disponible.
En Benni-Abes nos dedicamos a hacer un poco de turismo, disfrutar de la comida local y darnos un baño en una piscina vestigio de la época colonial. También aprovechamos para entregar en la escuela el cargamento de material escolar y juguetes que suele llevar nuestro compañero Luis –en colaboración con Xerox– en estos viajes. También visitamos la primera ermita edificada por Charles de Foucoult, un militar francés que consiguió traducir la lengua tuareg. Su visita siempre sirve como aprendizaje y supone una cura de humildad.
Nuestro tiempo en Argelia se acababa y pusimos rumbo a Gazaouet, escoltados, por la policía durante la mitad del trayecto. Éramos turistas y no querían que nos pasara nada.
Por la mañana comenzamos los trámites para embarcar, es la hora de despedirse de un país inmenso, muy poco habitado y dotado de una naturaleza que impone su ley, por encima de todo. Sin duda, un paraíso olvidado que comienza a resurgir, quizás sea el momento de descubrirlo.
Tres posibles trazados |