De acuerdo al folclore alemán, Mefistófeles es un demonio que estaba a las órdenes de Satanás cuya función era la de capturar almas. Así, su creador, Ernest Eldridge decidió poner dicho nombre a uno de sus prototipos que logró, con su atronador sonido, ‘capturar las almas’ de los apasionados del automovilismo.
Nacido en 1897 en la alta burguesía londinense, abandonó sus estudios para luchar en la Primera Guerra Mundial, un conflicto en el que tuvo su primer contacto con el automóvil como conductor de ambulancias, aunque hay historias que cuentan que también sirvió en el Cuerpo de Artillería Francés.

Tras el conflicto, Eldridge vivió con intensidad sus dos grandes pasiones, la aviación y los deportes del motor. Un amor por las emociones fuertes que le llevó al mundo de la competición y a un objetivo claro: establecer un récord de velocidad capaz de permanecer en el tiempo. Tenía muy claro el modo de conseguirlo: adaptar el motor de un avión a un coche de carreras.
A comienzos del S XX, el desarrollo de automóviles estaba en pañales y mucho menos se apostaba por encontrar materiales ligeros o desarrollar una aerodinámica lo más óptima posible. Por ello, eran los propios burgueses los que tenían que acometer tales tareas. En el caso de Eldrige, en 1921, desarrolló un automóvil que, gracias a un motor de 240 CV procedente de un avión, fue capaz de alcanzar los 150 Km/h. Pero aquello no era suficiente. Eldridge confió en la tecnología Fiat de la época comprando un Fiat SB4, un vehículo de competición de 1907, y consiguiendo el propulsor Fiat A.1. Este motor de seis cilindros y 21.706cc, tenía prestaciones muy apreciadas… por los ases del aire a los mandos de aviones de reconocimiento como los SIA 7B o Fiat R2 o bombarderos como el Caproni Ca.44.
Encajar semejante mole en la parte frontal de un automóvil no iba a ser tarea fácil. En el apartado mecánico, Eldridge modificó los cilindros para dotarlos de cuatro válvulas con bujías Magneti Marelli mientras que, para la carrocería, utilizó los restos de un autobús londinense accidentado. El resultado, un auténtico monstruo capaz de desarrollar 350 CV a 1.800 rpm y de producir un ruido infernal, lo que le valió el apodo de “Mefistofele” con el que ha pasado a la historia.
Fiat Mefistofele, un vehículo para batir récords de velocidad

Con semejantes prestaciones, el Fiat Mefistofele pronto llamó la atención del mundo automovilístico. Delage, una marca especializada en coches de carreras y su piloto estrella, René Thomas, varias veces campeón de las 500 Millas de Indianápolis, lo retaron a un duelo para intentar batir el récord del mundo de velocidad. Su arma: el Delage V12 “La Torpille” de 350 CV. La cita: julio de 1924 en la Route Nationale 20, cerca de Arpajon (Francia). Eldridge recogió el guante.
Así, el 5 de julio, el Fiat Mephistofele alcanzó los 230,55 km/h en la pista de tierra. Récord mundial. Sin embargo, Delage y Thomas reclamaron con éxito: el vehículo no tiene marcha atrás, un requisito para homologar la plusmarca. Al día siguiente, batirían el récord, con 230,63 km/h. Esto no desanimó a Eldridge que, con la ayuda de un herrero local, logró incorporar un dispositivo de marcha atrás para su bólido. Con esta modificación, volvió a la carretera el 12 de julio y saboreó su revancha: 234,98 km/h, una cifra que le haría entrar en la leyenda.

Fue el último récord de velocidad batido en carretera. Dos de sus marcas realizadas en carretera, 234,98 km/h en el primer kilómetro con salida parada y 234,75 km/h en la primera milla con salida parada siguen vigentes. El Fiat Mefistofele se puede contemplar en el Centro Storico Fiat de Turín.
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