Mi tio tiene 55 años y, hace siete, sufrió un accidente laboral. Desde entonces, y debido a que en mi familia no lo considerábamos apto para ello, él no había vuelto a conducir. Pues bien, un día recibió una carta en la que le indican que debía acudir a renovar el carnet de conducir.
Convencido de que no superaría el examen psicotécnico necesario para la renovación, vi entonces la oportunidad de demostrarle ‘con pruebas’ que no era seguro que condujera: pedí cita y nos acercamos a un centro psicotécnico. Una vez allí, y aunque había pedido cita, nos encontramos que el centro estaba cerrado, pero que habían dejado una nota en la puerta indicando el número de un móvil… al que llamé. Tras identificarse, un médico muy amable nos abrió la puerta y pasamos a consulta. Extrañado por no ver en el centro a ningún otro médico, esperamos sentados hasta que, de nuevo, apareció esta persona y se sentó para evaluar a mi tío. Cuál fue mi sorpresa cuando, sin efectuarle ninguna prueba… ¡empezó a rellenar los papeles de la renovación! Alegaba que, como veía que «todo estaba bien», iba a poner en el informe unos resultados «óptimos», como si hubieran realizado todas las pruebas pertinentes. Atónito y perplejo, no me quedó más remedio que pagar lo que me pidió… los 55e más fácilmente obtenidos por alguien en la historia.
Como es lógico, y gracias a la discusión que tuvimos al llegar a casa -en la que mi pariente presentaba como prueba su carnet ‘renovado’-, mi tío sigue y seguirá sin conducir. Pero, la actuación de este centro me ha hecho pensar: ¿A cuántas personas, sin merecerlo, están dándoles el carnet en estos centros?, ¿cuántos conductores ‘incompetentes’ habrá por ahí?, ¿se dan cuenta estas personas del peligro que pueden generar al ponerse al volante?
Jesús Ángel Gil (Toledo)